El día 29 de abril de 1888 se congregó en la Alameda de Santiago una gran multitud de personas para protestar por el alza del pasaje de los tranvías. La concentración era la segunda que convocaba el Partido Demócrata.
La primera se había realizado un par de semanas antes: el 8 del mismo mes.
La razón era el aumento del precio del pasaje de segunda clase, de dos centavos y medio a tres. El argumento de la compañía privada que administraba el servicio de transporte público era la escasez de la moneda de dos centavos y medio, lo que hacía difícil el cobro.
El resultado de la primera concentración fue una conversación del directorio del partido con el Intendente y una carta a los representantes de la empresa, propiedad de las familias Matte, Edwards y otras igualmente adineradas. La respuesta fue tajante: el pasaje no sólo subiría medio centavo, sino que dentro de pronto volvería a subir.
En la segunda concentración, motivada por esta negativa, los ánimos fueron distintos. Luego de escuchar a los oradores, un grupo de personas abordó un tranvía, obligó al chofer a desenganchar los caballos y luego volcaron el carro. Pronto otros grupos comenzaran a hacer lo mismo e incluso los incendiaron.
La policía y algunas unidades del ejército tuvieron serios problemas para contener a la multitud. Los resultados de la concentración y de la molestia popular eran elocuentes: 17 carros incendiados, otros 17 parcialmente destruidos, numerosas garitas destrozadas y 22 caballos desaparecidos. A ello hay que agregar decenas de heridos.
Ésta es considerada una de las primeras huelgas obreras masivas, de las muchas que se extendieron por Chile durante los siglos XIX y XX.
Para entender este movimiento hay, al menos, dos claves: por una parte, la voluntad de la poblada para salir a la calle, insubordinada, a arriesgar la vida por algo que consideraban justo. Por otra, un partido político que hizo de esta reivindicación algo más que un eslogan.
En ninguno de los casos hay parangón con lo que sucede hoy en Chile con el Transantiago. Desde marzo éste ha subido su tarifa mensualmente: 10 pesos en marzo, 20 en abril, 20 más en mayo en algunas comunas de Santiago, 20 en junio y otros 20 en julio. De ese modo, el metro de Santiago, con una tarifa superior a un dólar por viaje, se convirtió en el más caro de Sudamérica junto con el de Brasilia.
Lo más increíble es que no hay reclamos mayores. Ni por parte de la población, ni mucho menos de los políticos. No existe un sólo partido que haya manifestado de modo tajante su desacuerdo con lo que sucede y que va en desmedro de los más pobres.
Terminaremos, absurdamente, agradeciéndole a las encuestas el que no existan más aumentos de precios: la última encuesta CEP determinó que uno de los factores que afecta la popularidad del Presidente son las alzas del Transantiago. Ahora los sesudos estrategas del segundo piso de la Moneda trabajan en un "diseño" que las evite, pero no para alivianarle la vida a los más pobres, sino para no seguir perjudicando la ya escuálida popularidad de su jefe.
Los demás guardan un cauteloso y cómplice silencio.
*Parte importante de la narración histórica fue extraída del libro de Sergio Grez: De la "Regeneración del Pueblo" a la Huelga General. Santiago: Dibam-Ril-Centro Barros Arana, 1997.
La primera se había realizado un par de semanas antes: el 8 del mismo mes.
La razón era el aumento del precio del pasaje de segunda clase, de dos centavos y medio a tres. El argumento de la compañía privada que administraba el servicio de transporte público era la escasez de la moneda de dos centavos y medio, lo que hacía difícil el cobro.
El resultado de la primera concentración fue una conversación del directorio del partido con el Intendente y una carta a los representantes de la empresa, propiedad de las familias Matte, Edwards y otras igualmente adineradas. La respuesta fue tajante: el pasaje no sólo subiría medio centavo, sino que dentro de pronto volvería a subir.
En la segunda concentración, motivada por esta negativa, los ánimos fueron distintos. Luego de escuchar a los oradores, un grupo de personas abordó un tranvía, obligó al chofer a desenganchar los caballos y luego volcaron el carro. Pronto otros grupos comenzaran a hacer lo mismo e incluso los incendiaron.
La policía y algunas unidades del ejército tuvieron serios problemas para contener a la multitud. Los resultados de la concentración y de la molestia popular eran elocuentes: 17 carros incendiados, otros 17 parcialmente destruidos, numerosas garitas destrozadas y 22 caballos desaparecidos. A ello hay que agregar decenas de heridos.
Ésta es considerada una de las primeras huelgas obreras masivas, de las muchas que se extendieron por Chile durante los siglos XIX y XX.
Para entender este movimiento hay, al menos, dos claves: por una parte, la voluntad de la poblada para salir a la calle, insubordinada, a arriesgar la vida por algo que consideraban justo. Por otra, un partido político que hizo de esta reivindicación algo más que un eslogan.
En ninguno de los casos hay parangón con lo que sucede hoy en Chile con el Transantiago. Desde marzo éste ha subido su tarifa mensualmente: 10 pesos en marzo, 20 en abril, 20 más en mayo en algunas comunas de Santiago, 20 en junio y otros 20 en julio. De ese modo, el metro de Santiago, con una tarifa superior a un dólar por viaje, se convirtió en el más caro de Sudamérica junto con el de Brasilia.
Lo más increíble es que no hay reclamos mayores. Ni por parte de la población, ni mucho menos de los políticos. No existe un sólo partido que haya manifestado de modo tajante su desacuerdo con lo que sucede y que va en desmedro de los más pobres.
Terminaremos, absurdamente, agradeciéndole a las encuestas el que no existan más aumentos de precios: la última encuesta CEP determinó que uno de los factores que afecta la popularidad del Presidente son las alzas del Transantiago. Ahora los sesudos estrategas del segundo piso de la Moneda trabajan en un "diseño" que las evite, pero no para alivianarle la vida a los más pobres, sino para no seguir perjudicando la ya escuálida popularidad de su jefe.
Los demás guardan un cauteloso y cómplice silencio.
*Parte importante de la narración histórica fue extraída del libro de Sergio Grez: De la "Regeneración del Pueblo" a la Huelga General. Santiago: Dibam-Ril-Centro Barros Arana, 1997.
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