lunes, 28 de septiembre de 2009

La esperada renovación de la derecha chilena*

Este no es un tema nuevo. Varios lo han tratado y no son pocos los artículos que se han escrito. Pero tengo la convicción que es necesario seguir hablándolo. Quizá esta majadería sea alguna vez escuchada.
Si hay algo que la izquierda chilena comprendió bien o que la violencia de la historia le llevó a comprender, fue que si quería seguir siendo una opción política viable debía renovarse. Entre las muchas dimensiones de ese proceso hay tres particularmente destacables y que explican parte importante del éxito de la actual coalición de gobierno: la izquierda chilena fue capaz de deshacerse del autoritarismo, del populismo y del particularismo.
La izquierda logró dejar de creer que era una vanguardia poseedora de la verdad histórica, con derecho a imponerla. Es decir, abandonó sus pretensiones de hegemonía moral y el uso de la violencia como medio para construir la realidad social.
El populismo, que ha sido sin duda una las más persistentes características de las izquierdas latinoamericanas, en Chile fue reemplazado por un realismo casi desértico, pero que le ha permitido co-gobernar 20 años.
Por último, la izquierda dejó de representar sólo intereses de sectores sociales particulares (en su caso, habitualmente, los obreros, los pobres y los marginados de toda índole), para permearse en toda la sociedad.
En otras palabras, lo que la izquierda chilena logró comprender fue que la práctica política "burguesa" no es sólo una etapa en la búsqueda de otras formas de organización; que no todo se logra desde el Estado y que también el mercado puede tener un rol; que la sociedad no la construye un grupo social, sino que debe ser un proyecto que emane desde las mayorías e incluya a las minorías. Es decir, lo que la izquierda chilena desarrolló fue un profundo sentido democrático (que, curiosamente, ya Allende tenía).
Cuando se produjo su renovación, ésta fue celebrada incluso por la propia derecha. Con justa razón: ésta intuía que de alguna manera era el inicio de su fin y el principio de su mimetización con los valores y lógicas del mercado. La historia ha demostrado que esta intuición no estaba del todo equivocada (hay quienes sostienen incluso que en esta renovación a la izquierda se le pasó la mano y dejó de ser tal). Pero sobre todo fue celebrada por quienes se sienten de izquierda y creen en la democracia, libertaria y con justicia social.
Un proceso de renovación similar no ha sido vivido aún por la derecha chilena post Pinochet. Ésta continúa siendo autoritaria tanto en el sentido valórico como social; baste de ejemplo su oposición a que se pueda disponer libremente de la píldora del día después o su nostalgia por los toques de queda o su solicitud de militarizar la Araucanía. Aún es populista (bonos ofrecidos una vez alcanzada la victoria o el ofertón del millón de empleos) y particularista (o ¿a alguien le cabe duda que ésta sigue representando mayoritariamente los intereses de un sector de la sociedad: el gran empresariado?). Menos aún ha desarrollado un espíritu democrático, de lo contrario habría aceptado hace años modificar el sistema de elección binominal.
Chile se merece una derecha mejor. Pero por desgracia no se ve, al menos en el futuro próximo, que ésta vaya a vivir una renovación similar a la que tuvo la izquierda.


*Algunas de estas ideas están contenidas en un artículo que publicamos con mi amigo Miguel Chávez en Alemania, en el año 2005

