lunes, 16 de diciembre de 2013

Un ránking sin nombres ni apellidos

Con mi tía Julia inventamos un ránking para saber quién nos mentía más.
Obviamente se trataba de un juego para divertirnos, pero también para hacernos más grata nuestra cotidiana confrontación con la mentira.
A primera vista el juego éste del ranking podría parecer superfluo, especialmente si se piensa en los personajes que estaban involucrados: un cortinero, un mueblista, un pintor, un camionero, y otros tantos de similares oficios u ocupaciones. Ellos, sin embargo, no eran los únicos; también había arquitectos y constructores.
Pero no era un juego banal.
La historia es "más o menos así" - como dirían los cantantes de bolero. Hace unos dos años, cuando mi tía María aún vivía, decidí construirles una casa a ambas para hacerles más gratos sus últimos años. La noble y vieja casa de Pelchuquín no sólo estaba dañada por sus cien años de historia, sino que también era víctima de las prácticas de construcción de la época. En el invierno el frío era insoportable y en el verano agobiaba el calor hasta la amanecida. La idea de hacerles una nueva casa fue entusiastamente secundada por mi banco (no sé porqué uno dice "mi" banco, si desde el punto de vista de la "posesión", la realidad es exactamente la inversa), quien se ofreció generosamente a financiarla, previa hipoteca del sitio y otros bienes.
Comenzamos por hacer un plano con una connotada arquitecta de la plaza. Le siguieron planos de agua y electricidad, con profesionales similares. La búsqueda de la empresa constructora fue lenta y nada fácil. Los estándares de construcción era altos y la casa estaba en Pelchuquín, por lo que hubo que traer a alguien de Valdivia. En seguida se asignó la inspección técnica a una constructora civil, no menos destacada que los anteriores.
Así comenzó todo. Luego vino el ránking.
La casa debía estar lista en octubre. Pero no lo estuvo. De hecho, aún no lo está. El constructor fijó varias veces nuevas fechas para la entrega. La última se fijó recién hoy, así que habrá que armarse de paciencia y seguir esperando.
Tres meses - aderezados con diversas historias - se demoró en ser pintada la antigua tina en un reputado taller de Valdivia. El viejo lavalozas de la familia aún no lo está. Pero sabe qué, señor Fernández, que bueno que me llamó, porque justo hoy me estaba acordando de usted, porque mañana viene el soldador, así que pasado mañana le ponemos el aparejo y en tres días estamos listos. Tres días que se repiten en ciclos regulares y cuyo inicio está determinado por mi llamado telefónico para averiguar cómo va todo.
El cortinero tendría su trabajo listo el lunes. ¿El 16? Que además coincidía con el cumpleaños de mi tía María. Bueno podría ser, señor Fernández, pero para qué vamos a andar tan apurados. Entiéndame bien, no es que no esté listo, sino sólo que el apuro..... ¿Para qué? Mejor en un lunes más...
Al mueblista le contamos del ranking mientras nos tomábamos taza de café con mi tía Julia. Se rió mucho. Nos dijo que no quería entrar en él. Y estuvo a punto de no hacerlo. Salvo por un atraso menor de un par de días. Esperamos.
Quien definitivamente no entró en el ranking fue el camionero que trajo algunos muebles desde Santiago. Cargó a la hora, entregó a la hora. Con una rigurosidad impresionante. Mil kilómetros de precisión y puntualidad.
Sin duda el ranking lo encabeza el pintor. Por lejos. Salvo que incluyanos en él a los profesionales. Pero en ese caso no sólo irían a la cabeza, sino que habría que ampliarlo y agregarle un indicador de ineptitud y, sobre todo, de falta de profesionalismo.
Pero esa es otra historia. Mucho menos anecdótica y simpática.