lunes, 28 de junio de 2010

La competencia en educación es una locura de la derecha

El mostrador, 24 de junio de 2010

Por Jaime Retamal


Martin Carnoy, experto de Stanford de visita en Chile

La posibilidad de dejarse llevar por los prejuicios era alta. Invitado por la Pontificia Universidad Católica. Alojando en un hotel cinco estrellas del Barrio el Golf. Alumno de doctorado en economía de Milton Friedman, Schultz y Arnold Harberger en la mismísima Escuela de Chicago. Compañero de curso de Ernesto Fontaine, Sergio de Castro, Rolf Lüders y Carlos Massad en la época de formación de nuestros “Golden Chicago Boys”: economistas –al decir de ellos mismos- que han aplicado los sanos principios de la buena economía (aquella que responde a la naturaleza humana) en nuestro Chile desde que Pinochet fue Pinochet.

Sin embargo, la conversación que sostuvimos por más de una hora con Martín Carnoy, superó con creces cualquier prejuicio. No se trata precisamente de un “outsider”, un aparecido o un rebelde. Martín Carnoy es actualmente profesor de la Escuela de Educación de la Universidad de Standford. Ha trabajado en los organismos internacionales más importantes realizando estudios sobre la realidad educativa de diversos países. Actualmente está trabajando en Sudáfrica, tratando de descubrir factores relevantes para diagnosticar su nivel educacional. El año 2003 fue jefe del equipo de la OCDE que revisó y evaluó las políticas educativas en Chile, aunque -precisa- conoce a Chile desde hace tiempo: vino varias veces antes de la dictadura y varias después, nunca durante. Ha escrito innumerables papers, algunos de ellos –junto a Patrick McEwan- muy relevantes para comprender nuestra realidad educativa. Hoy está en Chile para presentar su último libro editado por el Fondo de Cultura Económica, titulado “La ventaja académica de Cuba ¿Por qué los estudiantes cubanos rinden más?”.

Humilde en su forma de ser y racional –apegado a las evidencias- en todos sus argumentos. En el lanzamiento de su libro, la sala Matte del Centro de Extensión de la UC no dio abasto. Martín Carnoy un verdadero rock star de los estudios de educación comparada. Un troyano en el sistema de mercado y de la productividad educacional. Un Chicago Boy verdadera y auténticamente díscolo.

La locura de la derecha

Nos dice rotundo, como rotundas son las evidencias, que allá o acá, en USA o en Chile, “¡la idea de crear competición entre escuelas es muy tonta!” Insiste en que “Chile es un chiste”, tan famoso en el mundo por tener un Estado ordenado y tan mal y despreocupadamente que gestiona la educación pública. Se lamenta de nuestra necedad para aplicar las correctas políticas de educación que harían cambiar el sistema. “Si Chile no hubiera cometido el error de crear el sistema de voucher en la época de la dictadura y en vez de ello se hubiese preocupado de la formación de buenos profesores, Chile hoy tendría la mejor educación del mundo”. El punto es que la ideología de la derecha es ciega al sentido común. Para Martín Carnoy el curriculum, la formación de profesores, la gestión de los directores no deben estar entregadas al mercado. Y no por comunismo o fascismo es que se debe de centralizar todos estos procesos, es simplemente porque la evidencia lo demuestra: “En Cuba está centralizado y en Finlandia también, y funciona muy bien en ambos países”. Lo central es el imperativo moral -insiste- de resguardar, para los niños, una educación de calidad. El resto es ideología.

