sábado, 3 de diciembre de 2011

En defensa del Estado

Desde hace varios años escuchamos con creciente frecuencia que el Estado debe disminuirse o incluso desaparecer. Esta antigua fórmula se ha expandido más allá de sus representantes tradicionales anarquistas y liberales. Aparece en boca de muchos con una liviandad alarmante. Como si proponer la desaparición del Estado fuera lo mismo que eliminar un paradero de buses.
Los argumentos para esta propuesta son varios: el excesivo pago de impuestos, la corrupción política, su instrumentalización con fines privados, y así suma y sigue.
Si bien estas afirmaciones pueden tener algo de verdad, las preguntas que habría que plantearse son otras: ¿porqué no intentar mejorar el Estado? o ¿a quién es funcional su desaparición?, más preciso aún: ¿a quién le interesa que pensemos que es innecesario?
La forma que le conocemos al Estado la adopta en la Edad Media, cuando los reyes y príncipes lograron concentrar territorios e imponer en ellos dos monopolios: el fiscal y el de la violencia. Es decir, nadie más que ellos tenían la atribución de cobrar impuestos y utilizar la violencia física (y jurídica). Para eso debieron desproveer a los habitantes de sus territorios de dichas posibilidades. Ambos elementos constituyen los fundamentos del Estado moderno.
Con el transcurrir del tiempo éste pasó a manos de grupos organizados en partidos políticos y fue adquiriendo o perdiendo formas y funciones, dependiendo de la visión ideológica que se tenía de él. Así, por ejemplo, hubo países donde éste encabezó reformas agrarias, expropiando y distribuyendo tierras. En otros se hizo cargo de todos los niveles educativos dándole gratuidad. En algunos países desarrolló grandes complejos industriales para potenciar el desarrollo, en otros, se deshizo de todas o casi todas sus industrias entregándolas a empresarios privados. Así surgieron conceptos como Estado Empresario, Estado Asistencial, Estado Docente, Estado Subsidiario, entre otros.
Si bien a lo largo del tiempo y en distintas regiones el Estado ha adoptado diversas formas y funciones, hubo algunas que se hicieron común a éste. Una de ellas, más reciente, fue el respeto a los derechos humanos. Es decir, más allá de la posibilidad de ejercer violencia, el Estado debe proteger los derechos humanos de sus propios ciudadanos (de ahí la gravedad que revisten las dictaduras, ya que ellas utilizan el mecanismo de dominación más poderoso de una sociedad en perjuicio de quienes deberían ser beneficiarios).
Relacionada con la anterior, pero más antigua, existe otra función: el Estado opera regulando las relaciones privadas de sus ciudadanos, para que estos no puedan abusar los unos de los otros. Así surgen, por ejemplo en el caso de Chile, a comienzos del siglo XX, las leyes laborales. Éstas imponen jornadas de trabajo razonables de ocho horas diarias, cinco días por semana, con derecho a descanso y vacaciones, sueldo mínimo, etc. Hasta antes de eso era frecuente encontrar trabajadores con jornadas de 12 o más horas diarias. En las minas de carbón de la familia Cousiño en Lota, por ejemplo, los fines de semanas había turnos de 24 y 36 horas. Es decir, los obreros bajaban a la mina el sábado en la mañana y los subían recién el domingo en la mañana o en la tarde, dependiendo del turno. Esto, naturalmente, sin derecho a pausas y condiciones mínimas, como baños (el primero se instaló en la década del 1920 en Arauco). Además, se les pagaba por cajón extraído y no había ahorro para salud o pensiones.
La asimetría entre el poder de dicha familia y los obreros era tal que no había posibilidades de negociar condiciones laborales mínimas, ni aún estando sindicalizados.
Recién cuando otros sectores sociales consiguen acceder al Estado y otras ideologías comienzan a poblarlo, éste logra regular las relaciones laborales, a fin de que unos no abusen de otros.
Nos guste o no, el Estado es hoy - en un país como el nuestro que prácticamente no posee sindicatos o gremios poderosos - el único garante de algunos derechos básicos de los obreros y, más genéricamente, de los ciudadanos. Sin él, los más débiles quedarían al arbitrio de los más poderosos.
Ahora tal vez ya se pueda intentar una primera respuesta a las preguntas planteadas.

martes, 22 de noviembre de 2011

Celebrando el horror

Me resulta inevitable escribir sobre la presentación, en Providencia, de la 4a edición del libro en honor a Krassnoff. Pero a diferencia de otras veces no voy a reseñar su criminal vida porque creo que no vale la pena. Salvo decir que está preso y condenado por delitos de secuestro, desaparición de personas y, en general, de violación a los derechos humanos (como antes su abuelo y su padre, fusilados por su participación en la persecución de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, por traición a la patria y colaboración con el enemigo). Veinte condenas ratificadas por la Corte Suprema, deberían estar en lo correcto.
A partir de lo sucedido se podrían plantear muchas preguntas, pero hay una que me preocupa: ¿en qué clase de país es posible que pase algo como lo sucedido?
Se supone que el nuestro es miembro de la OECD, que se considera a las puertas del desarrollo y se percibe como una especie de jaguar en América Latina.
La respuesta no es simple. Tal vez ayude un poco poner lo sucedido en perspectiva. Cuando uno ha tenido la suerte de viajar por Europa hay algo que llama la atención: en las fachadas de las casas, sobre el pavimento de las veredas, en los parques y en muchas otras partes hay placas, monumentos, museos y otros tantos símbolos que buscan hacer visible el horror del que el ser humano ha sido capaz. La idea es recordarlo de manera sistemática a fin de no olvidar lo precaria que puede ser la convivencia política y el respeto a los valores sobre los que ella se asienta.
Por lo mismo, los campos de concentración nazi fueron transformados en museos y a los horrores cometidos en aquella época se les incorporó en los planes de estudio de enseñanza básica. La premisa es: no puede haber ningún ciudadano que no conozca lo sucedido y no se forme un juicio a partir de los valores socialmente compartidos, relacionados con los derechos humanos.
Esto en Chile no ha sido así, al menos no como una política de nacional. Los historiadores y académicos de todas layas, no hemos estado a la altura de poner en el debate la relevancia de recordar el horror y ponderarlo como se merece. Al contrario, nos dejamos avasallar por el pragmatismo político de los consensos y por el sin sentido común que impuso la derecha, a través de frases vacías pero efectivas como: "hubo caídos de ambos lados", "si los mataron por algo será", y así suma y sigue.
La derecha, como es evidente, logró poner a la misma altura moral la insurrección social de los años 60-70, con los crímenes sistemáticos organizados por el estado chileno cuando estuvo en manos de los militares.
Por eso tal vez no debería extrañarnos tanto lo sucedido. No hemos sido capaces de construir un consenso respecto a la importancia de los derechos humanos ni de lo reprobable que es cualquier acto que atente contra ellos. Al contrario, le hemos sacado el bulto a ese trabajo y lo hemos relegado a un par de políticas estatales, a uno que otro museo sin mayor presencia nacional, a un escaso tratamiento en los currículos escolares y, finalmente, a la admirable e incansable iniciativa de algunas organizaciones de sobrevivientes.
Por lo mismo, vivimos en un país que posee una Armada que no ha hecho un mea culpa por su participación en los sucesos posteriores a 1973. No sólo eso, una Armada que en lugar de transformar a la "dama blanca" (como llaman a su buque insignia Esmeralda) en un museo contra la tortura, la pasea altiva por los puertos del mundo, para orgullo de la mitad de los chilenos. Vivimos en un país que se da el lujo de elegir en una de sus comunas emblemáticas a un ex coronel de ejército y miembro del aparato de inteligencia de la dictadura. Y lo elige 4 veces consecutivas, de las cuales en 3 obtiene más del 60% de los votos (algo parecido ha ocurrido también con algunos parlamentarios). Vivimos en un país en que el Presidente de la República, que se dice representante de una nueva derecha, pone de ministros de varios de los "jóvenes de Chacarillas", que exhiben orgullosos su pasado cómplice. En otras palabras, vivimos en un país donde la condena a la dictadura y sus crímenes no es unánime, sino parcial (probablemente también porque los torturados y desaparecidos no eran más que unos "rotosos" comunistas).
Chile tiene una deuda no sólo con las víctimas del terrorismo de Estado bajo Pinochet, sino con su propia memoria.
Es esta deuda la que explica que en este país, se pueda producir un acto como el de ayer y que no haya una condena general de todo el aparato político y de todos los sectores sociales.
Eso, en parte, explica que vivamos en un país donde se puede realizar impunemente una intolerable ceremonia que festeje el horror.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La deserción y la que la parió

