No cabe duda que el pensamiento neoliberal, a pesar de la pobreza de muchas de sus formulaciones, ha pasado decisivamente por encima del de izquierda, a pesar de su - muchas veces - alta sofisticación (o gracias a ella).
La pregunta que cabe plantearse es ¿por qué? ¿Por qué no se ha podido articular un pensamiento político de izquierda que contenga un análisis crítico de lo que sucede, que haga sentido en una mayoría importante de población y que ofrezca una perspectiva distinta de la - aparentemente - única realidad posible?
Esta pregunta apunta más allá de la dramática precaridad de los partidos de izquierda, que no sólo han sido chantajeados para dejar de ser "ideológicos" en una época en que - a juicio de la derecha - ya nadie lo es, sino que también han renunciado gustosos a ello, a cambio de un espacio en el realismo político.
Evidentemente no tengo la respuesta, sólo un par de hipótesis. Pienso que la principal dificultad para generar un pensamiento que se contraponga al hoy dominante tiene relación con la forma en que ello se ha intentado enfrentar. Con la manera de comprender el capitalismo y con la dificultad para encontrar o asumir una base ética para un pensamiento político distinto.
La izquierda insiste en ver en el capitalismo un proyecto histórico unívoco, al cual, entonces, hay que oponer otro proyecto. Pero - pienso - que el capitalismo no es un solo proyecto histórico, es a la vez mucho menos y mucho más que eso.
Mucho menos, ya que es ante todo una energía, cuya concreción es el afán de lucro. Por lo mismo, los actores involucrados y las modalidades en que se puede llegar a él son infinitas y no articuladas (como se piensa en la izquierda). Así, millones de personas que no tienen nada en común, operan simultánea y capitalistamente en todo el mundo, instalando y consolidando las estructuras jurídico-económicas que permiten el flujo de dicha energía. Pero eso es muy distinto de concebir una idea de sociedad y luego intentar hacerla realidad. La confusión se produce, entonces, por pensar que el fundamento común - la energía lucrativa - lo convierte en un proyecto social. El entorno ideológico del capitalismo ha sido una construcción muy posterior y, evidentemente, imprescindible para su expansión actual. Pero no es su fundamento.
Los únicos frenos que esta energía lucrativa conoce son las barreras éticas que ella misma se ha autoimpuesto (por ejemplo, no estafarse unos con otros) y las que las sociedades han logrado imponerle (por ejemplo, jornadas laborales máximas, sueldos mínimos y otras).
Su condición de energía explica también que se extienda a todos los ámbitos de la vida social en que la imaginación y normas imperantes lo permitan.
Por otra parte, el capitalismo es mucho más que un proyecto histórico producto de su impresionante capacidad de integración social. No es como se piensa habitualmente, que el capitalismo ha reemplazado al ciudadano por un consumidor. Al contrario, el capitalismo le ha dado una base real a la posibilidad de ser ciudadano, igualando (al menos formalmente) las posibilidades de consumo. Los bienes que antes eran privilegio de determinados sectores sociales, hoy están en las ranchas más humildes de Chile. ¿O acaso no han visto las antenas satelitales sobre sus techos? Aquí radica, precisamente su fuerza social.
En este contexto, y si ambas premisas son correctas, el esfuerzo de la izquierda por revitalizar su pensamiento político pasa, al menos, por tres aspectos. Primero, comprender que no se debe construir un proyecto histórico en oposición a algo que no lo es y que, por lo mismo, dicho proyecto debe tener un valor en sí mismo, independiente del monstruo que tenga al frente (esto no significa renunciar a la política contingente, sino ponerla en una perspectiva de largo plazo). Segundo, se necesita un enorme esfuerzo intelectual para integrar las ideas hoy dispersas y que podrían permitir esbozar lo que podría ser considerado "izquierda". Y tercero, se requiere un fundamento ético en torno al cual articular dichas ideas y que es precisamente lo que les da un piso en común. Esto implica no sólo generar un dispositivo que opere poniendo barreras a la energía lucrativa capitalista (siempre afanada en desbordarlas), sino fundamentalmente imaginando cómo y por qué se le debería subordinar a un proyecto social general.
