lunes, 27 de septiembre de 2010

Sobre bombas atómicas, ingeniería genética y otras cosas

Por Mauricio Casanova Brito

Las caracterizaciones de la llegada de este siglo XXI son muchas. Unos adelantan el fin de la historia, el paraíso de la tecnología y las soluciones Express, el siglo de los mundiales con victorias africanas, el siglo del Apocalipsis y las predicciones mayas, el siglo de los autos voladores, etc. En fin, son muchas las predicciones para este nuevo siglo. Bienvenidos los años que dejen atrás 100 años amargos de guerras mundiales y desastres atómicos.

Sin embargo, dentro de las muchas interpretaciones de nuestra nueva realidad, hay una en particular que abandona las fantasías periodísticas y mediáticas. Existe algo nuevo, algo que no habíamos pensado antes, que quizás deba re-definir las políticas incluso a nivel global ¿Qué pasa en este siglo XXI? Podemos morir. Si, así de simple, podemos morir. Y no es esto una predicción mística ni una religión milenaria, es un análisis frío y realista.

Si bien en el siglo XX ya se daban alarmas de los peligros de las armas nucleares en la guerra fría, esta realidad requiere un análisis más profundo, pues en el siglo XXI la barrera entre sociedad y naturaleza se quebró, la sociedad se apoderó de la naturaleza, la naturaleza se sociabilizó, tanto así, que su supervivencia DEPENDE DE LA SOCIEDAD. Esto es algo nuevo ¿No da para pensar?

Siempre hemos concebido que somos grupos de sujetos viviendo en un entorno natural, un territorio, un suelo, espacio, como se llame. A ese espacio natural, nuestra tierra, la entendemos como algo distinto a los seres humanos. Eso precisamente es lo que comienza a desvanecerse. La naturaleza ahora es social, depende de la sociedad, es parte de ella. Si nos ponemos de acuerdo, clonamos animales. Si nos ponemos de acuerdo, damos a luz a niños en probetas. Si no nos ponemos de acuerdo en nada, podemos destruirnos.

¿Cuál es la conclusión que debemos sacar? ¿Entregarnos a fundamentalismos religiosos y esperar el fin de los días? Yo creo que no. La solución, sólo el comienzo, creo que es simple: dejar de pensar en nosotros como seres humanos con naturaleza. No seamos humus económicus, seres naturalmente adaptados a la competencia. No seamos Adanes ni Evas condenados al eterno pecado original. No seamos nada pre-determinado. Que tragedia más grande para este siglo XXI que el pensamiento que crea que somos hombres corruptos, condenados ya sea a nuestro eterno egoísmo neoliberal o al pecado por haber probado el fruto de la ciencia. Pensar que algo malo se esconde en nuestro interior, en nuestra profunda naturaleza humana, es algo pernicioso. Es algo que impide el pensar en algo más allá.

Personalmente, creo que no somos malos de naturaleza, que no llevamos el neoliberalismo en el código genético y que no somos pecadores esperando la segunda llegada de Cristo. Se nos viene el siglo XXI y yo prefiero pensar que algo se puede hacer en vez de sentarme a vez televisión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Mauricio:

Al leerte me he recordado un par de cosas leídas y convergentes con tu enfoque,
1. Lo novedoso de nuestro tiempo es el potencial de muerte en común, pero sobre todo, el avance de una duda "¿no será ya demasiado extensa la existencia de la humanidad?"
2. La muerte individual es lo único seguro (sancionado), pero la vida es nuestro asunto-en-común; y se le llama vida porque precisamente en ella nada está sancionado (seguro).

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