*Por Daniel Casanova Cruz

Hace varios ya, el profesor Gero Lenhardt, invitado a una universidad chilena, señaló con germano aplomo que "sólo un idiota a esa edad no tiene dudas sobre que hacer con su vida". Contestaba así una quejumbrosa pregunta sobre el flagelo de la deserción universitaria que le hizo una periodista.
Hoy en día, la deserción viene a ser el motor principal de las políticas universitarias relacionadas con el pregrado, tanto a nivel sistémico como general y se habla de ella como de una epidemia.
Las cifras globales se refieren a dos fuentes que reúnen información sobre la educación superior: el INDICES y el SIES. El primero es una base de datos del Consejo Nacional de Educación (CNED), que recopila información agregada desde cada una de las instituciones, las cuales informan el número de matriculados y desertores de cada cohorte y carrera. Luego el CNED junta todo eso y dictamina cual es la deserción, por ejemplo, de los alumnos que ingresaron el 2007 a la educación superior. Si una universidad X informo 60 matriculados y 40 desertores en una carrera ¿cómo sabe el INDICES si los 40 desertores no están informados como matriculados por alguna de las restantes 60 instituciones? Raro, por decir lo menos.
Un instituto académico tan prestigioso como el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, se basa en las cifras del CNED para señalar que "Las tasas de deserción al término del primer año universitario, de acuerdo al Consejo Superior de Educación es de 19% promedio en las universidades del Consejo de Rectores y 22% promedio en las universidades privadas sin Aporte Fiscal Directo (AFD). En ambos tipos de universidades continuaría aumentando la deserción en los años siguientes pero a menores tasas. Al tercer año las tasas acumuladas de deserción serían aproximadamente de 39% y 42% respectivamente".
Una auténtica tragedia, que justifica lanzarse a buscar sus causas y a inventar modelos predictivos basados en sofisticados cálculos de riesgo, emulando a las compañías de seguros.
La segunda fuente -el SIES, perteneciente al MINEDUC- es un sistema de información basado en registros de estudiantes reportados por las instituciones y no en datos agregados, lo cual lo convertiría en una fuente más confiable. Este organismo publicó un estudio de los alumnos ingresados a la educación superior el 2007. En la nota metodológica señalan que "Los datos de retención corresponden al % de estudiantes matriculados de la cohorte 2007 (que ingresaron a la institución el año 2007) que siguen en la misma institución como alumnos antiguos (de ingreso 2007) el año 2008" Y agregan sin ningún bemol que "Si un estudiante registrado como alumno de primer año 2007 aparece matriculado el año 2008 como alumno nuevo en la misma institución también se considera “deserción”, independiente de la carrera y/o programa que cursa, toda vez que salió del sistema y volvió a ingresar en otra cohorte".
¿No estaremos contando como parte de la deserción, la movilidad estudiantil? Y si así fuera, ¿cuál es el problema con la movilidad?
Un estudio referido al caso canadiense encontró que, de un 50% de estudiantes que no habría terminado su carrera, sólo un 10-15 % pueden ser considerados verdaderos desertores. La diferencia se explica por aquellos que ha finalizado otras carreras, en diferentes instituciones y hasta en diferentes niveles de estudios post-secundarios, así como aquellos que han retomado sus estudios después de un tiempo de abandono. Concluye este estudio que la deserción es mucho menor de lo que se había estimado hasta entonces.
Por supuesto que la deserción, en una carrera o en una institución, es un problema para esas entidades, sobre todo si deben sufrir los rigores del autofinanciamiento anarcocapitalista. Pero hay una distancia en señalarlas como el origen de una imaginaria tragedia nacional que todavía nadie cuantifica seriamente. ¿Que hay tras este discurso, si la movilidad estudiantil es claramente esperable en un sistema altamente privatizado y diversificado? ¿No es acaso esperable y hasta positivo la migración de "clientes" entre los "proveedores del mercado", cómo se llama ahora a las universidades?
Por lo menos el estudio del SIES nos da una pista, al decir que las tasas de deserción son una "exigencia de información venida desde la OCDE y el Banco Mundial."

martes, 8 de noviembre de 2011

Carta Abierta al Señor Presidente


Carta abierta al Señor Sebastián Piñera Echeñique

Excelentísimo Presidente de la República

De nuestra más alta consideración,

En nuestra calidad de académicos universitarios, nos dirigimos a usted, con el respeto que a su persona y a su cargo corresponde, para plantearle el desafío siguiente:

Señor Presidente, solicitamos que lidere el diseño de un proyecto político trascendente para resolver definitivamente el histórico y grave problema de la educación en Chile, con espíritu de futuro, de inclusión y de interés nacional.

El problema de la educación no es técnico, ni económico, ni de falta de ideas, ni normativo, sino político. Todas estas acciones derivan del diseño de una política de largo plazo que fije el norte de la educación y guíe el proceso de toma de decisiones, para satisfacer las aspiraciones y necesidades del conjunto de la sociedad chilena. En su calidad de Jefe de Estado, usted posee la legitimidad otorgada por el sufragio universal democrático y la responsabilidad histórica de liderar las políticas que la sociedad requiere para su bienestar.

Se encuentra hoy usted en la encrucijada de entrar a la historia como el Jefe de Estado que asumió la trascendental tarea de dar solución a un problema fundamental de la nación, o como un Presidente que no pudo asumir la crisis educacional contemporánea más grave de la sociedad chilena, en los últimos 23 años. Las decisiones del Presidente no pueden tener otro norte que el bienestar de la sociedad en su conjunto y no los beneficios de un determinado grupo social.

