lunes, 25 de octubre de 2010

La peligrosa incultura del poder

Hace unas semanas atrás conversábamos con amigos y familiares acerca de la relación que existe entre la política y la cultura. La principal conclusión era que si bien los políticos, en general, no se caracterizan por ser excesivamente cultos (al menos los actuales), el caso de la nueva derecha chilena es aún peor.
No se trata de que no vayan a la opera o a los conciertos de la orquesta sinfónica o no visiten las galerías de pintura. Al contrario, son tal vez ellos quienes más organizan, financian y frecuentan este tipo de actividades. Pero que lo hagan no es sinónimo de ser cultos. Más bien esto funciona como un sucedáneo o simulacro de cultura, al aparecer como mecenas y usuarios, luciendo galas y joyas en palcos decimonónicos.
Ello no cubre, sin embargo, la brecha cultural de quien no se ha educado o no ha leído lo suficiente para cumplir adecuadamente su rol de elite social, política y cultural.
Es el caso de la nueva derecha chilena, monopolizada por los "hacedores". Por personajes caracterizados por un activismo incesante que conduce invariablemente por el camino del éxito, hacia la riqueza y el bienestar.
Si bien ello no es reprobable, uno podría esperar que el grupo dirigente fuera más culto, que su sensibilidad fuera más allá de la sola figuración social y el protagonismo político. Que su comprensión de los problemas sociales fuera mayor y que, por lo mismo, su discusión tuviera la profundidad que merecen.
En otras palabras que temas como la salud, las pensiones, la educación - entre muchos otros - no fueran tratados con el desdén que se trata cualquier transacción comercial cuando se es dueño de todo el dinero y se preguntaran por una vez (aunque sea sólo una vez) si estos no merecen un abordaje distinto.
Pero eso parece ser demasiado pedir. Basta con hacer que las cosas funcionen. ¿Para qué preguntarse porqué funcionan así? Ni mucho menos si pudieran funcionar de otro modo.
Hoy nuestro Presidente hizo gala de esta falta de cultura al citar una estrofa del himno nacional alemán que no se canta porque representa uno de los símbolos más importantes del nazismo.
Consecuente hasta el final, señaló a la prensa que "no tenía conciencia que esa frase estaba ligada a un pasado oscuro".
Es altamente probable que esté diciendo la verdad. Pero cualquiera podría preguntarse por qué una persona que no sabe alemán aprende esa frase de memoria e insiste en escribirla en el libro de visitas de la presidencia alemana, sin saber qué significa ni de dónde viene. Se trata de un Presidente de la República, no de un papagayo entrenado en la repetición inconciente de sonidos ajenos que no es necesario comprender.
En algún momento pensé que un querido amigo exageraba cuando me decía "la gente no tiene libros", refiriéndose obviamente a su lectura. Más de una vez me dijo que en la sociedad actual "quien no tenga cien libros lo van a hacer tonto con el vuelto".
Hoy comienzo a pensar que mi amigo no sólo tiene razón, sino que ello cobra especial importancia cuando se trata de la elite. En este caso, su incultura no es sólo un problema individual, sino un peligro para todos nosotros.

martes, 12 de octubre de 2010

Gracias mineros por la ilusión concedida

Por Rodrigo Vidal Rojas


Gracias por concedernos la ilusión de que somos un país solidario y preocupado por el sufrimiento del otro.

Gracias por darnos la oportunidad de calmar nuestras conciencias, pensando que contribuimos en algo encendiendo el televisor para informarnos acerca de lo que ocurre con ustedes.

Gracias por haberle entregado un contenido humano y sensible a un bicentenario que por más promesas hechas, nunca despegó.

Gracias por otorgarle al gobierno una razón de estar en La Moneda cuando, iniciado el campeonato de fútbol, el terremoto había llegado a su fin.

Gracias por haberle dado un sentido útil a nuestros medios de prensa.

