viernes, 30 de julio de 2010

No nos importa cuánto gane, nos importa que se endeude…

Por Magdalena Saldaña

Como vivo en San Carlos la mayor parte de la semana, tengo limitado acceso a internet. Cuando necesito revisar mi mail y bajar algunos artículos de la web (o sea, siempre) voy al cyber de la esquina, que me cobra 100 pesos los 10 minutos. Cuando la situación es apremiante y necesito conectarme a eso de las 11 pm, me cuelgo a la línea del teléfono fijo, lo que es carísimo y siempre es objeto de reclamos por parte mía ante los dudosos cálculos de la empresa telefónica para cobrarme esos furtivos minutos.

Así que un buen día decidí terminar con esto de la incomunicación y probar suerte con la llamada “internet móvil”, un dispositivo parecido a un pendrive que permite conectar el pc en cualquier lugar que tenga señal. Me dirigí a Movistar en Concepción con la idea de contratar un plan mensual ilimitado (o sea, si le vamos a poner, pongámosle weno, como dice mi tata), pero me encontré con barreras no consideradas por mí previamente. Resulta que como no soy clienta de Movistar, me exigen acreditar renta para asegurarse de que podré pagar el dichoso plan todos los meses; sin embargo, la renta no se acredita con la renta (plop) sino con la capacidad de endeudamiento del sujeto. Sujeta, en mi caso. Sucede que por cuestión de principios, yo no tengo tarjeta de crédito de ningún tipo. No uso CMR, no tengo Visa, nunca saqué la chequera electrónica, no he aceptado las tarjetas que me ofrecen Hites y Ripley, y no acudí a validar la tarjeta que Cruz Verde me mandó a la casa (lo que me pareció bastante invasivo, a decir verdad). Mi consigna es que si tengo, compro. Si no, será para el otro mes. Y mi sueldo me alcanza lo más bien para pagar el aparatito de la internet móvil, pero quién lo diría, a ellos no les importa. Me doy cuenta de que no les interesa cuánto gano, les interesa que me endeude, y si no me endeudo, no sirvo como cliente. Suena bastante ilógico desde el punto de vista de la economía básica que le enseñaban a uno en la escuela, pero bueno, los tiempos han cambiado y la economía también, y ahora resulta que no importa que uno presente el carnet de identidad y la colilla de pago; no! Ahora hay que presentar el estado de cuenta de Falabella, porque resulta ser una identificación más válida que la que entrega el Registro Civil.

No importó cuánto le argumentara a la niña con traje de azafata y maquillaje de programa Prime; ella, implacable, me explicó que eran las políticas de la empresa y que si no tenía tarjeta del banco o de grandes tiendas, no había cómo saber mi comportamiento como cliente. Le señalé que no tener esas tarjetas y no estar en Dicom hablaba bastante bien de mí como cliente, pero ella parecía estar como programada para responder, y ciertamente, la lata que yo le estaba dando no estaba entre sus FAQ. Al final me fui, enfadada y echando pericos porque de nuevo me quedé sin web en la casa, pero sobretodo porque no me dejan ser feliz con mi decisión de no deberle un peso a nadie. Así que sigo así por la vida, como una NN moderna con capacidad de pago y poder adquisitivo, pero sin poder de endeudamiento y por ende, UN NADIE, como diría Galeano…