Este grave problema de la educación en Chile, se puede traducir en siete oportunidades que no se deben dejar pasar:

1. Pertinencia: Es el momento de actuar para articular, lo que en Chile se enseña, desde la educación básica a la post-universitaria, con las exigencias del mundo del trabajo. Esto aumentará las posibilidades de que los futuros titulados encuentren efectivamente empleo en sus áreas de formación originales.
2. Equilibrio: Se requiere balancear la relación porcentual entre los alumnos que egresan de la enseñanza básica y media en Chile y optan por estudios técnico-profesionales, con los egresados de la formación universitaria. Hoy, estos ámbitos de vocación y estudios son drásticamente asimétricos.
3. Consistencia: Es necesario dar solidez a los procesos de acreditación. Las pruebas nacionales e internacionales, acreditaciones y certificaciones, revelan que la calidad de los contenidos, métodos y ejercitaciones, están bajo los estándares que se esperan de un país que pretende entrar a una fase de desarrollo avanzado.
4. Formación ciudadana: En nuestro país es urgente que la educación deje de estar orientada preferentemente a la transmisión de contenidos en relación a la adquisición de un título de habilitación profesional. Apremia una formación integral. Las consecuencias de esta confusión, en el mediano y largo plazo, pueden ser adversas a la necesaria cohesión social de un país inmerso en un mundo globalizado.
5. Regulación: Se debe diseñar para Chile un Sistema de Educación coherente en cuanto a acceso, financiamiento, oferta académica, marco de cualificaciones, entre otros. Hoy existen diversos actores interactuando según leyes de mercado en un territorio de fronteras difusas, llamado educación. Cada actor vela por su interés exclusivo y no hay quien vele por el interés educativo de la sociedad y del país en su conjunto.
6. Gestión solidaria: El sistema educativo debe entenderse bajo el concepto de solidaridad. El sistema de financiamiento que impera en Chile, por su parte, ha permitido que aquellos que toman las decisiones ejecutivas y legislativas del país, estén también involucrados en la propiedad de establecimientos educacionales en todos los niveles. El largo pero sostenido proceso de abandono del Estado de sus universidades, estratégicas para el país, revela que la educación pública no es su objetivo prioritario. El énfasis puesto en el subsidio a la demanda en el proyecto actual de presupuesto de la nación, revela la voluntad de impulsar aún más la educación como un negocio.
7. Coyuntura: Este es el momento de implementar una verdadera política para la educación en Chile. El presupuesto de la nación, actualmente en debate, es el instrumento que manifiesta esa voluntad política. Así, no sólo se contará con aportes basales que puedan regular matrículas y aranceles, sino además estimular a los futuros científicos, profesionales y técnicos, a través de una formación solidaria e integral para que puedan interactuar a los más altos niveles internacionales.

Todo lo expuesto anteriormente se puede lograr desde la visión global del Estado y el diseño de una política consistente y no desde la visión parcial del mercado privado de la educación.

Entendemos que el Presidente de la República es absolutamente sensible a estos problemas, y a la oportunidad de resolverlos, además de velar por los intereses públicos y colectivos por sobre los intereses individuales y grupales que agravan los problemas antes mencionados. Además, sabemos que su Excelencia entiende que la crisis educacional actual proyecta una imagen que no va de acuerdo a la de un país que pretende liderar procesos fundamentales en América Latina. Consideramos que es conveniente que este conflicto llegue a su fin y sin ganadores y derrotados, sino con un proyecto político sólido y compartido que augure la solución de todos los graves problemas antes descritos.

Señor Presidente, de su autoridad depende la decisión histórica de dar un término satisfactorio a largos años de una educación con graves deficiencias.

Es por todo lo anteriormente señalado, que nos permitimos proponer a usted el desafío político indicado. Pensamos que el momento propicio es ahora.

Con nuestro mayor respeto,
Académicos Escuela de Arquitectura, Universidad de Santiago de Chile

Santiago, 25 de octubre de 2011

miércoles, 26 de octubre de 2011

Nadie sabe para quien trabaja....

Los más de cinco meses de conflicto estudiantil están a punto de tomar rumbos sorprendentes. Es curioso, pero no serán quienes han estado en la calle quienes más ganarán, sino que, al parecer, lo harán quienes han permanecido en sus oficinas y salas de clases.
Por una parte, esto se explica porque los actores principales del conflicto - el gobierno y los estudiantes - no están dialogando. Por otra, porque los actores secundarios - los rectores - han sido, los unos, excesivamente ambiguos y cautelosos (en el caso del CRUCH) y, los otros, en su mayoría inescrupulosamente astutos (en el caso de las universidades privadas no perteneciente a él).
El gobierno y los estudiantes no están conversando por dos razones. Primero, porque ambas posturas no tienen puntos de encuentro, ya que representan distintas visiones acerca de cómo debe enfrentarse la educación. Mientras unos consideran que el lucro es algo legítimo, los otros piensan que cuando se trata de este tipo de bienes públicos debería prohibirse. Lo mismo vale para los colegios municipalizados y particular subvencionados; unos piensan que esta distinción es buena porque ofrece diversidad de elección, los otros señalan que acarrea injusticia producto de la desigual calidad de los establecimientos. Algo similar sucede con la idea de pagar o no pagar aranceles. El gobierno considera (y es parte fundamental de la ideología de derecha) que todos deben pagar algo, porque de ese modo valorizan lo obtenido; mientras los estudiantes quieren que todos puedan acceder a la educación superior sin tener que pagar gran parte del sueldo futuro a los bancos. Así suma y sigue.
La otra razón por la que no pueden comunicarse es porque están conversando en dos niveles distintos. Lo que los estudiantes, profesores y apoderados están haciendo en la calle es un planteamiento político que pone en cuestión la comprensión y visión que se tiene del país. La derecha (y la oposición), en cambio, responde administrativamente, es decir, señalando qué es lo posible dentro del modelo existente. Quisiera creer que esto se debe a que el gobierno no ha comprendido bien las demandas, pero temo que es todo lo contrario: lo ha comprendido perfectamente y no está dispuesto a abrir la puerta.
Lo más curioso ha sido, sin embargo, la actitud de los rectores. En el caso de quienes lideran instituciones del Consejo de Rectores, estos han pasado por varias etapas. En un momento se unieron a los estudiantes. Cuando pensaron que sus demandas estaban satisfechas se trataron de instalar como mediadores y los estudiantes los desconocieron como tales. Por lo mismo quedaron a espaldas de todos. Ahora el gobierno les planteó un presupuesto que en nada cumple con sus requerimientos y, con la cola entre las piernas, deberán hacer frente común con los estudiantes y si no logran alinear a los parlamentarios, perderán la pelea por un presupuesto razonable y con ello también la posibilidad de tener fondos basales para financiar su investigación (no hay que olvidar que alrededor de 90% de toda la investigación científica se realiza en instituciones del CRUCH).
Los rectores de las instituciones privadas no pertenecientes al Consejo son quienes hasta ahora, sin hacer mucho, aparecerán como los grandes ganadores del conflicto si las cosas siguen el rumbo que llevan. Y ello explica su silencio. Sus estudiantes tendrán acceso a un crédito en igualdad de condiciones que los del CRUCH (lo que es de toda justicia), los fondos de desarrollo organizacional se extenderán a todas las instituciones y, además, se les creará una superintendencia que no tendrá posibilidad alguna de controlar el lucro de los sostenedores (que de hecho técnicamente no existe; basta con mirar cualquier balance anual). Además instalarán como único criterio para evaluar una universidad la acreditación institucional, sin considerar áreas ni años. Es lo que se argumenta para defender un supuesto estándar de calidad y el acceso igualitario a recursos públicos. Y como si fuera poco, le están exigiendo al gobierno que amplíe el Consejo de Rectores.
La movida es notable; está por verse si resulta. Si ello es así, habremos asistido a uno de los eventos más paradójicos de las últimas décadas.

