lunes, 29 de agosto de 2011

Noche de miércoles en Brasil

Fotos tomadas durante el cacerolazo del miércoles pasado en el Barrio Brasil. A propósito de violencia policial.





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domingo, 28 de agosto de 2011

Chile está de Carnaval

* Por Daniel Casanova y Enrique Fernández

Ya se ha escrito suficiente sobre el hecho que el movimiento social que hemos visto en los últimos meses es el más importante de las últimas décadas en Chile. Todo tipo de analistas y comentaristas han hablado de ello.

Queda pendiente, sin embargo, una pregunta: ¿por qué este movimiento ha tomado tal vuelo que no ha podido ser encauzado, más allá del agotamiento de la capacidad de representación de los partidos políticos?

No tenemos una respuesta precisa, pero sí una sospecha que podría contribuir a ella. Aunque no debiera ser necesario decirlo, por cualquier suspicacia, preferimos hacerlo: en ningún caso pensamos que sea necesario encauzar o sofocar este movimiento. Todo lo contrario. Sólo nos preguntamos por su explosión.

Pensamos que la razón de la imposibilidad de encauzar este desborde tiene que ver con la pérdida de legitimidad moral de los interlocutores.

En especial de dos figuras: la oposición y el presidente de la república.

El capital moral de la Concertación tiene un origen múltiple y valioso, pero tal vez su mayor valor residía en haber sufrido indecibles violaciones a los derechos humanos y aún así haber decidido regresar, derrocar al dictador, hacerse del poder y tratar de construir un Chile mejor. En cualquier discusión, el argumento de la violencia sufrida, operaba silenciando la disidencia y generando admiración, sobre todo en quienes vimos de cerca a los sicarios del general. Pero la nueva generación no reconoce de igual modo esa estatura moral. Le asigna valor, sin duda, pero no le basta para justificar que la política sólo se restrinja a lo posible. Ellos no conocen el miedo a los militares disfrazados de heroicos combatientes, jugando a hacer un “boinazo” o un “ejercicio de enlace”. Más importante aún, no tienen porque conocerlo. En este momento hay que hacer algo más que abrirse la camisa para mostrar las cicatrices. Por lo mismo, el argumento moral no puede operar como mecanismo de silenciamiento, ni por la vía del temor, ni de la admiración. El último ejemplo de esta situación fue la rabieta de Bitar frente al vicepresidente de la FECH.

En lo que respecta a la figura del Presidente de la República, pensamos que la llegada de Piñera le ha restado legitimidad a esta institución, cuya solemnidad de alguna manera operaba como contención paterna de la prole. Puedes discrepar y hasta odiar a tu papá, pero te mandaba un grito y te ibas a tu pieza. Pero la estampa payasesca de Piñera, sus modos de bufón, su vestimenta de vendedor de celulares (recordemos las chaquetas rojas del inicio) y, en general, un modo de ser presidente que mira al pueblo con la condescendiente benevolencia y autoritarismo con que se trata a un débil mental, han hecho que éste no sea respetado por la ciudadanía. Lejanos están los días en que Lagos se paraba frente a quienes lo increpaban y les planteaba un argumento republicano para dialogar. También, aquellos en que la Bachelet se acercaba a la gente para escuchar de cerca sus dolores. Hoy, en cambio, vivimos del puro chascarro y la violencia. El punto culminante fue cuando un niño le dio un golpe a Piñera y la prensa de farándula hizo de ello un festín. Piñera no encarna la figura del Presidente; es más bien el patrón que sonríe a los empleados que está expoliando, en el paseo de fin de año o en el asado del dieciocho. La rotada socarrona está a la espera de que le vaya mal y está disponible, llegada la hora oportuna, para hacerle una zancadilla.

En síntesis, el movimiento actual, tiene una visión de la política que va mucho más allá de las restricciones que las actuales elites juzgan como “lo posible”; pero, por sobre todo, no les reconocen a éstas la estatura moral para considerarlos como interlocutores válidos. A la oposición porque el argumento del dolor se agotó, y a la presidencia porque su nuevo habitante la destruyó.

Sin estas amarras el movimiento se desbordó y lo hizo de la mejor manera imaginable: como carnaval.

miércoles, 24 de agosto de 2011

La Maratón de Jacinto Molina. El Ictus invita a otro periplo

Por Savinio de Berger

“¡Levántate y corre!”.

En verdad, el mandato original tiene una vetusta edad bíblica. En la literatura neotestamentaria él aparece registrado en el último y más controvertido de los evangelios canónicos, el del apóstol Juan (el que según dicen algunos, era el discípulo favorito de Jesús), quien narra uno de los prodigios más conocidos y populares de su maestro, que acaece cuando este le da una imperativa orden médica a un enfermo, cuyas dolencias lo tenían casi cuarenta años pegado a la cama: “¡Levántate y anda!”, dice Juan que le dijo.