lunes, 12 de julio de 2010

Los no ideológicos

Hace unos días atrás, un intendente regional llamó a un amigo para invitarlo a participar en una comisión que creará con vistas a las celebraciones del Bicentenario.
Cuando mi amigo, claramente concertacionista, le expresó algunas dudas, la respuesta de la autoridad fue tajante: "hombre, no seas ideológico".
Con ello le quería decir que no debía tener consideraciones políticas para integrarse a trabajar "por el bien del país", bajo la bandera del nuevo gobierno. Como si diera lo mismo para quien se trabaja.
Es curioso como se ha dado vuelta la historia. Hasta hace unas décadas atrás se habría acusado a la gente de derecha de ser "ideologizada" o estar "alienada", mientras que la izquierda se hubiera arrogado la interpretación verdadera de la realidad. Hoy es exactamente al revés.
Esto plantea una pregunta que no puede ser respondida en este blog, pero que al menos puede ser enunciada: ¿que diferencia hoy al pensamiento de izquierda del de derecha en Chile?
Hay varios puntos que se podrían considerar. Primero, que la derecha cree en el individuo por sobre la sociedad. Es decir, quienes hacen la historia son las personas individualmente y no la sociedad. Ésta no es mucho más que un conjunto de relaciones entre privados. Por lo mismo, tampoco el Estado aparece como algo muy relevante. Éste es más bien un ente que debe entrometerse lo menos posible en las relaciones individuales, ya que los privados siempre resolverán mejor los temas que el aparato público con sus atávicas inclinaciones regulatorias.
En segundo lugar se puede mencionar que la derecha piensa que la competencia, por sobre la colaboración, es el motor de la historia. Esto es lo que la lleva a suponer que si se introduce este mecanismo en todos los ámbitos de la vida social (empresas, hospitales, escuelas, etc.) todo funcionará mejor y de manera más eficiente. Mientras que la colaboración como vehículo de intereses aparece como poco motivador e ineficiente.
Unido a ello se encuentra la idea de que todo ámbito de la vida social puede ser objeto de lucro. Es decir, se puede organizar de manera empresarial y obtener con ello ganancias para los inversionistas, ya se trate de una frutería o de una sala cuna.
Por último se podría señalar que la derecha, al igual que la izquierda, cree en la meritocracia. Es decir, en que los sujetos deben llegar a ocupar espacios sociales por sus propios méritos. Sin embargo, la derecha no considera que las condiciones de inicio para que se dé una competencia meritocrática deben ser igualadas. Es decir, aunque no es lo mismo competir por un lugar en la sociedad siendo pobre que siendo rico, la derecha no piensa que sea necesario igualar las condiciones en que se da esa competencia (que es exactamente lo contrario que piensa cuando se trata de igualar las condiciones de competitividad de las empresas privadas con las estatales: en este caso sí es necesario equipararlas, a fin de que los privados no queden en desventaja).
En las líneas anteriores hay algunas ideas centrales de la ideología de la derecha chilena actual, que la diferencia de la izquierda en la forma como interpreta el presente y quiere construir el futuro.
En definitiva, no es como lo insinúa el señor intendente, que la derecha esté más cerca de la realidad y otras formas de pensamiento más lejos. Es simplemente que ésta ha logrado imponer una interpretación del momento actual y hacerla aparecer como natural, mientras todo lo demás aparece como ideología.

lunes, 5 de julio de 2010

¿Universalismo o particularismo? He ahí el dilema

Desde que el nuevo director de la División de Educación Superior anunciara hace dos domingos atrás una serie de reformas al sistema, el debate no ha cesado. Cada quien tiene sus razones para defender o criticar las propuestas.

Más allá de la forma como se hizo (que mantiene fiel el espíritu profundamente patronal de la derecha chilena, que no requiere de consejo, ni consulta), parece necesario contribuir con un par de ideas.

El eje de la discusión es el siguiente: ¿por qué el Estado debe privilegiar con financiamiento a un grupo de instituciones, si todas producen bienes públicos? Los más extremos preguntan incluso ¿por qué el Estado debe tener universidades si los privados pueden hacer lo mismo a mejor precio y con mayor eficiencia?

Brevemente para no aburrir.

Primero: una universidad estatal se diferencia de una privada, en primer lugar, en la propiedad. La primera no es, como se dice, del Estado, es de todos los chilenos y es administrada por el Estado. Las segundas son de grupos organizados que tienen libertad para hacer con sus instituciones lo que quieran, tanto en el ámbito de la administración, como en el de la enseñanza o investigación. Por lo mismo, en las primeras, las formas de tomar las decisiones, construir el gobierno, etc. tienen un carácter eminentemente democrático y no están expuestas a los intereses o veleidades de los dueños.

Segundo: si el Estado, o sea los chilenos, han decidido tener universidades de su propiedad (como sucede en la mayor parte del planeta), es razonable que concurra a su financiamiento en un volumen suficiente como para que éstas no desaparezcan o se desnaturalicen en una lucha insensata por recursos.

Tercero: la pregunta se podría invertir ¿por qué los contribuyentes chilenos deberían financiar universidades privadas cuyo objetivo central no es producir bienes públicos, sino también (o principalmente) lucro? Alguien podría decir que el lucro no existe, ya que está prohibido por ley. Pero a estas alturas afirmar esto es como tratar de tapar el sol con el dedo. El lucro existe y lo sabe la mayoría de la población. O ¿acaso los consorcios financieros nacionales e internacionales tienen universidades por caridad?

Cuarto: ¿basta con medir las organizaciones por lo que producen y entonces asumimos que todas las universidades generan bienes públicos? O ¿será necesario también preocuparse por cómo producen? Es decir, si las condiciones laborales de los profesores se condicen con los estándares de la profesión o si los contenidos son los que una formación científica exige. En otras palabras, también una universidad puede formar profesionales gracias al fomento de la precariedad laboral de los profesores y puede hacerlo desde contenidos ideológicos de grupos específicos. Es decir, eventualmente atentando contra valores centrales de lo público.

Por último, lo que diferencia una universidad estatal de cualquier otra, por noble que sea su origen y sus fines, es que ésta debe encarnar los valores sociales generales de la sociedad en que se encuentra inserta. Ese es el sentido de las organizaciones estatales. Mientras las restantes universidades tendrán todo el derecho a representar los valores sociales particulares de los grupos que las han creado.

La diferencia no es como se piensa, de tipo económico. No estamos frente a un tema de eficiencia o ineficiencia. Lo que está en discusión es el derecho de la ciudadanía a educarse en instituciones que tienden al universalismo y no al particularismo valórico.