martes, 18 de octubre de 2011

jueves, 8 de septiembre de 2011

Prontuarios y Claveles

El martes recién pasado se presentó la novela del escritor porteño Omar Saavedra Santis, "Prontuarios y Claveles" (Simplemente Editores, 2011).
La presentación estuvo a cargo del Premio Nacional de Literatura, el escritor José Miguel Varas, y del profesor de literatura chilena contemporánea de la Universidad de Chile, Cristian Montes.
"Prontuarios y Claveles" es un novela que, a juicio de quienes la conocen, merece ser leída, no sólo por su calidad literaria, sino también por su gran aporte a pensar Chile.

*Fotos gentileza de Margaret Snook





lunes, 29 de agosto de 2011

Noche de miércoles en Brasil

Fotos tomadas durante el cacerolazo del miércoles pasado en el Barrio Brasil. A propósito de violencia policial.





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domingo, 28 de agosto de 2011

Chile está de Carnaval

* Por Daniel Casanova y Enrique Fernández

Ya se ha escrito suficiente sobre el hecho que el movimiento social que hemos visto en los últimos meses es el más importante de las últimas décadas en Chile. Todo tipo de analistas y comentaristas han hablado de ello.

Queda pendiente, sin embargo, una pregunta: ¿por qué este movimiento ha tomado tal vuelo que no ha podido ser encauzado, más allá del agotamiento de la capacidad de representación de los partidos políticos?

No tenemos una respuesta precisa, pero sí una sospecha que podría contribuir a ella. Aunque no debiera ser necesario decirlo, por cualquier suspicacia, preferimos hacerlo: en ningún caso pensamos que sea necesario encauzar o sofocar este movimiento. Todo lo contrario. Sólo nos preguntamos por su explosión.

Pensamos que la razón de la imposibilidad de encauzar este desborde tiene que ver con la pérdida de legitimidad moral de los interlocutores.

En especial de dos figuras: la oposición y el presidente de la república.

El capital moral de la Concertación tiene un origen múltiple y valioso, pero tal vez su mayor valor residía en haber sufrido indecibles violaciones a los derechos humanos y aún así haber decidido regresar, derrocar al dictador, hacerse del poder y tratar de construir un Chile mejor. En cualquier discusión, el argumento de la violencia sufrida, operaba silenciando la disidencia y generando admiración, sobre todo en quienes vimos de cerca a los sicarios del general. Pero la nueva generación no reconoce de igual modo esa estatura moral. Le asigna valor, sin duda, pero no le basta para justificar que la política sólo se restrinja a lo posible. Ellos no conocen el miedo a los militares disfrazados de heroicos combatientes, jugando a hacer un “boinazo” o un “ejercicio de enlace”. Más importante aún, no tienen porque conocerlo. En este momento hay que hacer algo más que abrirse la camisa para mostrar las cicatrices. Por lo mismo, el argumento moral no puede operar como mecanismo de silenciamiento, ni por la vía del temor, ni de la admiración. El último ejemplo de esta situación fue la rabieta de Bitar frente al vicepresidente de la FECH.

En lo que respecta a la figura del Presidente de la República, pensamos que la llegada de Piñera le ha restado legitimidad a esta institución, cuya solemnidad de alguna manera operaba como contención paterna de la prole. Puedes discrepar y hasta odiar a tu papá, pero te mandaba un grito y te ibas a tu pieza. Pero la estampa payasesca de Piñera, sus modos de bufón, su vestimenta de vendedor de celulares (recordemos las chaquetas rojas del inicio) y, en general, un modo de ser presidente que mira al pueblo con la condescendiente benevolencia y autoritarismo con que se trata a un débil mental, han hecho que éste no sea respetado por la ciudadanía. Lejanos están los días en que Lagos se paraba frente a quienes lo increpaban y les planteaba un argumento republicano para dialogar. También, aquellos en que la Bachelet se acercaba a la gente para escuchar de cerca sus dolores. Hoy, en cambio, vivimos del puro chascarro y la violencia. El punto culminante fue cuando un niño le dio un golpe a Piñera y la prensa de farándula hizo de ello un festín. Piñera no encarna la figura del Presidente; es más bien el patrón que sonríe a los empleados que está expoliando, en el paseo de fin de año o en el asado del dieciocho. La rotada socarrona está a la espera de que le vaya mal y está disponible, llegada la hora oportuna, para hacerle una zancadilla.

En síntesis, el movimiento actual, tiene una visión de la política que va mucho más allá de las restricciones que las actuales elites juzgan como “lo posible”; pero, por sobre todo, no les reconocen a éstas la estatura moral para considerarlos como interlocutores válidos. A la oposición porque el argumento del dolor se agotó, y a la presidencia porque su nuevo habitante la destruyó.

Sin estas amarras el movimiento se desbordó y lo hizo de la mejor manera imaginable: como carnaval.

miércoles, 24 de agosto de 2011

La Maratón de Jacinto Molina. El Ictus invita a otro periplo

Por Savinio de Berger

“¡Levántate y corre!”.

En verdad, el mandato original tiene una vetusta edad bíblica. En la literatura neotestamentaria él aparece registrado en el último y más controvertido de los evangelios canónicos, el del apóstol Juan (el que según dicen algunos, era el discípulo favorito de Jesús), quien narra uno de los prodigios más conocidos y populares de su maestro, que acaece cuando este le da una imperativa orden médica a un enfermo, cuyas dolencias lo tenían casi cuarenta años pegado a la cama: “¡Levántate y anda!”, dice Juan que le dijo.

El título del nuevo espectáculo, creación colectiva, que el Teatro Ictus ofrece en estos días en su sala de calle Merced, es una variación bastante más categórica y urgente que aquella vieja frase del Libro.

“¡Levántate y corre!” es una proposición que el Ictus no sólo hace a los que aún les funcionan los oídos para oír, y quizá también los ojos para ver, sino ante nada a los que se niegan a olvidar la función de sus pies. Es una demanda de auxilio, una voz de suma urgencia que resuena in crescendo desde el comienzo hasta el final de esta, su nueva oferta escénica.

