Hace unas semanas atrás conversábamos con amigos y familiares acerca de la relación que existe entre la política y la cultura. La principal conclusión era que si bien los políticos, en general, no se caracterizan por ser excesivamente cultos (al menos los actuales), el caso de la nueva derecha chilena es aún peor.
No se trata de que no vayan a la opera o a los conciertos de la orquesta sinfónica o no visiten las galerías de pintura. Al contrario, son tal vez ellos quienes más organizan, financian y frecuentan este tipo de actividades. Pero que lo hagan no es sinónimo de ser cultos. Más bien esto funciona como un sucedáneo o simulacro de cultura, al aparecer como mecenas y usuarios, luciendo galas y joyas en palcos decimonónicos.
Ello no cubre, sin embargo, la brecha cultural de quien no se ha educado o no ha leído lo suficiente para cumplir adecuadamente su rol de elite social, política y cultural.
Es el caso de la nueva derecha chilena, monopolizada por los "hacedores". Por personajes caracterizados por un activismo incesante que conduce invariablemente por el camino del éxito, hacia la riqueza y el bienestar.
Si bien ello no es reprobable, uno podría esperar que el grupo dirigente fuera más culto, que su sensibilidad fuera más allá de la sola figuración social y el protagonismo político. Que su comprensión de los problemas sociales fuera mayor y que, por lo mismo, su discusión tuviera la profundidad que merecen.
En otras palabras que temas como la salud, las pensiones, la educación - entre muchos otros - no fueran tratados con el desdén que se trata cualquier transacción comercial cuando se es dueño de todo el dinero y se preguntaran por una vez (aunque sea sólo una vez) si estos no merecen un abordaje distinto.
Pero eso parece ser demasiado pedir. Basta con hacer que las cosas funcionen. ¿Para qué preguntarse porqué funcionan así? Ni mucho menos si pudieran funcionar de otro modo.
Hoy nuestro Presidente hizo gala de esta falta de cultura al citar una estrofa del himno nacional alemán que no se canta porque representa uno de los símbolos más importantes del nazismo.
Consecuente hasta el final, señaló a la prensa que "no tenía conciencia que esa frase estaba ligada a un pasado oscuro".
Es altamente probable que esté diciendo la verdad. Pero cualquiera podría preguntarse por qué una persona que no sabe alemán aprende esa frase de memoria e insiste en escribirla en el libro de visitas de la presidencia alemana, sin saber qué significa ni de dónde viene. Se trata de un Presidente de la República, no de un papagayo entrenado en la repetición inconciente de sonidos ajenos que no es necesario comprender.
En algún momento pensé que un querido amigo exageraba cuando me decía "la gente no tiene libros", refiriéndose obviamente a su lectura. Más de una vez me dijo que en la sociedad actual "quien no tenga cien libros lo van a hacer tonto con el vuelto".
Hoy comienzo a pensar que mi amigo no sólo tiene razón, sino que ello cobra especial importancia cuando se trata de la elite. En este caso, su incultura no es sólo un problema individual, sino un peligro para todos nosotros.
No se trata de que no vayan a la opera o a los conciertos de la orquesta sinfónica o no visiten las galerías de pintura. Al contrario, son tal vez ellos quienes más organizan, financian y frecuentan este tipo de actividades. Pero que lo hagan no es sinónimo de ser cultos. Más bien esto funciona como un sucedáneo o simulacro de cultura, al aparecer como mecenas y usuarios, luciendo galas y joyas en palcos decimonónicos.
Ello no cubre, sin embargo, la brecha cultural de quien no se ha educado o no ha leído lo suficiente para cumplir adecuadamente su rol de elite social, política y cultural.
Es el caso de la nueva derecha chilena, monopolizada por los "hacedores". Por personajes caracterizados por un activismo incesante que conduce invariablemente por el camino del éxito, hacia la riqueza y el bienestar.
Si bien ello no es reprobable, uno podría esperar que el grupo dirigente fuera más culto, que su sensibilidad fuera más allá de la sola figuración social y el protagonismo político. Que su comprensión de los problemas sociales fuera mayor y que, por lo mismo, su discusión tuviera la profundidad que merecen.
En otras palabras que temas como la salud, las pensiones, la educación - entre muchos otros - no fueran tratados con el desdén que se trata cualquier transacción comercial cuando se es dueño de todo el dinero y se preguntaran por una vez (aunque sea sólo una vez) si estos no merecen un abordaje distinto.
Pero eso parece ser demasiado pedir. Basta con hacer que las cosas funcionen. ¿Para qué preguntarse porqué funcionan así? Ni mucho menos si pudieran funcionar de otro modo.
Hoy nuestro Presidente hizo gala de esta falta de cultura al citar una estrofa del himno nacional alemán que no se canta porque representa uno de los símbolos más importantes del nazismo.
Consecuente hasta el final, señaló a la prensa que "no tenía conciencia que esa frase estaba ligada a un pasado oscuro".
Es altamente probable que esté diciendo la verdad. Pero cualquiera podría preguntarse por qué una persona que no sabe alemán aprende esa frase de memoria e insiste en escribirla en el libro de visitas de la presidencia alemana, sin saber qué significa ni de dónde viene. Se trata de un Presidente de la República, no de un papagayo entrenado en la repetición inconciente de sonidos ajenos que no es necesario comprender.
En algún momento pensé que un querido amigo exageraba cuando me decía "la gente no tiene libros", refiriéndose obviamente a su lectura. Más de una vez me dijo que en la sociedad actual "quien no tenga cien libros lo van a hacer tonto con el vuelto".
Hoy comienzo a pensar que mi amigo no sólo tiene razón, sino que ello cobra especial importancia cuando se trata de la elite. En este caso, su incultura no es sólo un problema individual, sino un peligro para todos nosotros.
2 comentarios:
... y ese mismo proceso de desdén por los significados, como ocurrió con el presidente Piñera cuando expulsó de su pluma el doloroso verso del himno alemán del período Nazi, se desliza en la cultura chilena. Y aquí sí que, por esta vez, se materializa la idea del chorreo o la mano invisible que Adam Smith pregonizaba cuando hablaba -como nuestro presidente- de los efectos secundarios de la acumulación del capital. Sólo que lo que chorrea, no por la comisura de los labios, sino que por la conciencia neoliberal chilena, es la horrible escisión entre su cultura y la inquietud deliberativa de la conciencia, con los temas públicos, el poder y la política: "Unkultur über alles".
Lo malo del asunto es que como el nivel de cultura general es bastante bajo en nuestro país, estas cosas no se notan...
"al menos nuestro presidente sabe transcribir texto en alemán"
¡¡dirán algunos!!
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