* Por Javier Pinedo
Llama la atención, e impresiona, la manera como se mueve nuestro gobierno cada vez que un chileno o un grupo de chilenos tienen un problema en el extranjero. Así fue, por ejemplo, al producirse el terremoto último en Japón, el 11 de marzo del 2011.
Desde muy temprano la cancillería pide a nuestra embajada antecedentes de posibles compatriotas cercanos al lugar del siniestro, Fukushima. Con rapidez la embajada envía los nombres y dirección de los contactados, y con la misma rapidez son ubicados, se averigua por su situación y estado de salud y de vivienda y probablemente con una rapidez mayor que la de ninguna otra embajada se ofrecen soluciones: ¿Necesitan alimentación?, ¿Problemas de salud? ¿Económicos?
Finalmente se decide poner un avión a su disposición para trasladarlos hasta Santiago, menos a un pequeño número que decide permanecer en el lugar.
Esto significa un enorme desembolso de tiempo de funcionarios calificados y de mucho dinero en comunicaciones, traslado de personas, arriendo de un avión de línea para un viaje chárter, pero todo el esfuerzo ha valido la pena: lo que pocas embajadas y gobiernos han logrado, el pequeño país austral, con eficiencia y empeño ha conseguido traer sanos y salvos a sus connacionales hasta el calor de su hogar. Aquí.
Es una prueba del profundo sentimiento de nacionalidad que abarca a Chile completo más allá del origen social o del apellido o de su nacimiento a lo largo de la geografía del país. Y lo digo sin ironía, pues es la prueba de un profundo reconocimiento de los chilenos por sus compatriotas, casi sin parangón en latitudes cercanas o lejanas a nosotros.
La vuelta a la patria se constituye en un sentido acontecimiento adornado con banderas e himnos, felicitaciones y discursos, simples pero sinceros.
Es lo que somos: cariñosos con nosotros mismos, más allá de los conflictos que nos dividen cada medio siglo. Un país que se reconoce en su mismidad aislada y endogámica. Una isla como lo han dicho grandes nacionalistas de todos los tiempos, el mejor lugar donde pasar las crisis del mundo, casi un convento de paz y armonía, y no es broma, optimistas y frágiles al mismo tiempo, amistosos y sinceros, amables y refinados, aunque rasgos de lo contrario, también se dejan ver.
Pero, por sobre todo, somos solidarios con nuestros compatriotas en los momentos de crisis natural y social.
El caso de Japón es un ejemplo y también el terremoto de Haití, o cuando estalla una bomba en medio oriente, nos dan muestras de este sincero cariño.
Nuestra única duda es: ¿porqué esos compatriotas, lejanos y tan queridos, no tiene derecho a voto, en las elecciones políticas?
1 comentario:
Con acertada mordacidad, el Prof. Pinedo dibuja con unos pocos trazos un pequeño autorretrato de nosotros "los shilenos": los de afuera y de la tierna preocupación de los de adentro cuando se acuerdan de ellos en ocasiones de valor mediático. Creo, sin embargo, que el objeto ofrece material para mucho más. Es deseable y necesario que este material no se desperdicie y que este comentario suyo inspire trabajos de calado mayor. En cuanto a la ominosa pregunta con que don Javier Pinedo concluye su reflexión, no es tan aventurado suponer que la respuesta está en el legítimo temor de la derecha chilena, que gran parte de esos votos del "sudaca" chileno, do quiera èl se encuentre, no la favorecerá de modo alguno. Pero este temor constituye sólo una variable en cualquier análisis electorero que se haga, en ningún caso una constante. Como sea, la existencia real de una emigración chilena debería ser un tema cultural permanente de cualquier política de estado, y no un mero objeto de instrumentalización política como lo es en la actualidad.
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