“¡Levántate y corre!” es el último llamado con que su conciencia obliga al profesor Jacinto Molina (Nissim Sharim) a endilgárselas a la región siempre incierta de los recuerdos. Antes de partir, él y su mujer, Leonor, (María Elena Duvauchelle), nos entregan una telegráfica declaración de principios (y finales) sobre el sentido de este viaje a todas y ninguna parte de la vida de un hombre que se decide a enfrentar la jodida tarea de preguntar y preguntarse. También Clavel, (Roberto Poblete), el ubicuo amigo-enemigo de Molina, nos expone a comienzos del viaje, la contabilidad de las razones que lo llevarán a intentar disuadir al profesor Molina de su deschavetada intención de realizar este trayecto retroactivo, huérfano de todo sentido práctico, según Clavel. Lo que sigue, el viaje mismo, es una poética caleidoscopía de nostalgias y frustraciones, culpas ajenas y delitos propios; un rebobinaje histórico de nuestros rollos más íntimos; una mirada contumaz a ese espejo mañanero en el baño cuando nos creemos solos. Desde su comienzo, este viaje de Jacinto Molina se anuncia como una aventura asaz trabajosa, porque ella nos conduce al escondido patio trasero de esas biografías que insistimos en llamar celosamente personales sólo para evitar reconocer la porción de (ir)responsabilidad que nos cabe a cada uno en el amasijo de nuestro destino colectivo.

Por cierto, el de Jacinto Molina no es un viaje a tierra de nadie, ni lo realiza sin ayuda cartográfica. Otros antes que él ya han estado allí y dejado sus huellas en esas estaciones y situaciones. Reconocemos el paso de Joseph K., por los pasillos eternamente circulares de unos tribunales ciegos; escuchamos los susurros de los detenidos desparecidos que aún flotan en el aire; nos alcanzan todavía los sentimentales ecos sangrientos de Lili Marleen. Al mismo tiempo durante ese viaje nos vuelve a rozar también la memoria del amor primero, de aquel tiempo en que nos preguntábamos en el dialecto de Chillán ¿qué se ama cuando se ama?; reaprendemos que es posible darle una vuelta al día en ochenta mundos; nos reencontramos en ese viaje de Jacinto Molina con la certeza de que no es un trabajo de amor perdido defendernos con alma y corazón del neocanibalismo que se afana en devorar lo que nos va quedando de alma y corazón.

El fin del viaje de Jacinto Miranda pareciera terminar en el punto donde comienza, pero no es así. Fiel a su dialéctica e historia, el Ictus al final de su propuesta, lanza al rostro de quienes lo aplauden, una botella con un mensaje. Esta vez, es un recado a todos los que intentan el regreso a las Itacas de Kavafis: “no apures tu viaje. / Lo mejor es que dure muchos años; / y que desembarques, ya viejo en la isla / rico con lo que ganaste en la travesía”.

Naturalmente este nuevo opus del Ictus no es un panfleto moralista. Es un simple exorcismo de risa y poesía, un ejercicio de seso y amor contra la maligna trivialidad nuestra de cada día, una salvaguardia contra la precariedad mental de nuestros príncipes. El colectivo del Ictus muestra en esta nueva creación suya una mano segura y afortunada para guiar el relato escénico del viaje de Jacinto Miranda con un texto inteligente sin miedo a las palabras ni a las ideas, y mucho menos a pronunciarlas. La puesta en escena (que lleva la firma de Nissim Sharim) prescinde prácticamente de todo aparato y artificio. Su materialidad es de una sencillez franciscana. La dirección se concentra y se hace fuerte en lo que bien tiene: un equipo de actores que asegura un efectivo juego compartido, en el que por supuesto brillan con luces propias los acostumbrados rendimientos individuales de Sharim, Poblete y Duvauchelle. Junto a este viejo tercio sin embargo, Solange Treguear y Rodrigo Contreras, en roles instrumentales de más hueso que carne, cumplen bien y sin ningún mérito menor con lo suyo. Las deficiencias acústicas de la banda sonora y el pobre inserto visual-digital no logran mermar la ganancia indiscutible con que el espectador abandona la sala, pero sirven para recordar algunas de las muchas necesidades materiales con que el Teatro Ictus arrastra heroico su supervivencia.

Cuenta Juan en su evangelio homónimo que cuando su Maestro, a orillas del lago mágico de Bethesda, le ordenó al enfermo “¡Levántate y anda!”, lo hizo para curarlo de su enfermedad. Cuando aquí en Santiago el Ictus nos recomienda: “¡Levántate y corre!”, es más o menos para lo mismo.

jueves, 18 de agosto de 2011

La farra permanente

Chile vive hoy, gracias a los estudiantes, un gran momento histórico.
Ellos han levantado reivindicaciones que los adultos no fuimos capaces de representar. Ni hablar del coraje que han demostrado.
Durante más de tres meses se han enfrentado con fuerza, audacia y creatividad a la violenta intransigencia ideológica de un gobierno que lucha por mantener los privilegios de las elites, en perjuicio de los más pobres y las clases medias.
Más allá de sus posturas contrapuestas, sin embargo, tanto los estudiantes como el gobierno tienen algo en común: su lúcida conciencia del momento histórico que están viviendo.
Esto, que a primera vista puede parecer contradictorio, no lo es. Los estudiantes saben que están a punto de ganar la lucha más importante de los últimos 40 años de la historia de Chile. Saben que están a un paso de lograr que los privilegios de pocos pasen a ser, al menos en una medida aceptable (y no indignante como ahora), un derecho de muchos. Saben que no se puede seguir con un sistema educativo que, por descansar sobre las desregulaciones de mercado, condene a los pobres a continuar siéndolo por generaciones, y reserve para los ricos los bolsones de opulencia y bienestar. Saben también, que es ahora o nunca, que no pueden dejarse instrumentalizar como el movimiento pingüino del 2006, que fue ahogado por los partidos, luego que sus dirigentes aceptaran "seguir la línea". Pero, por sobre todo, saben que han asumido una responsabilidad histórica sobre las generaciones futuras que, a diferencia de lo que sucedió con nosotros los adultos, no pueden defraudar.
También la derecha es conciente de este momento histórico. Ella tiene claro que si abren la puerta, los estudiantes la trabarán con un pie y no podrán volver a cerrala. Saben que esto puede significar el inicio de una pérdida progresiva de privilegios y exclusividad, que puede conducir a una inaceptable homogeneización social. Saben que la movilidad está bien, pero hasta cierto punto. Para ser más exactos, hasta el punto que garantiza el sistema educativo actual. Pero por sobre todo saben que no pueden dejarse doblegar por una manada de quinceañeros soñadores que han perdido el sentido de la realidad y, por lo mismo, de lo posible. Por responsabilidad histórica con el país y su clase, saben que deben devolver a la manada al orden, aunque sea resucitando los fantasmas de la UP (como lo hizo Piñera) o amenazando con sus lacayos militares (al estilo Zalaquett).
Quienes continúan sin comprender nada son los partidos de la agónica Concertación. Ellos se debaten en la permanente duda de apoyar o no el movimiento, y en qué medida. Sin responsabilidad política por ningún sector social, se entretienen en cálculos relativos a las ventajas o desventajas de apoyar a los estudiantes. Peor aún, calculadora en mano se dedican a estudiar y definir cupos municipales para una elección en la que no votará nadie. Su postura es lamentable. Si la Concertación tuvo algo de noble y arrojado (y sin duda lo tuvo), lo está perdiendo a gran velocidad.
Mientras la derecha y los estudiantes se enfrentan sin tregua desde trincheras opuestas, develándose y desangrándose, la Concertación se refugia en una taberna, en una especie de farra insensata y permanente.
Si no se apresura en comprender y lograr algún grado de compromiso con este momento histórico es probable que su funeral sea aún antes de lo esperado.

martes, 16 de agosto de 2011

Espacio público, protestas estudiantiles, y planificación

*Por Extra-parlamentario

El presidente S.E.S.P. recibió en la moneda a algunos de los más recientes presidentes de Chile. Cuando vi esto, pensé en la gran oportunidad que era este encuentro para planificar

Se debe, a estas alturas, por lo menos una explicación a todos esos ciudadanos que tienen ideas para un Chile mejor, que anhelan transitar hacia un país moderno, y que por lo mismo consideran fundamental planificar el desarrollo país. (Planificar es una tarea tan compleja, como desafiante para quienes se interesan en el tema).