Le preguntamos por los semáforos de Lavín, por los liceos de excelencia, por premiar a los mejores liceos en el SIMCE, por entregar toda la información a las familias para que decidan mejor, por la prueba INICIA. Se indigna. “Es como subvencionar al Real Madrid y al Barcelona. Para qué. Así siempre va a haber una liga primero, otra segunda y otra tercera; los demás no podrán nunca ascender, y además tendrán que jugar siempre con los que quedan, pues la liga premier se llevará siempre a los mejores profesores. Es un sistema que crea más exclusión. Van a crear simplemente más desigualdad. ¿Cómo puedes crear la competición sin un zero sume game? Simplemente el actual gobierno tiene una mala idea e insiste en esa mala idea. Los datos en todas partes del mundo muestran que todo lo que ellos hacen no es la solución: hay al menos 30 estudios que muestran que eso no es la solución, pero ideológicamente ellos no pueden hacer otra cosa, es lo mismo que hacen con la salud; la derecha simplemente no quiere admitir que un sistema privado no funciona. Chile, por más de 30 años, ha evitado la solución”.

Es categórico: “Todo el sistema escolar chileno es de baja calidad. Si tomamos las mejores escuelas chilenas y las comparamos con sus similares en el mundo, están simplemente en el promedio. Es como cuando alguien juega fútbol en su país sin ver por televisión otras ligas del mundo y cree que porque es el mejor en su medio local, podría tener el mismo rendimiento en otros países. El sistema privado no funciona para los más ricos tampoco y las cifras lo demuestran claramente… la idea de crear competición es una locura de la derecha”.

El “secreto” de la calidad

“La idea de crear instituciones de elite no es el secreto, si quieres mejorar la educación tienes que mejorar la formación de profesores y la formación de directores de escuelas: este es el secreto”. Una idea -un poco riéndose de Joaquín Lavín pues sabe que no lo hará y conoce de su idea como alcalde de Santiago de importar médicos cubanos- es la de importar de Cuba cinco mil profesores para enseñar a los profesores chilenos cómo enseñar, guiar, orientar, y discutir las didácticas y metodologías. “Si puedes simular a los buenos profesores, no importa como lo hagas, puedes crear o re-crear esas mismas condiciones acá en Chile.” Sin embargo, es muy escéptico: “Ni en el 2050 habrán hecho lo obvio para mejorar el sistema. ¿Por qué? Simplemente por ideología.”

Ciertamente la desigualdad de base social se replica en la escuela. Pero, la forma más fácil de cambiar esa desigualdad es por medidas financieras y fiscales. Es muy difícil cambiar esa desigualdad por medio de la escuela y las cifras –nos lo repite- son muy claras en este caso. Pero esta imposibilidad no tiene nada que ver con creer que no se puede mejorar la calidad y el rendimiento de los estudiantes.

El Estado Chileno debe mejorar la capacidad del sistema (sus profesores) y no significa que no haya buena capacidad, pero va a las mejores escuelas y todo el resto, la de regular y mala calidad, va al resto de las escuelas. Se debe mejorar la calidad de la capacidad de todo el sistema, en todos los niveles, “pero no es que los profesores chilenos sean tontos, no se les debe echar a ellos la culpa, la culpa es de las facultades pedagógicas que también están entregadas al sistema de libre mercado. En Chile el sistema no les enseña a los profesores –vuelve con la analogía fútbol, sea porque en su juventud fue entrenador, sea por el Mundial- a jugar bien”.

De algo si culpa socarronamente a los profesores en Chile. Los profesores cubanos que tienen la mejor formación de matemáticas en las universidades y que enseñan mejor matemáticas en las escuelas, usan lápiz y papel en la sala de clases. Hacen muchos ejercicios. Pero además, muy importante, discuten con los estudiantes los errores. “En Chile no se discute el error. En Cuba sí”.

