lunes, 15 de febrero de 2010

¡Cómo no hablar de ello(s)!

Finalmente Piñera dio a conocer su gabinete.
No hay mucho que decir que no se haya dicho: premios de consuelo para los perdedores de las parlamentarias, muchos amigos, bastantes empresarios, escasas mujeres, uno que otro resucitado del pinochetismo, un lacayo de palacio y un tránsfuga de la Concertación.
Todo adecuadamente recubierto de la idea del gobierno de unidad nacional, legitimado con un par de postgrados y una aparente independencia de los partidos.
La jugada no es mala y es consecuente con el discurso del último tiempo. Deja, sin embargo, varias preguntas en el aire. Entre ellas la más importante es ¿cuánta ropa y a qué precio le van a prestar sus partidos cuando se produzca la primera crisis ministerial?
Ninguna sorpresa significativa. El gabinete representa muy bien a la derecha chilena y refuerza la idea de que ella no ha logrado convertirse en un sector político autónomo que trascienda significativamente a la clase alta, al empresariado, al conservadurismo y al autoritarismo.
Un banquete para la Concertación y los sindicatos, que de inmediato salieron pedir que se terminen las participaciones en directorios y empresas, y que den garantías de que no habrá conflictos de intereses, ni económicos ni ideológicos.
Algunas de las nominaciones que no pueden dejar de mencionarse son la de Ena von Baer, quien estuvo a menos 700 votos de convertirse en la senadora más joven del país. Pero no es por eso que es interesante su nominación, sino por ser una mala copia de lo que hizo Bachelet con Carolina Tohá y, luego, con Pilar Armanet. Mujeres relativamente jóvenes y de probada inteligencia. Von Baer, tiene mucho de lo primero; ahora deberá demostrar lo segundo.
Otra nominación curiosa es la de Cristián Larroulet. Un desentierro del pinochetismo: estuvo entre los discípulos de Kast y trabajó en ODEPLAN. Desde la Secretaría General de la Presidencia será el encargado de articular las relaciones con el Parlamento; compuesto aún por varios políticos a los que su anterior gobierno persiguió.
El nombramiento más interesante, sin embargo, es el de Joaquín Lavín en Educación. Tanto que merece algunas palabras adicionales.
Me parece que lo particular de su nominación no tiene que ver con que haya trabajado para Pinochet, sea dueño de una universidad o pertenezca al Opus Dei. Lo interesante es que probablemente sea un regalo envenenado de los compañeros de coalición para sepultar de una vez por todas sus aún latentes pretensiones presidenciales.
Por fortuna para él la vara en esta cartera ministerial ha quedado especialmente baja. Pero el sólo hecho de ser quien es, será un gran incentivo para que los estudiantes y profesores vuelvan a la calle.
Esta historia recuerda al nombramiento de Germán Correa en el Ministerio del Interior el 94, al asumir Frei. Correa venía a suceder a Krauss y era el primer socialista en el cargo, nombrado por un DC. Hasta el menos suspicaz de los analistas sabía lo que eso significaba, en especial cuando se acercara el 11 de septiembre.
Cayó en el primer cambio de gabinete de Frei, el 21 de septiembre, luego de protagonizar días antes un glamoroso viaje en carroza junto al Presidente.