La educación es el punto de inicio (sin retorno). Desde éste se desatan gran parte de las sinergias necesarias para impulsar la bien conceptualizada "Sociedad del Conocimiento".

Este planteamiento sería adecuado para poner bajo análisis varios de los problemas que preocupan a nuestra sociedad (transantiago, regionalización, energía, medio ambiente, gobernabilidad, entre otros). Basta ir a una de las protestas de educación y darse cuenta que albergan cientos de demandas ciudadanas, irresueltas.

La derecha y la izquierda hace rato que están en línea recta, como si el no estar convencidos de sus principios fuese una falta. La clase política no está siendo capaz de llevar los problemas del país. Y de la elite ni hablar. ¿Cuál elite?. Esa que creyó que las becas para estudiar en el extranjero estaban diseñadas para hijos de ministros que querían pasarlo bien. La elite, como tal, está en crisis.

Quizás sea esa la razón por la cual los políticos están inhabilitados de planificar. Una planificación necesita de plasticidad y espacio para la creación.

Quizás sea esa la misma razón porque puedan hacer una aberración como la de la foto.

"Una ciclo vía, frente a un parque en pleno centro de Santiago, que le quitó espacio a los peatones". “Una ciclo vía que termina en la estación de metro más importante del transporte de la ciudad., pero de un sistema de transporte que impide subirse con bicicleta a sus pasajeros, imposibilitándolos para alternar medios de transportes, para hacer más eficientes sus trayectos ", "personas que, a falta de una, usan la ciclo vía como vereda. Lo que termino por dañar varios metros del parque, producto del paso de peatones y ciclistas que se esquivan unos a otros".

El futuro de Chile está en el acceso de sus ciudadanos a educación. Por algo están los estudiantes en toma y en las calles. Mientras tanto, la clase política se sigue equivocando, planificando llevar las protestas desde el espacio público que ellos eligen democráticamente como su lugar de manifestación, hacia las calles del sector sur de Santiago centro donde lograron reducir su espacio de expresión, como medida de represión para reducir las protestas, pero terminaron acentuando el vandalismo enmascarado, que atentó contra departamentos y vehículos de gente que seguramente no puede pagar la educación de sus hijos.

lunes, 8 de agosto de 2011

Harina y afrecho

*Por Daniel Casanova

Debemos al movimiento estudiantil la conciencia de que está en la esencia del sistema de enseñanza chileno, la producción de una rigurosa segmentación de la calidad según el nivel socio económico de las familias. Esto es una verdad rotundamente empírica, determinante de todos los restantes aspectos de la educación y que sólo se puede solucionar mediante un radical cambio en el sistema, que elimine las raíces de la segmentación. De esta manera, los estudiantes están apuntando al fin al corazón del problema: el lucro, la selección de estudiantes y el "apartheid educativo".

Frente a lo anterior, palidecen y hasta aparecen como ridículas, todas las preocupaciones e iniciativas anteriores de los expertos universitarios y los "policy makers". Que diáfana resulta hoy la fatuidad imbécil de los semáforos, de una hora de historia menos y una de matemática más, la carta de compromiso que mandó el ex ministro a los padres instando a que los papás se preocupen de que los niños vean menos TV y estudien más. ¡¡Que ñoñería gigante son los liceos de excelencia!!

Pero no sólo eso. Cuán extraviadas aparecen ahora las tendencias y discusiones académicas frecuentes en educación: las teorías de la construcción curricular, el constructivismo radical, el aprender a aprender, el profesor facilitador, la informática educativa y la gestión del conocimiento, las competencias, la formación inicial de profesores, la formación en valores, la innovación educativa de aula y cuánto neocatecismo pedagógico que buscó sus 15 minutos de fama y un púlpito desde dónde hacer gárgaras.

Lo común a todas estas ideologías fue levantar una cabeza de turco como gran explicación de los males de la educación, que les permitiese autoproclamar su relevancia. Han cumplido todos estos años con la triste función de desviar la atención hacia aspectos que quizás pueden relevarse en otro contexto, pero que en éste mundo real, aquél contra el que luchan los estudiantes, importan apenas accesoriamente. Todos caímos en la trampa, pero la realidad les está pasando por encima. ¿O alguien le cabe duda que, se haga lo que hagas en, -digamos-, la formación inicial de profesores, en este sistema se segmentará a los peores para que le hagan clases a los más pobres?

Los estudiantes han llegado al núcleo; y una vez que se llega allí estamos en la necesidad de reinvención del mundo; en el todo o nada. Si los estudiantes no aflojan la presión por el desgaste, las elites están ante un zapato chino; tanto las que están el gobierno como las que no.

Se acerca la hora de la tristeza: las elites dicen "harina" pero los estudiantes saben que es "afrecho".

Todo indica que los estudiantes pondrán el pecho, como ya lo pronosticó Violeta Parra.

martes, 26 de julio de 2011

Las apariencias engañan, demasiadas veces

El país se ha puesto, al menos en algún sentido, entretenido.
La derecha aparece atacando al propio empresariado. Lo dijo Fra Fra cuando la Ministra del Trabajo, Evelyn Matthei, le prometió las penas del infierno por traer engañados a trabajadores paraguayos y mantenerlos en condiciones esclavas en algunos de sus fundos: “He leído sin sorpresa una declaración en que haciendo uso de su cargo de Ministra del Trabajo -en circunstancias que nunca ha creado trabajo para nadie y que permanentemente posa de izquierdista para ocultar su condición de hija de general golpista-, Evelyn Matthei lanza acusaciones personales, en mi contra en razón de un programa de capacitación y eventual posterior contratación de ciudadanos paraguayos”.
Algo parecido sucedió con el recientemente nominado Ministro de Economía, Fomento y Turismo, Pablo Longueira, cuando las emprendió contra Wal Mart (Líder) por mantener a sus ex deudores en DICOM. El propio gerente le respondió que no había ninguna ley que los obligara a retirarlos de de ahí.
A lo que el director del SERNAC, retrucó señalando: "la defensa de los consumidores no tiene color político". Por lo mismo, hay que proteger sus derechos más allá de todo interés empresarial.
¿Qué significa esto? ¿Será verdad, como dice Fra Fra que la derecha, para quedar bien con los votantes, está haciendo política de izquierda?
Pienso que no.
Es mucho más simple que ello: la derecha, está siendo consecuente con ella misma, está haciendo política de derecha. Es decir, está dándole al sistema una sustento moral para que pueda operar mejor.
Un gran error es pensar que el capitalismo es amoral. Tal vez lo puede ser, pero en países con una gran precariedad institucional o donde el consumidor puede ser objeto de una estafa financiera equivalente a la explotación y precariedad laboral de los obreros. Esto no sucede sin embargo en los países desarrollados. Tampoco significa esto que el capitalismo sea bondadoso. Puede ser caritativo, pero eso es otra cosa.
No se debe/puede estafar al consumidor. Pero no porque éste no sea susceptible de estafa, sino porque si lo es, comenzará a desconfiar del sistema y ello puede tener grandes repercusiones financieras. Lo que importa, entonces, es que en las casas comerciales no lo estafen. Que lo endeuden está bien, pero sin estafarlo más allá de toda norma. Una situación como esa conduce a hechos como el de La Polar, en que la empresa renegociaba unilateralmente los contratos.
Lo que sucedió no se puede repetir. Ganar con la venta de acciones está bien, incluso si ello implica que los endeudados clientes paguen interese usureros. Lo que no está bien es que ello llegue a un punto en que destruya la confianza del sistema financiero.
Por lo mismo, no hay que confundirse. Lo que la derecha está haciendo no es política de izquierda. Está lejos de ello. Lo que busca es introducir algunas regulaciones que optimicen el funcionamiento del sistema en beneficio de sí mismo y del capital de los inversionistas. Y de paso, conseguir un par de votos.
Pero esto no tiene ninguna relación con proteger a los consumidores, o a los trabajadores, como muchos piensan.