lunes, 21 de junio de 2010

Las ratas salen de su escondite

Hace un tiempo atrás algunos medios de la escasa prensa de oposición titularon un par de artículos de manera similar, a propósito de las celebraciones que rodearon la victoria de Piñera.
Parte de las huestes ganadoras se pasearon por las calles de Chile con bustos del difunto dictador gritando consignas como "General Pinochet, este triunfo es para usted".
Era un mal augurio de lo que vendría.
Primero fue la reaparición Hernán Büchi, ex ministro de Hacienda del general (1985-1989) y que la dictadura se preocupó de mostrar como una especie de atleta intelectual, que escalaba cerros y se alimentaba de verduras. Luego de reforzar las medidas neoliberales y perder la elección presidencial de 1989, su figura había perdido relevancia, hasta que reapareció semanas antes de la elección de Piñera. Lo hizo para dictar cátedra sobre las medidas neoliberales que debía adoptar el nuevo gobierno y, luego, para marcarle la línea en las primeras semanas. Parecía una resurrección trasnochada del pinochetismo (algo similar al desentierro de Cristián Larroulet, flamante Ministro Secretario General de la Presidencia de Piñera).
Luego, Miguel Otero, un reconocido partidario de la dictadura que durante años fue segundón en Renovación Nacional, fue nombrado por el nuevo gobierno embajador en Argentina. Antes de cumplir 50 días en su cargo afirmó en una entrevista para el Clarín que la mayoría de la población chilena no sintió la dictadura, que, incluso, la agradeció. Seguramente se refería a la minoría a la que él pertenece y que se siente históricamente como representante de los intereses de la mayoría. Pero el embajador Otero no se dio cuenta que el mundo había cambiado. Que ya no estaban los tiempos para andar justificando y celebrando atrocidades. Los ciudadanos de Argentina y Chile, dos países que vivieron brutales dictaduras, montaron en cólera. Cabizbajo, pero seguramente sin arrepentimientos ni remordimientos, Otero debió renunciar y regresar a Chile a asumir su rol histórico de segundón.
Lo mejor, sin embargo, vino cuando José Piñera, el hermano del Presidente y recordado por la invención del sistema de pensiones chileno, comparó el régimen de Hitler con el gobierno del presidente Allende. La analogía era tan fuera de lugar que hasta el ministro del interior de su hermano debió salir a contradecirlo. Como alguna vez dijo Ricardo Lagos en una entrevista: "en casi cualquier país del mundo que uno visite hay una calle, una plaza o una escuela que se llama Salvador Allende. En ninguno hay algo que se llame Augusto Pinochet". Mucho, menos Adolfo Hitler. Y eso habla de cómo el mundo entiende su propia historia. Bueno, salvo José Piñera.
Lo sucedido no es una gran sorpresa. Era esperable que las ratas comenzaran a salir de su madriguera. Lo interesante es que éstas no son "ratas de cola pelada", como suele decirse en el campo, sino importantes ex personeros políticos.
Piñera está en mala compañía y de él depende que ésta cobre mayor visibilidad o desaparezca para siempre. Tiene que ver con la decisión que él tome respecto al pinochetismo y los pinochetistas que aún pululan en busca de algún reconocimiento histórico que no tendrán.
Salvo que el Presidente estime lo contrario.

