Si tuviera que responder a la pregunta por el mayor éxito de la ideología neoliberal, diría que éste no tiene que ver con sus resultados económicos, que son, por lo demás, siempre discutibles. Si no con algo mucho más importante y profundo: con su capacidad de anular la imaginación política a través de la naturalización de la realidad.
Esta ideología nos ha convencido que el mundo se encuentra sostenido por una serie de algoritmos económicos inalterables, que son los que garantizan su relativa coherencia, pero por sobre todo, que no se venga abajo. Además, nos ha persuadido de que la interpretación auténtica y la correcta alquimia que garantizan su continuidad la tienen y conocen sólo los iniciados en ella.
En otras palabras, nos ha hecho creer que la única realidad viable es la que conocemos y que las alteraciones permisibles son aquellas que admiten las ecuaciones y curvas econométricas. Éstas, en definitiva, y no la imaginación política, son las que fijan los límites a la realidad posible.
Así surgen los dogmas de la inflación, del endeudamiento fiscal, del libre mercado, del crecimiento económico, de la optimización incesante, de la competitividad, por mencionar algunos de los más conocidos.
Son estos, en sus diversas combinaciones, los que determinan lo que es imaginable y lo que no. Quien quiera ir más allá de ellos está poniéndose a sí mismo y a todos nosotros en riesgo.
Quiso la historia, además, que el momento de su éxito (probablemente circunstancial, ya nada asegura que este modelo vaya a funcionar para siempre), coincidiera con el fracaso del socialismo real.
Esto generó las condiciones concretas para que se pudiera demostrar que esta forma de organizar la sociedad es la más exitosa. Y como no hay muchas opciones, no quedó otra que hacerse del nuevo dogma (y de las consecuencias que esto tiene para la posibilidad de generar ideas distintas a las admisibles).
De ese modo hemos llegado a un punto en que cualquier intento de imaginar una sociedad que vaya más allá de lo que las ecuaciones permiten es acusado inmediatamente de ideológico, por no aceptar que la única realidad posible es la existente y que es esa la que debemos perfeccionar, dentro de los márgenes por el dogma permitidos.
La mayor virtud, sin embargo, de la ideología neoliberal no es que ella sea fomentada (como se suele y gusta de creer con frecuencia) por una cofradía secreta de individuos perversos, que buscan acrecer su riqueza sin cesar a costa de los excluidos y explotados. Su mayor virtud es que ella seduce por sí sola y que, por lo mismo, no requiere de muchos defensores para tener hordas de seguidores.
Y la razón de esto es muy simple: siempre es más fácil describir la realidad existente y luchar por conservarla que imaginar cómo podría ser. Es decir, admirar, aunque sea con cierta criticidad, lo existente resulta mucho más cómodo y menos riesgoso que intentar imaginar y crear lo desconocido.
Esta ideología nos ha convencido que el mundo se encuentra sostenido por una serie de algoritmos económicos inalterables, que son los que garantizan su relativa coherencia, pero por sobre todo, que no se venga abajo. Además, nos ha persuadido de que la interpretación auténtica y la correcta alquimia que garantizan su continuidad la tienen y conocen sólo los iniciados en ella.
En otras palabras, nos ha hecho creer que la única realidad viable es la que conocemos y que las alteraciones permisibles son aquellas que admiten las ecuaciones y curvas econométricas. Éstas, en definitiva, y no la imaginación política, son las que fijan los límites a la realidad posible.
Así surgen los dogmas de la inflación, del endeudamiento fiscal, del libre mercado, del crecimiento económico, de la optimización incesante, de la competitividad, por mencionar algunos de los más conocidos.
Son estos, en sus diversas combinaciones, los que determinan lo que es imaginable y lo que no. Quien quiera ir más allá de ellos está poniéndose a sí mismo y a todos nosotros en riesgo.
Quiso la historia, además, que el momento de su éxito (probablemente circunstancial, ya nada asegura que este modelo vaya a funcionar para siempre), coincidiera con el fracaso del socialismo real.
Esto generó las condiciones concretas para que se pudiera demostrar que esta forma de organizar la sociedad es la más exitosa. Y como no hay muchas opciones, no quedó otra que hacerse del nuevo dogma (y de las consecuencias que esto tiene para la posibilidad de generar ideas distintas a las admisibles).
De ese modo hemos llegado a un punto en que cualquier intento de imaginar una sociedad que vaya más allá de lo que las ecuaciones permiten es acusado inmediatamente de ideológico, por no aceptar que la única realidad posible es la existente y que es esa la que debemos perfeccionar, dentro de los márgenes por el dogma permitidos.
La mayor virtud, sin embargo, de la ideología neoliberal no es que ella sea fomentada (como se suele y gusta de creer con frecuencia) por una cofradía secreta de individuos perversos, que buscan acrecer su riqueza sin cesar a costa de los excluidos y explotados. Su mayor virtud es que ella seduce por sí sola y que, por lo mismo, no requiere de muchos defensores para tener hordas de seguidores.
Y la razón de esto es muy simple: siempre es más fácil describir la realidad existente y luchar por conservarla que imaginar cómo podría ser. Es decir, admirar, aunque sea con cierta criticidad, lo existente resulta mucho más cómodo y menos riesgoso que intentar imaginar y crear lo desconocido.
2 comentarios:
Una opinión tan abrumadora como precisa. Un pequeño agregado al respecto: el neoliberalismo, para devenir en paradigma de desarrollo económico y social ha echado mano a un instrumento por el que habitualmente el capital no sentía un gran aprecio. Este es el quehacer intelectual y artístico, y por ende cultural, el que ha logrado revertir en su esencia para transformarlo en la negación de si mismo. Un botón de muestra, tan precario como angustiante es el estado actual de la educación, la cultura y la política en Chile.
Si bien comparto el argumento de fondo, en defensa a mis colegas economistas y, más precisamente, los econometristas, todo modelo econométrico se basa en lo que ha sido. Es decir, una de las reglas básicas del modelamiento econométrico es que no se puede predecir comportamiento en situaciones para las cuales no haya información fidedigna para basar esos modelos. Por lo tanto, no se le puede pedir a los modelos econométricos que sean creativos... ese no es su rol. La tarea de ser creativo radica en la teoría, no en la técnica. Lo importante es convencer a las masas y a los dirigentes a probar caminos no previamente trazados y ver cual es el resultado. Esto implica apelar más a la fe que a la evidencia científica. Ese es el reto abierto para transformar el sistema, no criticar una técnica cuyos objetivos desvirtuamos para favorecer un argumento político.
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