lunes, 18 de julio de 2011

Las viudas de Bielsa

La verdad es que de fútbol sé poco. No lo digo con ese orgullo pseudointelectual que muchos académicos usan para marcar distancia de prácticas demasiado mundanas. Lo digo en serio. Tiene que ver con que nunca me interesó mucho como deporte y, sobre todo, con que no tengo televisión hace más de dos décadas.
Esto no significa que no me haya interesado el fútbol. Al contrario, he visto todos los mundiales desde que tengo recuerdo y muchos partidos argentinos y brasileños. También algo de las copas europeas.
Esta experiencia me ha permitido distinguir al menos una cosa: el fútbol que me entretiene y el que me aburre.
Me entretiene el argentino, el brasileño, el inglés, el de varios países del África Negra. Me aburre el fútbol alemán, el asiático, el chileno.
Me gustan los equipos que combinan intensidad, velocidad y creatividad. Me aburren los que se dedican a cuidar la pelota por miedo a que se las quiten y, sobre todo, los que retroceden más de lo que avanzan.
El fútbol chileno lo he visto escasamente. Me parece, en general, lento y mezquino. Demasiado cauteloso. Pero como digo, no entiendo mucho, por lo que puedo estar siendo tremendamente injusto.
Escribo esto porque me considero lo que Borghi llamó las viudas de Bielsa. Recién asumido como el entrenador de la nueva directiva de la ANFP, y algo molesto por la sombra de Bielsa que los medios insisten en agrandar, señaló que "la era Bielsa dejó más viudas que la segunda guerra mundial".
Me pareció un frase grosera, despectiva. Explico por qué.
Se equivocan quienes miden a la selección de Bielsa por sus resultados, como lo hizo entre otros Pellegrini. Se equivocan por dos razones: primero, no porque Chile llegara en el mundial pasado al mismo lugar que la selección de Acosta en el mundial del 98, sino porque fue segundo en las eliminatorias, con una tremenda campaña. Diez partidos ganados; uno más que Brasil que fue primero; y 32 goles a favor.
Pero sobre todo se equivocan porque Bielsa le regaló al fútbol chileno algo que éste no estaba acostumbrado a tener: dignidad. Dignidad para pararse en la cancha de tú a tú con equipos que probablemente le iban a ganar. No estoy hablando de la falsa dignidad de quien se sabe perdedor, sino la del que da la pelea para ganar contra todo pronóstico.
La selección de Bielsa tuvo intensidad, velocidad y creatividad. No era un equipo que se dedicara a protegerse. Cosa que volvimos a ver en los partidos recientes de Chile, especialmente en el contra Perú. Fue, guardando las proporciones, una especie de reencuentro con el pasado, con la calculadora que habíamos comenzado a olvidar.
En fin. No es mi intención hablar mal de Borghi como entrenador. Sé muy poco de fútbol como para hacerlo. Sólo quiero decir que, como viuda de Bielsa, eché de menos la disciplina en la cancha y, sobre todo, el coraje que obliga al ataque.
Bielsa tenía algo del míster Peregrino Fernández, el entrenador inventado por Soriano: a él le encantaba ver la pelota cerca de los arcos y fijarse poco en la tabla de posiciones.
Borghi, tal vez, vivió demasiado tiempo en Chile.

martes, 12 de julio de 2011

El profe y su power point*

* Por Daniel Casanova

Nada peor que el profesor que, impávido frente a sus estudiantes, se limita a aburrir a la audiencia, leyendo un intrascendente power point con los contenidos de una clase preparada sin ningún rigor.

El Mercurio ha publicado en el día de hoy el reportaje titulado "El informe del Consejo Asesor de Bachelet que pudo evitar el estallido de los estudiantes universitarios". La bajada del titular reza: "Un grupo transversal de expertos y alumnos le entregó al gobierno anterior un informe con ideas para resolver la controversia del lucro, para igualar el acceso a la educación superior y para apoyar a las universidades estatales de regiones, entre otras propuestas. Ninguna de estas medidas se adoptó. Tres años después, esos mismos temas gatillaron las actuales movilizaciones."

En efecto, el gobierno de Bachelet encargó este informe. El Mercurio quiere hacerlo aparecer como el hallazgo de un documento clasificado, en circunstancias de que fue público desde que fue entregado en el año 2008 (aunque siempre es posible que los autores del reportaje, en efecto, recién descubrieran el documento). Por otra parte, el mismo reportaje alude a que el gobierno también encargó una evaluación de la política pública en educación superior a la OECD, el cuál fue entregado y publicado en el año 2009. Estos dos documentos, generados con independencia del gobierno de turno, son los que debieron nutrir la política del estado en el gobierno siguiente. Bien leídos los hechos, la existencia de estos informes al final del gobierno anterior, sólo demuestra que se detectaron los problemas, se encargaron las evaluaciones pertinentes y quedaron allí los insumos para el diseño de la política pública, apenas un año antes del cambio de mando.

¿Será culpa de Bachelet que, obviando esos insumos, el MINEDUC haya preferido sacar en gira al Jefe de la División de Educación Superior con un power point con un remedo de inconsulta política pública, que no enfrentaba los temas que la ciudadanía les hizo estallar en la cara? ¿No era éste el gobierno de la excelencia? El primero se tomó su tiempo en "preparar la clase"; el segundo no leyó nada y sacó un power point de debajo de la manga, como los malos profesores.