El título del nuevo espectáculo, creación colectiva, que el Teatro Ictus ofrece en estos días en su sala de calle Merced, es una variación bastante más categórica y urgente que aquella vieja frase del Libro.

“¡Levántate y corre!” es una proposición que el Ictus no sólo hace a los que aún les funcionan los oídos para oír, y quizá también los ojos para ver, sino ante nada a los que se niegan a olvidar la función de sus pies. Es una demanda de auxilio, una voz de suma urgencia que resuena in crescendo desde el comienzo hasta el final de esta, su nueva oferta escénica.

“¡Levántate y corre!” es el último llamado con que su conciencia obliga al profesor Jacinto Molina (Nissim Sharim) a endilgárselas a la región siempre incierta de los recuerdos. Antes de partir, él y su mujer, Leonor, (María Elena Duvauchelle), nos entregan una telegráfica declaración de principios (y finales) sobre el sentido de este viaje a todas y ninguna parte de la vida de un hombre que se decide a enfrentar la jodida tarea de preguntar y preguntarse. También Clavel, (Roberto Poblete), el ubicuo amigo-enemigo de Molina, nos expone a comienzos del viaje, la contabilidad de las razones que lo llevarán a intentar disuadir al profesor Molina de su deschavetada intención de realizar este trayecto retroactivo, huérfano de todo sentido práctico, según Clavel. Lo que sigue, el viaje mismo, es una poética caleidoscopía de nostalgias y frustraciones, culpas ajenas y delitos propios; un rebobinaje histórico de nuestros rollos más íntimos; una mirada contumaz a ese espejo mañanero en el baño cuando nos creemos solos. Desde su comienzo, este viaje de Jacinto Molina se anuncia como una aventura asaz trabajosa, porque ella nos conduce al escondido patio trasero de esas biografías que insistimos en llamar celosamente personales sólo para evitar reconocer la porción de (ir)responsabilidad que nos cabe a cada uno en el amasijo de nuestro destino colectivo.

Por cierto, el de Jacinto Molina no es un viaje a tierra de nadie, ni lo realiza sin ayuda cartográfica. Otros antes que él ya han estado allí y dejado sus huellas en esas estaciones y situaciones. Reconocemos el paso de Joseph K., por los pasillos eternamente circulares de unos tribunales ciegos; escuchamos los susurros de los detenidos desparecidos que aún flotan en el aire; nos alcanzan todavía los sentimentales ecos sangrientos de Lili Marleen. Al mismo tiempo durante ese viaje nos vuelve a rozar también la memoria del amor primero, de aquel tiempo en que nos preguntábamos en el dialecto de Chillán ¿qué se ama cuando se ama?; reaprendemos que es posible darle una vuelta al día en ochenta mundos; nos reencontramos en ese viaje de Jacinto Molina con la certeza de que no es un trabajo de amor perdido defendernos con alma y corazón del neocanibalismo que se afana en devorar lo que nos va quedando de alma y corazón.

El fin del viaje de Jacinto Miranda pareciera terminar en el punto donde comienza, pero no es así. Fiel a su dialéctica e historia, el Ictus al final de su propuesta, lanza al rostro de quienes lo aplauden, una botella con un mensaje. Esta vez, es un recado a todos los que intentan el regreso a las Itacas de Kavafis: “no apures tu viaje. / Lo mejor es que dure muchos años; / y que desembarques, ya viejo en la isla / rico con lo que ganaste en la travesía”.

Naturalmente este nuevo opus del Ictus no es un panfleto moralista. Es un simple exorcismo de risa y poesía, un ejercicio de seso y amor contra la maligna trivialidad nuestra de cada día, una salvaguardia contra la precariedad mental de nuestros príncipes. El colectivo del Ictus muestra en esta nueva creación suya una mano segura y afortunada para guiar el relato escénico del viaje de Jacinto Miranda con un texto inteligente sin miedo a las palabras ni a las ideas, y mucho menos a pronunciarlas. La puesta en escena (que lleva la firma de Nissim Sharim) prescinde prácticamente de todo aparato y artificio. Su materialidad es de una sencillez franciscana. La dirección se concentra y se hace fuerte en lo que bien tiene: un equipo de actores que asegura un efectivo juego compartido, en el que por supuesto brillan con luces propias los acostumbrados rendimientos individuales de Sharim, Poblete y Duvauchelle. Junto a este viejo tercio sin embargo, Solange Treguear y Rodrigo Contreras, en roles instrumentales de más hueso que carne, cumplen bien y sin ningún mérito menor con lo suyo. Las deficiencias acústicas de la banda sonora y el pobre inserto visual-digital no logran mermar la ganancia indiscutible con que el espectador abandona la sala, pero sirven para recordar algunas de las muchas necesidades materiales con que el Teatro Ictus arrastra heroico su supervivencia.