sábado, 19 de junio de 2010

Los Excelentes

Por Daniel Casanova

Toda la sutil brutalidad de la nueva forma de gobernar se expresa en los mapas del SIMCE, donde se identificarán con colores los colegios según su rendimiento en esa prueba. "Eso significa que la subvención que va con el niño va a ir al colegio bueno y ese colegio bueno va a crecer y aumentar la matrícula; al mismo tiempo, los colegios que están mal cuando vean que van a perder alumnos tienen que ponerse las pilas y empezar a mejorar, ese es el objetivo", explicó el Ministro Joaquín Lavín.
Este gabinete de la excelencia, con doctorados en universidades de clase mundial, pasa por alto algunas catedrales que están ante sus ojos.
A un observador desprevenido, pero desinteresado, se le ocurriría temprano la hipótesis de que la baja calidad de la educación chilena algo tiene que ver con el hecho de estar entregada a mecanismos de mercado. La simple sincronía temporal de ambos fenómenos (liberalización mercantilista - descenso de la calidad) obligaría a indagar en el fenómeno hasta a un científico aficionado. Es como cuando a alguien se le ocurrió que las mareas tenían que ver con las fases de la luna. Simple inducción.
El mismo observador, sin necesidad de doctorarse en Standford, podría reparar que no existe en el mundo evidencia de sistemas educativos de calidad equitativamente distribuida, cuyo motor sea el lucro y la competencia por estudiantes portadores de la subvención. Es por eso que, cuando los comentaristas mercuriales suelen sacar el caso de Finlandia como ejemplo de un sistema que funciona, enumeran sus características, pero omiten o mencionan a la pasada, que es un sistema mayoritariamente público y bajo fuerte regulación estatal.
Pero si nuestro observador ya no es tan desprevenido y tuvo la suerte de hacer un curso de estadística de pregrado, podrá constatar que el semáforo basado en puntajes brutos promedio es precisamente una brutalidad, ya que no da cuenta de las variaciones internas y de las variables de contexto. Los colores basados en puntajes brutos incentivarán la selección de estudiantes por habilidad en escuelas sobredemandadas y, por esa vía, la reproducción de la ventaja relativa. Luego, existe el riesgo de elegir escuelas de alto puntaje, pero incapaces de enseñar bien y matar a las escuelas de puntaje modesto, que están haciendo un buen esfuerzo positivo en contextos adversos.
Si ya nuestro observador se graduó en una maestría, se percatará que el mercado no es un espacio neutral, y que la capacidad de elegir bien está en directa relación a los recursos económicos y capital cultural disponible en las familias. Según gente como Lavín y sus "excelentes", en el mercado todos somos iguales y las diferencias -en materia educacional- se darán ahora por los diferenciales en la capacidad de elegir bien. O sea, a partir del próximo SIMCE la culpa de la mala educación se traslada a los malos padres que no supieron elegir, pese a que se les entregó el bendito semáforo.
Y a propósito de mercado y lucro, ¿que han dicho las facultades de educación sobre todo esto? Hoy 17 de junio, cuando ya Lavín está repartiendo sus mapitas, si se ingresa en las noticias del Google la cadena de palabras "simce - colores - decano" se obtiene un solitario resultado.

lunes, 14 de junio de 2010

Un año

Ha pasado un año desde que comencé este blog.
El primer artículo lo escribí el domingo 7 de junio de 2009. Ahogado por un mar de trabajo y, en parte, como una forma de escapar de las rutinas cotidianas.
Entre artículos propios, de amigos, fotografías y otros varios, se han hecho 63 publicaciones. Las visitas han sido más de seis mil seiscientas y el artículo que más visitas y comentarios reunió fue el sobre Pelchuquín (http://pensemoschile.blogspot.com/2009/08/pelchuquin.html).
Desde el primer artículo a la fecha he tenido en varias oportunidades dudas acerca de la pertinencia de continuar publicando, acerca de mi disponibilidad de tiempo para hacerlo o sobre mi capacidad imaginativa para seguir buscando temas.
Más importante aún, en muchas ocasiones me he preguntado si el blog se ha acercado siquiera a cumplir las expectativas de tan pretencioso título "Pensemos Chile".
Los comentarios han sido muchos, las más de las veces más inteligentes que los artículos, pero dirigidos a mi correo personal y no al propio espacio del blog. Esto provoca, en alguna medida, que éste no se transforme en un espacio de discusión, sino más bien en una especie de monólogo público.
No me estoy quejando. Simplemente preguntando por el grado de cumplimiento de los objetivos planteados al comienzo (por decirlo en un preciso lenguaje burocrático).
En este año no he cambiado mi convicción de que el debate público debe elevar su nivel, que necesitamos seguir avanzando en la forma como nos pensamos. Que no podemos delegar la reflexión sobre nosotros mismos a la precaria inteligencia mediática, llena de frases hechas, lugares comunes y visiones mezquinas.
Sin embargo, como dije, me pregunto si este espacio contribuye en algo a cambiar esta situación, o no es más que una rutina similar a la de los medios.
Como sea, espero que este año más amigos y amigas acepten esta invitación a hacer de éste un espacio de conversación.
Por mi parte continuaré en mi empeño. No sé hasta cuándo, pero continuaré.


