martes, 9 de noviembre de 2010

La malla

Por Daniel Casanova

Varias universidades están reformando los estudios de pregrado. Las razones parecen atendibles: acotamiento del tiempo de estudios, articulación horizontal y vertical, movilidad, flexibilidad curricular, pertinencia, mayor sensibilidad a las demandas sociales, entre otras. Suele buscarse ahora un currículum organizado más en torno a los desempeños profesionales o competencias que a los contenidos de las disciplinas. Esto impone graves
desafíos de toda índole a las instituciones y están por verse los resultados.
Ahora bien, a nivel del diseño de la estructura curricular, lo que suele implementarse es otra metodología para llegar a lo de siempre: un rígido entramado de unidades de aprendizaje llamado en Chile malla curricular, en la que se supone que los casilleros ahora no se organizan tanto como contenidos disciplinares, sino en base a las competencias a desarrollar en el futuro profesional. A esa formulación, como siempre, se la clausura normativamente en la ley interna, mediante algún decreto de la autoridad competente que lista las asignaturas -seguramente ahora renombradas como "módulos"- congelándolas y, con ello, se amarra a la comunidad de estudiantes y profesores presente y futura al nuevo diseño.
Pero, ¿y en que quedó lo de flexibilidad?
La flexibilidad curricular puede significar dos cosas: la primera que el estudiante modele en alguna medida su propio "perfil de egreso" y diseñe su propia trayectoria dentro de la oferta formativa existente en su universidad y la segunda, que el profesor pueda acometer al logro de los aprendizajes mediante los contenidos y métodos que prefiera, es decir, que pueda diseñar sus cursos.
Hasta el momento nada de eso se vislumbra en la reforma curricular del pregrado, salvo tal vez, en las innovaciones de estructura curricular a nivel macro de las Universidades de Chile y Católica de Chile.
La razón es simple: se olvida que un plan de estudios es siempre una proposición hipotética y que debe ser capaz de evolucionar.
Lo que se hace es lo contrario. Suele establecerse un perfil de egreso como si fueran las tablas de la ley, se deducen de él las asignaturas (o como quieran ahora rebautizarlas) y se formula el plan de estudios como el listado de asignaturas que el estudiante deberá aprobar en su trayectoria. Por otro, se suele prefijar como parte del diseño, los contenidos, la metodología y la evaluación. O sea, en los nuevos syllabus ya vienen respondidas y empaquetadas las respuestas a las viejas preguntas: que enseñar, como enseñar y como evaluar. No es necesario recalcar la visión tecnocrática y funcionalista que subyace a tales prácticas de diseño curricular.
La reforma curricular del pregrado podría devenir en algo más interesante, si se hicieran algunas cosas: primero, se formularan los planes de estudio no como una malla curricular, sino como un plan propositivo y evolutivo expresado en conjuntos de créditos académicos a cumplir por el estudiante en determinadas áreas y temas, (lo que no obsta para que existan determinadas asignaturas obligatorias); segundo, se trabajara la programación de asignaturas, como el momento de proposición y evolución, ajuste y deliberación de los cursos y las trayectorias estudiantiles; y tercero, se gestionara la inscripción de los estudiantes como el momento de constitución formal de las redes de expertos y de aprendices que buscan trazar su camino formativo.
Lo otro es hacer una nueva malla curricular en base a un nuevo catecismo pedagógico de moda, la que antes de cinco años seguro que declararemos obsoleta y ahí vamos de nuevo.

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