Los estudiantes tuvieron razón, al colgar el lienzo: "Chileno, 44 años después, El Mercurio sigue mintiendo".

miércoles, 6 de julio de 2011

Felicitaciones a la derecha

Habitualmente este blog no felicita a la derecha política. Al contrario, la critica por su mirada simplista y excluyente de la sociedad. Y, por sobre todo, por su inclemente capacidad de imponer por la fuerza de las armas o del dinero, puntos de vista y realidades destinadas sólo a favorecerla y reproducirla.
Sin embargo, en esta ocasión parece necesario reconocerle a la derecha un valor: su consecuencia.
No se trata de una ironía como las que habitualmente pueblan estas páginas. Al contrario, las felicitaciones son honestas. Explico porqué.
Éste es sin duda el peor momento del gobierno de Piñera. Las encuestas lo sitúan a ras de suelo. La gente no sólo no le cree, sino que lo rechaza. Sus ministros, salvo un par de excepciones, van en caída libre. El mismo Presidente ha debido salir a explicar que no le importan los resultados en las encuestas, sino lo que su gobierno está dispuesto a hacer por el bien de Chile.
Creo que hay dos formas de ver esto. Por un lado, pensar efectivamente que no le importan las encuestas, ya que los negocios que harán en estos años serán tan grandes que le asegurarán a la elite de derecha su reproducción económica por las siguientes décadas en que no volverán al poder.
Por otro, uno podría pensar que su idea acerca del desarrollo y bienestar del país es sincera y que, por lo mismo, están dispuestos a pagar los costos que sea por llevarla adelante.
En cualquiera de los dos casos hay un hecho evidente: éste podría haber sido el momento ideal para sucumbir a la tentación del populismo. Podría haber prometido cualquier cosa. Además, tiene el dinero para hacerlo, ya que los ahorros del cobre están disponibles para todo tipo de insensatez.
Pero no lo ha hecho, al menos hasta ahora. Ya sea por consecuencia con sus objetivos económicos o por su convicción sobre la forma que debe adoptar el desarrollo. Como sea, no lo hizo. No se ha dejado tentar por el populismo con el fin de hacerse querida por quienes hoy la rechazan y proyectar posibilidades electorales futuras. Esto, sin duda, merece una felicitación. Aún cuando uno no comparta sus preceptos.
La situación general, sin embargo, es compleja. Si bien la derecha y antes la Concertación, se han subordinado a las mezquinas posibilidades de la macroeconomía para ajustar sus promesas y su política a la "medida de los posible", ello deja un campo infinito para que algún tipo de caudillo populista aproveche la disconformidad general que se está expresando, y la canalice por la vía de la promesa fácil.
Tal vez quien está más cerca de ello sea MEO. Que insiste en aparecer de tarde en tarde ofreciendo financiamientos, matrimonios, impuestos y plebiscitos, a diestra y siniestra. Nada contra la oferta, sino contra su extemporaneidad. No hay que olvidar que fue un honorable diputado de la república y que llegado los momentos de inflexión guardó respetuoso silencio frente al statu quo.
A pesar de ello, no deja de ser preocupante su oportunista presencia. De hecho, las banderas del PRO (su propio partido) fueron prácticamente las únicas que flamearon durante las protestas estudiantiles. En una esquina, medio escondidas, pero ahí estuvieron.
Esperemos que la derecha sea nuevamente consecuente y no vuelva a financiar la campaña de MEO, ni a ponerlo sistemáticamente en la portada de todos sus diarios, aun cuando los resultados de las encuestas no le favorezcan.
No porque sea mejor una izquierda liberal-conservadora, como la que hemos tenido, sino por que puede ser mucho peor una aventura ególatra-populista.

lunes, 27 de junio de 2011

El lucro en la educación: dejemos de tirar al voleo

Gracias a las protestas estudiantiles ha resurgido un tema que los más viejos nos habíamos preocupado de ocultar o, al menos, de ignorar: el lucro en la educación.
Sobre él se han dicho y escrito en las últimas semanas verdaderos tratados.
Todos, cual más cual menos, han expresado su opinión. Muchos han hablado con sinceridad y hasta con dolor, otros lo han hecho con fines estratégicos, no pocos han sido instrumentalizados por los medios, en función de intereses difíciles de descifrar.
Lo primero que habría que preguntarse, pienso, es por la pertinencia del lucro en la educación. Es decir, por la aceptación social de que alguien genere utilidades con la formación de las generaciones más jóvenes y se apropie de ellas. ¿Está bien que alguien se enriquezca a partir del esfuerzo de una familia por educar a sus hijos e hijas?
Esta pregunta sólo puede ser resuelta por la política. Y la respuesta que le demos, dirá en qué sociedad estamos viviendo.
Hay quienes gozan con ejemplos primer mundistas para decirnos lo que hacemos mal y los países nórdicos hacen bien. Que en la prueba Pisa tienen altos resultados, que sus alumnos saben en primero básico lo que los nuestros no saben en octavo, etc. Lo que no dicen es que en esos países la educación es pública y sin fines de lucro. Que la organiza el Estado centralizadamente, que no hay selección social de los estudiantes y que, por lo mismo, los hijos e hijas del chofer se educan en la misma escuela que los del médico.
Una segunda pregunta que deberíamos resolver, es de qué estamos hablando cuando hablamos de lucro. En este punto la confusión es, a mi juicio, espectacular.
¿Lucra un profesor cuando dicta un curso y recibe una remuneración adicional? ¿Lucra una Facultad cuando vende una asesoría y produce un excedente?
De lo único que un profesor dispone para acceder a recursos, salvo que sea dueño de una empresa, es de su trabajo. Gracias a él se gana la vida y se genera un sueldo. Visto así un honorario no puede ser considerado lucro, ya que no es un excedente del que se apropie. Es simplemente un sueldo por lo que sabe hacer. Tampoco es lucro una remuneración adicional: trabajó extra para obtener otro ingreso. Esto lo hacen cientos de profesores dictando clases en varias universidades o haciendo consultorías. (Distinto es que su institución se sienta estafada porque hace trabajos en la jornada que ella paga).
En el caso de una Facultad tampoco es tan claro que sea lucro, ya que, en general, la mayor parte de los excedentes se reinvierten. Es decir, se genera una utilidad de uso público, en la medida que se invierte en la propia institución. Lo mismo es aplicable a las universidades.
Entonces, ¿cuándo hay lucro?, ¿basta con la generación de excedentes para que sea considerado tal?
Los excedentes técnicamente son la diferencia entre el valor del trabajo de los profesores y otros costos, y el valor final del producto que se vende: educación, consultoría, etc.
En el caso de los profesores no es lucro en la medida que es una remuneración recibida por el trabajo realizado y no un excedente generado en la diferencia mencionada. En el caso de las Facultades o universidades, no lo es en la medida que haya reinversión de dichas ganancias en la propia institución. Pero sí lo hay cuando existe apropiación de éstas para fines privados, por valiosos que estos puedan ser.
Si estamos de acuerdo en ello, nos quedaría entonces aún por responder si, como sociedad, queremos o no que se practique el lucro en la educación.

lunes, 20 de junio de 2011

Imágenes de una marcha

Desde el mismo momento en que los estudiantes decidieron salir a la calle, apoyados por distintos gremios, el gobierno no ha hecho otra cosa que desacreditarlos y amenzarlos. Un clásico de la derecha.
Para ello, los medios recurrieron durante toda la semana a mostrar desmanes y destrozos. En ningún momento hablaron de la alegría de quienes marcharon y por un instante se sintieron dueños de la calle y de su futuro, ni mucho menos respondieron las preguntas planteadas.