jueves, 17 de marzo de 2011

El fin de la voluntad

La política es el ejercicio social de la voluntad.
Voluntad de modificar la realidad, en la forma que a uno le parezca adecuada. Voluntad de convencer que las ideas propias respecto de la sociedad son las mejores y que merecen la pena de ser seguidas. Voluntad de llegar al poder, entonces, para intentar transformar la realidad de acuerdo a dichas ideas, acompañado por quienes las comparten.
Esto, que parece tan obvio, no lo es. Y no lo es por muchas razones, al menos en Chile.
La más importante, a mi juicio, se refiere a la instalación de la idea de que la realidad que vivimos es la única posible de pensar y construir.
Cuando uno escucha los debates de los políticos y tecnócratas que los rodean, queda la sensación de que la realidad actual es un conjunto de ecuaciones en la que hay que tener un cuidado inaudito de mover una variable, ya que ello alterará todas las demás, y sin el cuidado correcto puede tener consecuencias insospechadamente dramáticas para nuestro futuro.
Esta idea ha ido apoyada por un dispositivo notable: el neoliberalismo - de derecha e izquierda - nos ha convencido que la única posibilidad que tenemos en Chile de movilidad social está dada por la educación. Es decir, si queremos salir del hoyo en que estamos metidos, debemos apostar a educarnos. Ya no nosotros - para ello es demasiado tarde - pero sí nuestros hijos y sus descendientes. (Educación que obviamente también se deja a su propio desarrollo, reduciendo al mínimo la intervención del Estado).
Puede que esto sea en parte verdad, pero ¿no será posible hacer otras cosas en función de la movilidad y reducción de la desigualdad social? ¿no será posible ir más allá de los bonos que buscan compensar con caridad las miserias cotidianas de los pobres? ¿no será pensable pasar de una modelo de escuálidas subvenciones y créditos, a uno de beneficios y oportunidades estructurales?
Es simplemente apasionante ver como el discurso sobre el carácter natural del devenir de la realidad ha logrado desproveer a la política de la voluntad de modificar nuestra vida social, más allá de las mezquinas posibilidades matemáticas de la micro y macro economía. Como ha instalado en el corazón de la práctica política el pavor al descalabro, si se mueve la variable equivocada.
En síntesis, la nueva ideología reza: la realidad es como es, es como se desarrolla. Hay que tratar de no intervenirla a fin de no alterar su aparente curso natural.
Lo más sabroso es, sin embargo, que quienes profesan esta nueva ideología apuntan con el dedo a quienes piensan algo distinto y los acusan de ideologizados. Como si su concepto de realidad y de política estuviera más allá de la interpretación y sólo diera cuenta de lo "realmente" existente.
En otras palabras, la nueva ideología ha logrado naturalizar la realidad y ponerla a resguardo de la voluntad política de cambiarla. Ella debe transformarse sólo por las fuerzas naturales que la componen. Que en el mundo actual es lo mismo que decir, la energía capitalista. O la energía de los más poderosos, que tienen más recursos y medios para organizarse y conseguir sus objetivos.
En Chile la política se ha convertido en algo distinto del ejercicio social de la voluntad. Ha devenido una especie de ejercicio administrativo de grandes prebendas y pequeñas ideas.
Por lo mismo, no es de extrañar que su encanto no traspase los límites de dichas prebendas o, a la inversa, que no permee a quienes éstas no llegan.
La pregunta que se desprende de todo esto es ¿qué puede ser o qué sentido puede tener una política desprovista de la voluntad de modificar la realidad?

1 comentario:

Mauricio dijo...

Muy bueno. Esa realidad aparentemente inamovible se refleja en muchos ámbitos. Por ejemplo, en el amor de los políticos a la “renovación democrática del poder", como si el país fuera una conjunto de weones destinados a ser eternamente administrados, y no un universo de desigualdades y contradicciones.

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