Gracias por colmar el tiempo y el interés de nuestros noticiarios, arrinconando en pocos minutos la verborrea insoportable de nuestra clase política.

Gracias por regalarnos 33 nombres para escribir la historia de nuestro bicentenario, en un país plagado de villanos y tan necesitado de héroes contemporáneos.

Gracias por el silencio comprometido, ya que toda nación requiere que sus héroes sean santos, para fundar su historia sobre personajes casi mitológicos.

Gracias por el número 33, que le otorga una dimensión mística y trascendente a un país pobremente aterialista y crematístico.

Gracias porque a 33 semanas de producido el terremoto la tierra nos devuelve un poco de la vida que nos arrebató el 27 de febrero.

Gracias porque por una vez no celebraremos un gol, un triunfo en un reality, el logro del Kino, el inicio del festival o el IMACEC, sino que celebraremos el triunfo de la vida.

Gracias por demostrarnos que cuando el Estado quiere, puede; y que de la misma forma como invierte millones y millones de dólares en el rescate de 33 mineros desde el fondo de la tierra, puede y debe invertir otro tanto para rescatar a miles de niños del fondo del hoyo de la mala educación que este país les entrega.

Gracias, por que entre tantos bytes, pulgadas, milímetros de espesor, airbags, cilindradas, superficie construida, kilómetros acumulados, seguidores en Twitter, con que medimos la longitud de nuestra masculinidad chilensis, ustedes nos recuerdan que la posibilidad de volver a ver el sol con nuestros propios ojos es lo que le da sentido a la vida.

Gracias por paralizar 48 horas este país, por una causa noble.

Cuando la expectación de vuestro rescate se haya extinguido, y la última luminaria del campamento Esperanza se haya apagado, nos quedará el recuerdo y las imágenes de un evento extraordinario y único que nos habrá dejado la ilusión de que una sociedad un poco mejor de la que hoy tenemos es tal vez posible.

lunes, 4 de octubre de 2010

Una precisión "Mayor"

"Como las prestigiosas universidades de Princeton, Johns Hopkins, Cornell y Columbia, también la Universidad Mayor acreditó su calidad en Estados Unidos".
Así repite incansablemente una publicidad radial desde que el 24 de junio recién pasado dicha universidad recibiera la mentada certificación.
Este aviso ha sido sólo parte de una enorme campaña publicitaria que intenta diferenciar a la Universidad Mayor de las instituciones nacionales, poniéndola aparentemente en las ligas internacionales de la educación superior.
Si bien es cierto que un esfuerzo como éste sólo puede ser felicitado, no es menos cierto que sería deseable una precisión un poco mayor por parte de la propia universidad.
La "Middle States Commission on Higher Education" es la comisión de acreditación más antigua de Estados Unidos, funciona desde 1919, y efectivamente acredita a prestigiosas universidades en todo el mundo.
Para hacerlo, sin embargo, utiliza como base la clasificación de instituciones de educación superior que desarrolló la Fundación Carnegie a comienzos de la década del 70 y que ha ido actualizando permanentemente. Dicha clasificación no busca establecer un ranking, sino sólo determinar categorías de universidades a fin de hacerlas comparables entre sí. Aunque en la práctica es inevitable que opere como tal, a mucho pesar de la propia Fundación.
La clasificación (incluido el item "no clasificadas") tiene un total de 34 categorías, que van desde las grandes universidades de investigación, pasando por otras especializadas en algunas áreas, instituciones tribales, hasta las universidades o colleges rurales.
La Universidad Mayor cabe dentro del grupo "Master's - Smaller Programs", junto a otras 128 instituciones de las más de 4.390 que tiene el sistema norteamericano. Para ser más precisos, es una de las 83 en esta categoría, que corresponde a instituciones privadas sin fines de lucro (junto a 32 públicas y 13 privadas con fines de lucro).
En esta categoría se ubican las universidades o colleges que no entregan grados de doctor (o lo hacen en una medida no relevante) y que, por lo mismo, tampoco tienen investigación de peso. Son instituciones (postbachillerato) que en un período de dos años entregan menos de 99 grados de magíster.
En síntesis, no se trata de desmerecer el logro de la Universidad Mayor, sino de ponerlo en la perspectiva que corresponde.
Las Universidades de Princeton, Johns Hopkins, Cornell y Columbia, corresponden todas a lo que la clasificación Carnegie denomina "Doctorate-granting Universities" (Very High Research Activity), ubicándose en la cúspide del trabajo académico mundial (salvo que la publicidad se refiera al Columbia College, que sí se ubica en la misma categoría).
Nuestra criolla institución se compara con la Bayamon Central University, Caldwell College, Neumann University o el Utica College, por mencionar algunas de las (desconocidas) instituciones acreditadas por la misma agencia en esa categoría.
En algo sí aciertan en la comparación: se ubican entre las universidades privadas sin fines de lucro. Aunque - pensándolo mejor - tal vez ésta sea también una pregunta abierta en el caso de la Universidad Mayor.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Sobre bombas atómicas, ingeniería genética y otras cosas