lunes, 8 de febrero de 2010

Vivir para trabajar

Hace unos cinco o seis años atrás, un querido amigo chileno que vivía en Berlín me dijo, a propósito de la cesantía que existía en su nuevo país de residencia (11% a 13%), que ésta se debía principalmente a que los alemanes eran flojos. Estos, insistió, "no quieren trabajar más de ocho horas diarias".
En aquella oportunidad, concientes de nuestras diferencias al respecto y por una especie de exceso de prudencia o lo que haya sido, no seguimos ahondando en el tema. Sólo comentamos a modo general si era o no razonable trabajar más de ocho horas diarias.
Actualmente mi amigo vive en el norte de Alemania y tiene un muy buen puesto que logró, que duda cabe, gracias a sus innegables capacidades y a su infinita capacidad de trabajo.
Esta afirmación, sin embargo, me da vueltas hasta el día de hoy. Por dos razones. Primero, porque creo que debí haber tenido más coraje para seguir conversando con él este tema. Y segundo, porque, me llama la atención esa especie de insano orgullo que los chilenos hemos desarrollado por trabajar más de ocho horas.
Uno de los momentos culminantes de muchas de nuestras conversaciones, al encontrarnos con algún conocido, tiene lugar cuando comienza la escalada por ver quién ha trabajado más en el último tiempo. Diez, doce, catorce horas diarias y así suma y sigue.
La pregunta que surge de inmediato, es de dónde viene esto. Pienso que, por una parte, debe ser alguna herencia de los discursos productivistas de las décadas del 50 y 60, que veían en la industrialización y en el trabajo la fuente del desarrollo social y personal. Por otra, creo que debe tener algo que ver con la idea del "self made man". Alguien que de la nada, a punta de puro esfuerzo y sacrificio, logra alcanzar alguna cuota de éxito en la vida, o al menos, ascender socialmente.
Demás está decir que creo que no vale la pena reflexionar acerca de para quién es útil esta forma de comprender la vida. No se requiere mucha suspicacia para darse cuenta.
Cuando uno ha tenido la suerte de visitar o vivir en un país del primer mundo, donde el Estado de bienestar de verdad existe o ha existido y las relaciones laborales están normadas adecuadamente, uno descubre algo apasionante: las personas tienen vida de familia en las tardes, muchos tienen hobbies como tocar música, actuar, cocinar, tomar cursos de pintura, ir a conciertos u otra infinidad de cosas.
La vida personal no se agota en el trabajo, comienza después de éste. Y esto no significa, como pensaba mi amigo, que desprecien el trabajo. Significa que la realización personal no pasa sólo por éste. Tampoco, evidentemente, la urgencia de sobrevivir.
Después de todos estos años, pienso que no hubiera sido necesario tampoco discutir tanto con mi amigo. Hubiera bastado con recordar el sentido de la modernidad europea, que se caracteriza precisamente por haber reducido los niveles de dominación política y social.
Es decir, precisamente uno de los grandes logros de la modernidad es que las personas no deban dedicar su vida sólo a trabajar.

lunes, 1 de febrero de 2010

Más allá del bien y del mal

Los últimos movimientos políticos de la derecha chilena muestran como ésta se prepara para llevar su victoria más allá del resultado en las urnas.
Dos son, por ahora, sus principales objetivos: lograr la legitimidad política que hoy le es esquiva y que requiere para gobernar, y seguir minando la escasa unidad de la Concertación.
Su estrategia es simple y se expresa en el intento por reclutar personajes de ésta y de ese modo generar la idea de que está por sobre las ideologías y diferencias políticas.
No se trata, como incansablemente pregona Piñera, de hacer un gobierno de los mejores, se trata de lograr ese doble propósito.
A pesar que el conteo de votos haya dicho lo contrario, la derecha política tiene poca legitimidad para ser gobierno. A ésta todavía se le ve con sospecha. No sólo se le vincula con el gran empresariado, sino también con el autoritarismo y el conservadurismo. Y las sospechas no son poco fundadas, en las celebraciones hubo bustos y fotos de Pinochet, y vítores como: "mi general Pinochet, este triunfo se lo dedicamos a usted".
Ahí está parte del origen de ese afán por reclutar a algunas figuras de la Concertación o sus alrededores.
Por igual razón también es majadera con el discurso de la unidad nacional y el gobierno de los mejores. La derecha quiere aparecer como más allá de la política, como sólo preocupada de los destinos de la nación, sin importar el color de quienes trabajen con ella. Ésta es la continuación lógica del discurso antipolítica que usó en la campaña y que el meismo coreó a viva voz.
En definitiva, quiere aparecer como si siendo de derecha, no lo fuera.
Por esa doble vía, entonces, busca lograr la legitimidad social que requiere y, de paso, deteriorar aún más las posibilidades de los partidos de la Concertación de articularse como una oposición razonable y con perfil.
Para la Concertación ésta es sin duda una gran disyuntiva histórica, aunque gracias al sistema binominal las alternativas son pocas. Pero, como ya lo han demostrado varios, no debe resultar poco seductor saltar al barco enemigo y unirse a los victoriosos.
Si los perdedores se dejan tentar por los puestos ofrecidos quedarán capturados en el discurso de la derecha por largo tiempo. Esto los obligará, bajo el chantaje del antipatriotismo (tan caro a la derecha chilena), a subordinarse de manera constante a los aparentes neutros intereses del desarrollo nacional.
En otras palabras, si la Concertación no logra perfilarse claramente como la oposición al gobierno de Piñera, si no aprende a actuar como tal y no elabora un discurso acorde, no logrará transformarse en 4 años en una alternativa viable para regresar al gobierno.
La derecha eso lo tiene perfectamente claro: si la Concertación se rearticula y levanta un discurso de oposición, también los develará a ellos y los pondrá de regreso en el centro de la política, con todo lo que eso significa para su aséptico discurso.
Esperemos que también la Concertación lo tenga claro.