P.S. Cambié el diseño del blog, por si no se dieron cuenta. Pero no pude borrar los "pajaritos" del extremo superior derecho. Si alguien sabe, que por favor me diga como se hace.

lunes, 7 de junio de 2010

Riesgo vital

Julio del año 2000. La sala de conciertos de la Filarmónica de Munich estaba llena, con cerca de mil asistentes. El conocido Hanns-Martin Schneit dirigía la interpretación de la Misa en Si menor de Juan Sebastián Bach. De pronto, sonó un teléfono celular.
La sala entumeció.
El director se giró hacia el público y continuó por un par de minutos dirigiendo la orquesta de espaldas a ella. Como buscando al culpable de tamaño crimen.
El desatino fue considerado tan importante que el mayor semanario alemán (die Zeit) le dedicó un artículo completo al tema de los celulares en su edición número 37 del año 2000. Además pronosticaba que ese hecho podría volver a producirse, ya que pronto uno de cada tres miembros del público tendría teléfono y más de alguien olvidaría apagarlo. Terminaba el artículo hablando sobre la necesidad de generar una "cultura del celular".
El lunes de la semana pasada asistí con unos amigos a un concierto. Los jóvenes y ya bastante conocidos guitarristas Katrin Klingeberg y Sebastián Montes tocaron en la Sala Isidora Zegers de la Facultad de Artes Universidad de Chile.
Fue precisamente en ese concierto en que se me vino a la memoria el artículo del Zeit.
Si bien no soy alguien que vaya con frecuencia a este tipo de actividades, alguna vez me enseñaron que en ellas había que guardar silencio.
Pero lo que sucedió fue sorprendente. Comenzó con la gente que llegaba atrasada y que impúdicamente abría la puerta de la sala y se dedicaba a buscar a tientas un asiento, pidiendo disculpas a quienes atropellaban tratando de llegar a él. Peor aún: hubo quienes en medio del concierto salieron de la sala.
De los celulares ni hablar, sonaron tres veces. Al punto que en un momento Sebastián Montes debió sonreír.
Alguien podría acusarme de exceso de celo, pero hubo varias personas que durante el concierto jugaban con el programa, haciendo el típico ruido que se produce cuando uno manosea un papel.
Hubo algunos momentos deliciosos: alguien sentado un par de filas más atrás roncó durante unos minutos, unos niños jugaban a hacer un ruido similar al que se produce cuando se sopla dentro de una botella (probablemente era eso lo que hacían) y no faltó quienes conversaron en pleno concierto.
Sin embargo, dos fueron las situaciones que merecen especial mención. Una de ellas se produjo cuando alguien comenzó a escarbar en una bolsa de supermercado y a hacer un ruido que durante un minuto o dos (que parecieron una eternidad) se instaló como sonido de fondo del concierto.
La otra se produjo cuando, si la memoria no me falla demasiado, interpretaron Alfonsina y el Mar. Alguien, amparado en el anonimato de la oscuridad, comenzó a tararearla en voz muy baja.
La cantidad de ruidos era increíble. Pero parecía que a gran parte del público no le molestaba. Me gustaría creer que con este tipo de música está sucediendo lo mismo que alguna vez pasó con el tenis, cuando éste dejó de ser un deporte de aristócratas, se democratizó y hasta aparecieron verdaderas "barras" en las tribunas alentado a su jugador o jugadora favorita. Pero me temo que ello no es así, sino que se trata de simple mala educación.
Tal vez no sería una mala idea comenzar cada concierto con la clásica frase con la que el animador del circo nos intimidaba a la hora del trapecio o la cuerda floja: "se ruega al respetable público guardar el más absoluto silencio; cualquier ruido le puede costar la vida al artista".