Cuenta Juan en su evangelio homónimo que cuando su Maestro, a orillas del lago mágico de Bethesda, le ordenó al enfermo “¡Levántate y anda!”, lo hizo para curarlo de su enfermedad. Cuando aquí en Santiago el Ictus nos recomienda: “¡Levántate y corre!”, es más o menos para lo mismo.

jueves, 18 de agosto de 2011

La farra permanente

Chile vive hoy, gracias a los estudiantes, un gran momento histórico.
Ellos han levantado reivindicaciones que los adultos no fuimos capaces de representar. Ni hablar del coraje que han demostrado.
Durante más de tres meses se han enfrentado con fuerza, audacia y creatividad a la violenta intransigencia ideológica de un gobierno que lucha por mantener los privilegios de las elites, en perjuicio de los más pobres y las clases medias.
Más allá de sus posturas contrapuestas, sin embargo, tanto los estudiantes como el gobierno tienen algo en común: su lúcida conciencia del momento histórico que están viviendo.
Esto, que a primera vista puede parecer contradictorio, no lo es. Los estudiantes saben que están a punto de ganar la lucha más importante de los últimos 40 años de la historia de Chile. Saben que están a un paso de lograr que los privilegios de pocos pasen a ser, al menos en una medida aceptable (y no indignante como ahora), un derecho de muchos. Saben que no se puede seguir con un sistema educativo que, por descansar sobre las desregulaciones de mercado, condene a los pobres a continuar siéndolo por generaciones, y reserve para los ricos los bolsones de opulencia y bienestar. Saben también, que es ahora o nunca, que no pueden dejarse instrumentalizar como el movimiento pingüino del 2006, que fue ahogado por los partidos, luego que sus dirigentes aceptaran "seguir la línea". Pero, por sobre todo, saben que han asumido una responsabilidad histórica sobre las generaciones futuras que, a diferencia de lo que sucedió con nosotros los adultos, no pueden defraudar.
También la derecha es conciente de este momento histórico. Ella tiene claro que si abren la puerta, los estudiantes la trabarán con un pie y no podrán volver a cerrala. Saben que esto puede significar el inicio de una pérdida progresiva de privilegios y exclusividad, que puede conducir a una inaceptable homogeneización social. Saben que la movilidad está bien, pero hasta cierto punto. Para ser más exactos, hasta el punto que garantiza el sistema educativo actual. Pero por sobre todo saben que no pueden dejarse doblegar por una manada de quinceañeros soñadores que han perdido el sentido de la realidad y, por lo mismo, de lo posible. Por responsabilidad histórica con el país y su clase, saben que deben devolver a la manada al orden, aunque sea resucitando los fantasmas de la UP (como lo hizo Piñera) o amenazando con sus lacayos militares (al estilo Zalaquett).
Quienes continúan sin comprender nada son los partidos de la agónica Concertación. Ellos se debaten en la permanente duda de apoyar o no el movimiento, y en qué medida. Sin responsabilidad política por ningún sector social, se entretienen en cálculos relativos a las ventajas o desventajas de apoyar a los estudiantes. Peor aún, calculadora en mano se dedican a estudiar y definir cupos municipales para una elección en la que no votará nadie. Su postura es lamentable. Si la Concertación tuvo algo de noble y arrojado (y sin duda lo tuvo), lo está perdiendo a gran velocidad.
Mientras la derecha y los estudiantes se enfrentan sin tregua desde trincheras opuestas, develándose y desangrándose, la Concertación se refugia en una taberna, en una especie de farra insensata y permanente.
Si no se apresura en comprender y lograr algún grado de compromiso con este momento histórico es probable que su funeral sea aún antes de lo esperado.

martes, 16 de agosto de 2011

Espacio público, protestas estudiantiles, y planificación

*Por Extra-parlamentario

El presidente S.E.S.P. recibió en la moneda a algunos de los más recientes presidentes de Chile. Cuando vi esto, pensé en la gran oportunidad que era este encuentro para planificar

Se debe, a estas alturas, por lo menos una explicación a todos esos ciudadanos que tienen ideas para un Chile mejor, que anhelan transitar hacia un país moderno, y que por lo mismo consideran fundamental planificar el desarrollo país. (Planificar es una tarea tan compleja, como desafiante para quienes se interesan en el tema).

La educación es el punto de inicio (sin retorno). Desde éste se desatan gran parte de las sinergias necesarias para impulsar la bien conceptualizada "Sociedad del Conocimiento".

