martes, 6 de agosto de 2013

En medio de dogmas


Por  Jorge Fernández Darraz

¿Cuál ha de ser el modo para abandonar una discusión escolástica?

El tema en disputa es la educación. Hay que advertir que, en buena medida, la centralidad de esta discusión se ha visto forzada por la irrupción de lo que se ha dado en llamar “Movimiento Social”. En paralelo, todos lo recordamos, el llamado “caso CNA” y el cierre de la Universidad del Mar, agregaron un condimento delincuencial y de desamparo a este asunto. Y fue a partir de esto que se  instaló la discusión sobre el lucro, el rol del Estado y los límites del emprendimiento privado en el ámbito de la educación. ¿Cómo abordar esto sin caer en la discusión escolástica que queremos abandonar? La posibilidad de salir de este cepo implica volver respecto del tema del Estado, no desde una posición dogmática sino examinando su papel en el reciente proceso chileno ya sea bajo el modo del abandono o del desapego. Se trata de pensar a la luz de la reciente experiencia histórica. ¿Será ese el modo de salir de la escolástica?
En Chile y fruto del acelerado proceso de modernización capitalista engendrado durante la dictadura militar se produjo lo que algunos de modo acertado han definido como “el tránsito del Estado al Mercado”. Aquello sería la situación que posibilita la ley de Universidades de inicios de los años 80, el surgimiento de las universidades privadas y el abandono estatal respecto de las universidades que hasta entonces se definían como “públicas”. Una segunda transición, se produce e partir de los años 90, luego del tránsito del “Estado” al “Mercado” se modifica el sistema político, aunque no tanto ya que aún se discute respecto de aquello a veinte años vista. Esta segunda transición produjo la consolidación de un estado de cosas, nos referimos al campo de la educación, que siguió el derrotero del desplazamiento del Estado respecto de sus dominios históricos. Lo que aquí tenemos es una descripción a partir de la cual no queremos caer en el dogmatismo. Se impone, entonces, una segunda pregunta. ¿Qué tuvo que ocurrir para que esto sea posible? Respecto de la primera transición se puede argumentar que la violencia y la ausencia de contrapeso de la dictadura lo podía todo. Ello posibilitó la instalación de la ideología del Mercado como única forma posible de desarrollo de la sociedad. Respecto de la segunda transición el responder esta pregunta se torna complejo.
Podemos sospechar que en lo referente a la discusión sobre educación los actores dominantes de la segunda transición fueron apresados por una dogmática heredada o bien se convencieron de ella. Quizás, y tal vez esto sea lo más certero, buscaron las bondades de un modelo que al fin de cuentas les convencía. La dogmática de los 90 con su “fin de la historia”, “la desaparición del sujeto” y la “muerte de los grandes relatos” parecía imbatible frente al enorme desatino de la dogmática derrotada, a saber, el socialismo. Poco espacio quedaba para no hacer otra cosa que buscar el acomodo a un modelo que a través de la fuerza de los hechos se imponía.
A esto hay que agregar que la imposición de un modelo de democracia de Mercado puso en tela de juicio el papel del Estado, esto se sazonaba con las razonables críticas al capitalismo de Estado de los países de la Europa del Este, países marcados por la planificación centralizada y el control de la vida privada. No era el mejor modelo decían los dogmáticos de la otra vereda y tenían razón, no lo era. Se impuso una vez más la fuerza de los hechos y si bien el modelo imperante no era el mejor al menos se podía corregir para, digamos, no incurrir en viejos dogmatismos. En ese empeño se ha planteado, sin que el asunto se modifique mucho, que no cabe otro experimento u otra idea a la que se moteja de “ideológica” o “escolástica”. Y algo de aquello hay. Una nueva dogmática ha emergido a partir de los últimos años. Lo que se da en llamar “Movimiento Social” ha instalado, con bastante dogmatismo,  cuestión de la gratuidad. En el medio de este conflicto aquellos que comenzaron a buscar las bondades del modelo lo siguen haciendo y tachan de dogmáticos a unos y otros. ¿Lo hacen por convicción a pesar de que las bondades aún no aparecen? O si han aparecido, por ejemplo, en términos de cobertura, ha sido en desmedro de las universidades del Estado que han sido satanizadas no tan solo por aquellos que uno esperaría que lo hicieran sino también por personas que aparecían como más razonables.
¿No queda otro camino ante la prepotencia de los hechos?
Nos parece que es importante situar algunas cuestiones como modo de avanzar en esta discusión si es que la cuestión de la calidad de la educación es lo que se halla en juego. Es evidente que esto no tiene que ver con los meros indicadores, tiene que ver con la responsabilidad social y política de las instituciones de educación.
En primer lugar, es imperioso que las universidades con financiamiento estatal sean más eficientes y competitivas. Pero para que aquello ocurra deben primero existir, y en eso el Estado está en deuda ante la pasividad de todos. No es posible que ante un planteamiento de esta naturaleza uno sea tachado de dogmático o ideologizado. Y no hablamos de la gratuidad, hablamos de las condiciones de funcionamiento, por ejemplo, de la Universidad de Chile.
En segundo lugar, parece razonable poner freno a las trampas del lucro en las universidades con dueño. También sería razonable que existiera un procedimiento claro y riguroso respecto de la certificación de sus procedimientos y el aseguramiento de la calidad. ¿Es el modelo de acreditación el más apropiado? Alguno ha de haber y el Estado algo tiene que decir en esto. 
¿Cómo se pueden cumplir estas dos premisas? A la luz de los recientes sucesos y el tono de la discusión lo planteado aquí parece impensable. Estamos en presencia de una discusión primordialmente ideológica de parte de unos y de otros, y también de aquellos que han intentado corregir el modelo cuestión que a fin de cuentas los ha protegido de otros dogmas. ¿Podría haber una discusión de otra naturaleza?