domingo, 19 de marzo de 2017

Partió López Muñoz, compañero

Así me avisó Miguel, por un "mensaje de texto", que nuestro querido amigo Ricardo había muerto.
No lo podía creer.
Supe de su enfermedad, hablé por teléfono con él a fines de enero y me aprestaba estos días a hacerle una visita. Jamás pensé que su situación era tan grave y que su partida se precipitaría de ese modo. Por eso, a pesar de haberlo visto en el ataúd, aún me cuesta creer que no esté entre nosotros.
Ricardo era un tipo notable.
Generoso como pocos. Con lo que tenía y con lo que sabía. Lo que tenía no era mucho, materialmente hablando. Su consecuencia política lo llevaba a no sucumbir ante el afán acumulador que nos afecta a tantos.
Lo que sabía sí era mucho. Él era un historiador destacado. De esos que hoy escasean y que están más cerca del intelectual que del erudito. Capaz de combinar su enorme saber del pasado con agudos análisis sobre nuestro mezquino presente.
Él me enseñó lo poco y nada que sé de fotografía, que era uno de sus principales pasatiempos. Cuando le pedí ayuda para iniciarme en el tema me invitó a su casa un par de veces para hablarme - con esa elegancia y humildad que lo caracterizaba y que tanto escasea entre los "doctores" - acerca de cómo hacer una foto. De qué era lo que había que mirar o, mejor dicho, para enseñarme cómo había que mirar. Me prestó sus libros, me ayudó con los programas de edición y así, suma y sigue.
Su página web tiene unas tomas increíbles. Anoto la dirección por si alguien quiere curiosear en sus galerías: http://www.pbase.com/rilomu
Habitualmente, luego del fallecimiento tendemos a engrandecer a las personas y a dotarlas de una serie de bondades que no siempre eran tales. No es el caso de Ricardo. Pero no porque no tuviera algunas cualidades que no nos gustaran, sino porque estas eran absolutamente insignificantes frente a sus bondades.
Él era amigo de sus amigos. De una lealtad sin condiciones y querido por todos. Amante de su familia y un enamorado de su Ximena, que lo acompañó hasta el último momento. Aún recuerdo cómo me hablaba de su amor por ella. Amor que lo llevó a cambiar su vida, para ofrendarle su día a día a esa relación que tan feliz lo hizo.
Sin duda lo que más extrañaré de él será su humor. Siempre presente y sarcástico, hasta niveles difíciles de explicar. Cada vez que le hacían un chiste, él respondía con otro. Mejor, más agudo. Incluso en nuestra última conversación, cuando ya sabía de lo grave de su enfermedad, se dio el lujo de hacer un par de chistes. Tal vez para hacernos más amable los horrores del momento en que uno habla este tipo de cosas.
Con Ricardo nos conocimos en Concepción en el año 93, cuando trabajamos juntos en un proyecto de recopilación de historias locales. Viajamos por varios lugares, reuniéndonos con organizaciones comunitarias para invitarlas a participar de esa iniciativa. Lo pasamos estupendo.
Después de eso nos vimos siempre de manera esporádica y muchas veces casual. La nuestra no fue una de esas amistades sistemáticas y constantes. Sino más bien intermitente, pero profunda. No había cómo no querer ser amigo de él.
Siento un gran remordimiento por no haber pasado a saludarlo. Me enteré de su enfermedad en noviembre o diciembre. En una conversación con Miguel. Aunque supe de su gravedad, nunca pensé o nunca quise saber que era tanta. Con la excusa permanente de la falta de tiempo, sólo lo llamé por teléfono antes de salir de Chile por todo febrero. A mi regreso, ya fue muy tarde.
Nada, absolutamente nada que tengamos que hacer es más importante que visitar a un amigo enfermo. Esta es una triste lección que me acompañará el resto de mi vida. Por el dolor que me provoca no haber visto a Ricardo y habernos dado maña para reírnos una última vez.
Otro querido amigo, Omar Saavedra, sostiene que en ocasiones Dios siente envidia de algunas personas, por el riesgo que lo opaquen. Omar lo ejemplifica con Mozart, el genio de Salzburgo, que murió a los 35 años, dejando una obra musical grandiosa. El riesgo que ésta siguiera creciendo e hiciera insignificante su figura, era algo que no podía tolerar. Por eso se lo llevó temprano.
Si tu teoría es verdad, estoy seguro que éste es otro caso similar. La persona de Ricardo, sin duda, debe haber despertado la envidia de Dios.
Hasta siempre querido amigo.