Este planteamiento sería adecuado para poner bajo análisis varios de los problemas que preocupan a nuestra sociedad (transantiago, regionalización, energía, medio ambiente, gobernabilidad, entre otros). Basta ir a una de las protestas de educación y darse cuenta que albergan cientos de demandas ciudadanas, irresueltas.

La derecha y la izquierda hace rato que están en línea recta, como si el no estar convencidos de sus principios fuese una falta. La clase política no está siendo capaz de llevar los problemas del país. Y de la elite ni hablar. ¿Cuál elite?. Esa que creyó que las becas para estudiar en el extranjero estaban diseñadas para hijos de ministros que querían pasarlo bien. La elite, como tal, está en crisis.

Quizás sea esa la razón por la cual los políticos están inhabilitados de planificar. Una planificación necesita de plasticidad y espacio para la creación.

Quizás sea esa la misma razón porque puedan hacer una aberración como la de la foto.

"Una ciclo vía, frente a un parque en pleno centro de Santiago, que le quitó espacio a los peatones". “Una ciclo vía que termina en la estación de metro más importante del transporte de la ciudad., pero de un sistema de transporte que impide subirse con bicicleta a sus pasajeros, imposibilitándolos para alternar medios de transportes, para hacer más eficientes sus trayectos ", "personas que, a falta de una, usan la ciclo vía como vereda. Lo que termino por dañar varios metros del parque, producto del paso de peatones y ciclistas que se esquivan unos a otros".

El futuro de Chile está en el acceso de sus ciudadanos a educación. Por algo están los estudiantes en toma y en las calles. Mientras tanto, la clase política se sigue equivocando, planificando llevar las protestas desde el espacio público que ellos eligen democráticamente como su lugar de manifestación, hacia las calles del sector sur de Santiago centro donde lograron reducir su espacio de expresión, como medida de represión para reducir las protestas, pero terminaron acentuando el vandalismo enmascarado, que atentó contra departamentos y vehículos de gente que seguramente no puede pagar la educación de sus hijos.

lunes, 8 de agosto de 2011

Harina y afrecho

*Por Daniel Casanova

Debemos al movimiento estudiantil la conciencia de que está en la esencia del sistema de enseñanza chileno, la producción de una rigurosa segmentación de la calidad según el nivel socio económico de las familias. Esto es una verdad rotundamente empírica, determinante de todos los restantes aspectos de la educación y que sólo se puede solucionar mediante un radical cambio en el sistema, que elimine las raíces de la segmentación. De esta manera, los estudiantes están apuntando al fin al corazón del problema: el lucro, la selección de estudiantes y el "apartheid educativo".

Frente a lo anterior, palidecen y hasta aparecen como ridículas, todas las preocupaciones e iniciativas anteriores de los expertos universitarios y los "policy makers". Que diáfana resulta hoy la fatuidad imbécil de los semáforos, de una hora de historia menos y una de matemática más, la carta de compromiso que mandó el ex ministro a los padres instando a que los papás se preocupen de que los niños vean menos TV y estudien más. ¡¡Que ñoñería gigante son los liceos de excelencia!!

Pero no sólo eso. Cuán extraviadas aparecen ahora las tendencias y discusiones académicas frecuentes en educación: las teorías de la construcción curricular, el constructivismo radical, el aprender a aprender, el profesor facilitador, la informática educativa y la gestión del conocimiento, las competencias, la formación inicial de profesores, la formación en valores, la innovación educativa de aula y cuánto neocatecismo pedagógico que buscó sus 15 minutos de fama y un púlpito desde dónde hacer gárgaras.

Lo común a todas estas ideologías fue levantar una cabeza de turco como gran explicación de los males de la educación, que les permitiese autoproclamar su relevancia. Han cumplido todos estos años con la triste función de desviar la atención hacia aspectos que quizás pueden relevarse en otro contexto, pero que en éste mundo real, aquél contra el que luchan los estudiantes, importan apenas accesoriamente. Todos caímos en la trampa, pero la realidad les está pasando por encima. ¿O alguien le cabe duda que, se haga lo que hagas en, -digamos-, la formación inicial de profesores, en este sistema se segmentará a los peores para que le hagan clases a los más pobres?

Los estudiantes han llegado al núcleo; y una vez que se llega allí estamos en la necesidad de reinvención del mundo; en el todo o nada. Si los estudiantes no aflojan la presión por el desgaste, las elites están ante un zapato chino; tanto las que están el gobierno como las que no.

Se acerca la hora de la tristeza: las elites dicen "harina" pero los estudiantes saben que es "afrecho".

Todo indica que los estudiantes pondrán el pecho, como ya lo pronosticó Violeta Parra.