* Por Manuel Bastías Saavedra
Desde la salida de Dominique Strauss-Kahn de la presidencia del Fondo Monetario Internacional se ha desencadenado una de las discusiones internacionales más interesantes del último tiempo. Sobre todo considerando que existe la posibilidad cierta de dejar atrás una de las políticas internacionales más representativas de la desigualdad imperante en las organizaciones multilaterales: la sucesión del FMI. Desde su fundación hace unas seis décadas, la cabecera del FMI ha sido reservada para un europeo, mientras que la del Banco Mundial ha sido reservada para un estadounidense. Esta política fue diseñada después de la Segunda Guerra Mundial, cuando entre Europa y Estados Unidos representaban alrededor del 60% de la economía mundial. Con la entrada de nuevos actores de influencia en los mercados mundiales, como China, Brazil, India y Sudáfrica, este lugar común se ha visto lentamente erosionado.
Desde la salida de Dominique Strauss-Kahn de la presidencia del Fondo Monetario Internacional se ha desencadenado una de las discusiones internacionales más interesantes del último tiempo. Sobre todo considerando que existe la posibilidad cierta de dejar atrás una de las políticas internacionales más representativas de la desigualdad imperante en las organizaciones multilaterales: la sucesión del FMI. Desde su fundación hace unas seis décadas, la cabecera del FMI ha sido reservada para un europeo, mientras que la del Banco Mundial ha sido reservada para un estadounidense. Esta política fue diseñada después de la Segunda Guerra Mundial, cuando entre Europa y Estados Unidos representaban alrededor del 60% de la economía mundial. Con la entrada de nuevos actores de influencia en los mercados mundiales, como China, Brazil, India y Sudáfrica, este lugar común se ha visto lentamente erosionado.
La semana pasada, China saltó a la palestra pidiendo el asiento que dejó DSK para un país emergente. Pronto siguieron Brasil, India y Turquía presentando sus propios candidatos. Lo realmente sorprendente ha sido la petición de la Democracia Cristiana chilena al gobierno chileno para apoyar la candidatura de Alejandro Foxley. La propuesta muestra, por lo menos, la autocomplacencia y sectarismo que domina la política chilena –los demás partidos entran por su omisión del debate. Sin embargo, el problema más grave que revela la insólita propuesta de la DC es la escasa reflexión estratégica que existe en Chile sobre la posición política chilena para contribuir al desarrollo y la democratización de los organismos multilaterales.
Como se ha venido viendo a lo largo de la semana, la batalla por el sucesor será un problema de diplomacia. Como señaló el diario El País de España, “Europa habló alto y claro: defendió de forma unánime, desde las instituciones europeas y prácticamente desde cada uno de los Gobiernos, la candidatura europea”. Sin embargo, “los emergentes siguen sin hablar con una sola voz y los candidatos al FMI aparecen a ráfagas, procedentes de casi una veintena de países cuando apenas han pasado cinco días desde la detención de Strauss-Kahn.” En esto Europa tiene ventaja al manejar desde ya varias décadas políticas comunes, y poseer instituciones y procedimientos para acercar las posiciones entre países. Los países emergentes en cambio no poseen alianzas formales, ni pautas de desarrollo común. Sin embargo, tienen en común la exclusión fáctica de la cabecera de organismos multilaterales importantes como el FMI. Además de ser inherentemente racista, la política de sucesión del FMI refleja distribuciones de poder que han quedado obsoletos.
Una política internacional inteligente desde Chile sería por lo tanto, en vez de presentar un candidato propio y contribuir al debilitamiento de la posición de los países emergentes, contribuir a democratizar los procesos de selección de la dirección del FMI. El trabajo del gobierno chileno pues debe ser diplomático y debe encaminarse a conversar con los gobiernos latinoamericanos, donde existen políticas comunes y procedimientos para acercar posiciones (UNASUR, MERCOSUR, OEA), para definir la postura del continente frente a la situación. En este sentido, la postura latinoamericana debiera encaminarse a apoyar alguno de los candidatos asiáticos (India o Singapur), que en este momento poseen las mejores oportunidades y para los cuales existen los mejores argumentos. Esto, si bien no necesariamente favorecerá los intereses chilenos, tendrá el impacto de sentar un precedente y obligará a los europeos –y posteriormente a los estadounidenses en el Banco Mundial– a encaminar la discusión sobre procedimientos de designación y selección de candidatos. La política internacional chilena debe por lo tanto comenzar a dejar de mirarse el ombligo y pensar en el largo plazo del desarrollo de las instituciones multilaterales. Avanzando en la democratización de los mecanismos de selección de las cúpulas de órganos como el FMI permitirá que, quizá en el mediano plazo, exista la posibilidad que un representante de un país pequeño, en el extremo sur del mundo, ocupe la presidencia de un organismo con peso global.
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