lunes, 21 de septiembre de 2009

La pedagogía y el fin de la educación

Hace unos años atrás, camino a Talca, me encontré en un bus con el Vicerrector Académico de un importante colegio católico de Concepción, que habitualmente se ubica entre los veinte primeros en los ránking nacionales.
En medio de la conversación le pregunté cuál era el secreto de ese éxito. Me dijo que eran sólo dos: primero, que en su institución no creían en el trabajo en grupo, sino sólo en el individual. Segundo, me dijo, "a mi colegio no entra ningún pedagogo a hacer sus experimentos".
Lo del trabajo en grupo lo encontré un tanto exagerado, pero acorde con el ideario conservador y casi fundamentalista del colegio. El segundo tema, en cambio, me hizo algo de sentido.
En ese momento no pude evitar acordarme de las muchas discusiones en las que había estado involucrado, analizando diversos aspectos de la educación y, en especial, de la formación de profesores.
Recordé, por ejemplo, la elaboración de currículos de carreras de pedagogía en educación media en que, al menos, el 45% del total de los cursos y créditos estaba dedicado al "saber pedagógico" y lo restante a la especialidad. Es decir, currículos destinados no a formar especialistas en una disciplina, sino destinados a formar especialistas en "enseñar"...algo.
También me acordé de las famosas prácticas pedagógicas progresivas, que fomentan que los alumnos vayan desde el inicio de su carrera a los establecimientos educacionales. Interesante idea, salvo por algunos detalles, como ¿qué puede hacer un estudiante de primer o segundo año de universidad en un colegio, que no sea perder el tiempo? Esto, dado que a esas alturas aún no conoce en detalle su especialidad, ni tampoco las asignaturas pedagógicas. O ¿bastará como justificación la señalada en otra oportunidad por una experta en ciencias de la educación, quien resaltó la importancia de la familiaridad que el estudiante adquiriría con el colegio, que le permitiría, por ejemplo, conocer tempranamente un libro de clases? (Por otro lado, mejor ni hablar sobre la presión que se ejerce sobre los propios colegios como centros de práctica).
Además, me acordé del desplazamiento que estaban sufriendo en los currículos de formación de profesores las "obsoletas" asignaturas de psicología, filosofía, historia y sociología de la educación o a las psicologías del aprendizaje. Éstas eran reemplazadas por ramos más acordes con los tiempos, cuyos nombres eran algo así como "Estimulación de la creatividad y estrategias de aprendizaje", "Escuela, hogar, comunidad y aprendizaje", "El niño y su entorno", "Familia y educación", entre muchas otras.
Finalmente recordé una conversación con un antiguo alumno de Concepción, a quien le conté que se estaba preparando un programa en pedagogía universitaria, para proveer de herramientas pedagógicas a profesores universitarios y darles, además, el grado de magíster a quienes no lo tenían en su disciplina. Luego de escucharme atentamente me dijo con cierta preocupación, "o sea, ustedes le van a dictar un programa para que aprendan a enseñar bien aquello que saben mal".
Tal vez, el Vicerrector no estaba del todo equivocado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

lunes, 7 de septiembre de 2009

Vigencia

"Vengo de Chile, un país pequeño pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los Tribunales de Justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional, sin que ésta prácticamente jamás dejado de ser aplicada. Un país, donde la vida pública está organizada en instituciones civiles, que cuenta con fuerzas armadas de probada formación profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos Premios Nobel de Literatura. Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. En mi patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional.
Pero Chile es también un país cuya economía retrasada ha estado sometida, e inclusive enajenada, a empresas capitalistas extranjeras; ha sido conducido a un endeudamiento externo superior a los cuatro mil millones de dólares, cuyo servicio anual significa más del 30% del valor de sus exportaciones, con una economía estrechamente sensible ante la coyuntura externa, crónicamente estancada e inflacionaria. Así, millones de personas han sido forzadas a vivir en condiciones de explotación y miseria, de cesantía abierta o disfrazada".

"Ante la Tercera UNCTAD tuve la oportunidad de referirme al fenómeno de las corporaciones transnacionales y destaqué el vertiginoso crecimiento de su poder económico, influencia política y acción corruptora. De ahí la alarma con que la opinión mundial debe reaccionar ante semejante realidad. El poderío de estas corporaciones es tan grande, que traspasa todas las fronteras. Sólo las inversiones en el extranjero de las compañías estadounidenses, que alcanzan hoy a 32 mil millones de dólares, crecieron entre 1950 y 1970 a un ritmo de 10% al año, mientras las exportaciones de este país aumentaron sólo a un 5%. Sus utilidades son fabulosas y representan un enorme drenaje de recursos para los países en desarrollo. Sólo en un año, estas empresas retiraron utilidades del Tercer Mundo que significaron transferencias netas en favor de ellas de 1.723 millones de dólares: 1.013 millones de América Latina, 280 de África, 366 del Lejano Oriente y 64 del Medio Oriente. Su influencia y su ámbito de acción están trastocando las prácticas tradicionales del comercio entre los Estados de transferencia tecnológica, de transmisión de recursos entre las naciones y las relaciones laborales. Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones transnacionales y los Estados. Estos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales -políticas, económicas y militares- por organizaciones globales que no dependen de ningún estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo.
En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada. “Los mercaderes no tienen patria. El lugar donde actúan no constituye un vínculo. Sólo les interesa la ganancia’’. Esta frase no es mía; es de Jefferson.
Pero, las grandes empresas transnacionales no sólo atentan contra los intereses genuinos de los países en desarrollo, sino que su acción avasalladora e incontrolada se da también en los países industrializados, donde se asientan. Ello ha sido denunciado en los últimos tiempos en Europa y Estados Unidos, lo que ha originado una investigación en el propio Senado norteamericano. Ante este peligro, los pueblos desarrollados no están más seguros que los subdesarrollados".

Extracto del Discurso del Presidente Salvador Allende ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Nueva York, 4 de diciembre de 1972.