Por Mauricio Casanova Brito

Las caracterizaciones de la llegada de este siglo XXI son muchas. Unos adelantan el fin de la historia, el paraíso de la tecnología y las soluciones Express, el siglo de los mundiales con victorias africanas, el siglo del Apocalipsis y las predicciones mayas, el siglo de los autos voladores, etc. En fin, son muchas las predicciones para este nuevo siglo. Bienvenidos los años que dejen atrás 100 años amargos de guerras mundiales y desastres atómicos.

Sin embargo, dentro de las muchas interpretaciones de nuestra nueva realidad, hay una en particular que abandona las fantasías periodísticas y mediáticas. Existe algo nuevo, algo que no habíamos pensado antes, que quizás deba re-definir las políticas incluso a nivel global ¿Qué pasa en este siglo XXI? Podemos morir. Si, así de simple, podemos morir. Y no es esto una predicción mística ni una religión milenaria, es un análisis frío y realista.

Si bien en el siglo XX ya se daban alarmas de los peligros de las armas nucleares en la guerra fría, esta realidad requiere un análisis más profundo, pues en el siglo XXI la barrera entre sociedad y naturaleza se quebró, la sociedad se apoderó de la naturaleza, la naturaleza se sociabilizó, tanto así, que su supervivencia DEPENDE DE LA SOCIEDAD. Esto es algo nuevo ¿No da para pensar?

Siempre hemos concebido que somos grupos de sujetos viviendo en un entorno natural, un territorio, un suelo, espacio, como se llame. A ese espacio natural, nuestra tierra, la entendemos como algo distinto a los seres humanos. Eso precisamente es lo que comienza a desvanecerse. La naturaleza ahora es social, depende de la sociedad, es parte de ella. Si nos ponemos de acuerdo, clonamos animales. Si nos ponemos de acuerdo, damos a luz a niños en probetas. Si no nos ponemos de acuerdo en nada, podemos destruirnos.

¿Cuál es la conclusión que debemos sacar? ¿Entregarnos a fundamentalismos religiosos y esperar el fin de los días? Yo creo que no. La solución, sólo el comienzo, creo que es simple: dejar de pensar en nosotros como seres humanos con naturaleza. No seamos humus económicus, seres naturalmente adaptados a la competencia. No seamos Adanes ni Evas condenados al eterno pecado original. No seamos nada pre-determinado. Que tragedia más grande para este siglo XXI que el pensamiento que crea que somos hombres corruptos, condenados ya sea a nuestro eterno egoísmo neoliberal o al pecado por haber probado el fruto de la ciencia. Pensar que algo malo se esconde en nuestro interior, en nuestra profunda naturaleza humana, es algo pernicioso. Es algo que impide el pensar en algo más allá.