La pregunta que cabe plantearse es ¿por qué? ¿Por qué no se ha podido articular un pensamiento político de izquierda que contenga un análisis crítico de lo que sucede, que haga sentido en una mayoría importante de población y que ofrezca una perspectiva distinta de la - aparentemente - única realidad posible?
Esta pregunta apunta más allá de la dramática precaridad de los partidos de izquierda, que no sólo han sido chantajeados para dejar de ser "ideológicos" en una época en que - a juicio de la derecha - ya nadie lo es, sino que también han renunciado gustosos a ello, a cambio de un espacio en el realismo político.
Evidentemente no tengo la respuesta, sólo un par de hipótesis. Pienso que la principal dificultad para generar un pensamiento que se contraponga al hoy dominante tiene relación con la forma en que ello se ha intentado enfrentar. Con la manera de comprender el capitalismo y con la dificultad para encontrar o asumir una base ética para un pensamiento político distinto.
La izquierda insiste en ver en el capitalismo un proyecto histórico unívoco, al cual, entonces, hay que oponer otro proyecto. Pero - pienso - que el capitalismo no es un solo proyecto histórico, es a la vez mucho menos y mucho más que eso.
Mucho menos, ya que es ante todo una energía, cuya concreción es el afán de lucro. Por lo mismo, los actores involucrados y las modalidades en que se puede llegar a él son infinitas y no articuladas (como se piensa en la izquierda). Así, millones de personas que no tienen nada en común, operan simultánea y capitalistamente en todo el mundo, instalando y consolidando las estructuras jurídico-económicas que permiten el flujo de dicha energía. Pero eso es muy distinto de concebir una idea de sociedad y luego intentar hacerla realidad. La confusión se produce, entonces, por pensar que el fundamento común - la energía lucrativa - lo convierte en un proyecto social. El entorno ideológico del capitalismo ha sido una construcción muy posterior y, evidentemente, imprescindible para su expansión actual. Pero no es su fundamento.
Los únicos frenos que esta energía lucrativa conoce son las barreras éticas que ella misma se ha autoimpuesto (por ejemplo, no estafarse unos con otros) y las que las sociedades han logrado imponerle (por ejemplo, jornadas laborales máximas, sueldos mínimos y otras).
Su condición de energía explica también que se extienda a todos los ámbitos de la vida social en que la imaginación y normas imperantes lo permitan.
Por otra parte, el capitalismo es mucho más que un proyecto histórico producto de su impresionante capacidad de integración social. No es como se piensa habitualmente, que el capitalismo ha reemplazado al ciudadano por un consumidor. Al contrario, el capitalismo le ha dado una base real a la posibilidad de ser ciudadano, igualando (al menos formalmente) las posibilidades de consumo. Los bienes que antes eran privilegio de determinados sectores sociales, hoy están en las ranchas más humildes de Chile. ¿O acaso no han visto las antenas satelitales sobre sus techos? Aquí radica, precisamente su fuerza social.
En este contexto, y si ambas premisas son correctas, el esfuerzo de la izquierda por revitalizar su pensamiento político pasa, al menos, por tres aspectos. Primero, comprender que no se debe construir un proyecto histórico en oposición a algo que no lo es y que, por lo mismo, dicho proyecto debe tener un valor en sí mismo, independiente del monstruo que tenga al frente (esto no significa renunciar a la política contingente, sino ponerla en una perspectiva de largo plazo). Segundo, se necesita un enorme esfuerzo intelectual para integrar las ideas hoy dispersas y que podrían permitir esbozar lo que podría ser considerado "izquierda". Y tercero, se requiere un fundamento ético en torno al cual articular dichas ideas y que es precisamente lo que les da un piso en común. Esto implica no sólo generar un dispositivo que opere poniendo barreras a la energía lucrativa capitalista (siempre afanada en desbordarlas), sino fundamentalmente imaginando cómo y por qué se le debería subordinar a un proyecto social general.