Personalmente, creo que no somos malos de naturaleza, que no llevamos el neoliberalismo en el código genético y que no somos pecadores esperando la segunda llegada de Cristo. Se nos viene el siglo XXI y yo prefiero pensar que algo se puede hacer en vez de sentarme a vez televisión.

lunes, 20 de septiembre de 2010

La dama de hierro chilena

En el año 1981, la entonces primera Ministra de Inglaterra, conocida de como la "dama de hierro", dejó morir de hambre a 10 huelguistas.
Todos eran del IRA y estaban recluidos en la cárcel de alta seguridad de Long Kesh. Al inicio pedían que se les reconociera el estatus de presos políticos. Pero ella no sólo se los negó, sino que implementó una serie de medidas represivas, como la prohibición de hacer ejercicio, leer, usar determinadas instalaciones. Finalmente, los presos tomaron la más extrema de las medidas: la huelga de hambre.
Pero eso no impresionó a Tatcher. Tampoco las manifestaciones a su favor, ni mucho menos el que varios de ellos ganaran elecciones parlamentarias (en ausencia y sin campaña, se entiende): Bobby Sands, Kiehran Doherty y Paddy Agnew. Salvo este último, los otros dos murieron producto de la huelga de hambre junto a sus compañeros, cuando bordeaban los 70 días.
En Chile, 34 comuneros mapuches se encuentran en huelga de hambre hace el mismo tiempo. Es probable que no vivan mucho más. Mientras la prensa nacional se ha deleitado con las festividades bicentenarias y las varoniles y multicolores boinas especiales de soldados de toda especie, en una parada militar juzgada como sin precedentes, la situación de los comuneros ha permanecido casi silenciada.
Sólo gracias a algunos parlamentarios europeos y a la prensa internacional, la huelga de los comuneros ha comenzado a ser considerada en Chile. Incluso, una vez más debemos agradecer a la Iglesia Católica que el tema sea puesto sobre la mesa y aparezca en primera plana en algunos medios.
Sin considerar el drama que vive el pueblo mapuche (y otros pueblos indígenas), se trata de algo muy simple: los comuneros no quieren ser juzgados por la ley antiterrorista, considerando que los delitos que supuestamente cometieron están tipificados y contenidos en el derecho penal.
Algo que parece obvio en Chile no lo es. Y la lógica para justificarlo es la que logró imponer la derecha y que no transará: los delitos contra la propiedad privada deben permanecer dentro de lo que debe ser considerado como acto terrorista. Es decir, es lo mismo derrumbar las Torres Gemelas, volar una estación de Metro que incendiar un camión, bajando antes al chofer y exigiéndole que abandone el lugar.
Ésta ha sido una ocasión privilegiada para que el gobierno desenvaine los históricos colmillos de la autoritaria derecha chilena. Públicamente ha dicho que es efectivo que la ley puede estar mal aplicada, por lo mismo hay que enmendar lo sucedido. Pero al mismo tiempo no se sienta a conversar con los comuneros, bajo el viejo lema "con los terroristas no se negocia".
No se trata de excusar a los comuneros por lo que han hecho o se les imputa, de lo que se trata es de abordar el tema sensatamente y con una visión que vaya más allá de proteger las plantaciones de eucaliptus de alguna empresa o el trigo de un par de patrones. Es necesario pensar la situación indígena en serio y ponerse a la altura de lo que han hecho otros países vecinos o no tan vecinos.
Pero pareciera ser que el gobierno quiere mantener el tema en una confusa frontera entre la delincuencia común y el terrorismo, sin aclarar conceptos, ni mucho menos escuchar.
Lo peor es que tampoco se ve en Piñera un interés por tratar este problema con una mayor visión de estadista. Es más, temo que si ya se ha paseado por todo Chile son su casaca roja de vendedor de ferretería, si se ha disfrazado de huaso y de piloto, es también esperable que pronto quiera cenirse a la cintura una brillante falda de hierro.