El día domingo 26 de febrero, en el Hospital de San José de la Mariquina, falleció mi tía María; la Mimi. Según el certificado de defunción murió a las 22:25 hrs., pero yo recibí el llamado con la lamentable noticia a las 22:20 hrs. La última vez que hablé con la gente del hospital, a eso de las 18:00, ella ya prácticamente no tenía signos vitales.
Mi tía, cuyo nombre completo era María Darraz Huechante, alcanzó a cumplir los 79 años y hacía más de tres que estaba postrada. Alternaba sus días entre el dormitorio y el comedor, a donde la trasladaban en su silla de ruedas. De hecho, en el último tiempo hacía esfuerzos por levantarse cada día, aunque sólo fuera para mirar por la ventana.
El certificado de defunción señala como causa de muerte shock séptico. Lo que popularmente se conoce como septicemia. En el fondo, murió de una infección generalizada provocada por las numerosas heridas (escaras) originadas en su imposibilidad de moverse y, sobre todo, en el mal cuidado sistemático de quienes debieron tratarla.
Salvo por sus años de escolar, en que vivió en Valdivia, y una estadía en Máfil, en el negocio de su padre (nuestro abuelo Manuel), la mayor parte de su vida la pasó en Pelchuquín. Era una especie de matriarca de la familia que levantó un negocio de la nada, lo hizo florecer hasta lo increíble, para luego derrumbarse con él.
Producto de su enfermedad, pasó bastante tiempo en los hospitales. En Valdivia, en Santiago (en el Hospital de Neurocirugía) y finalmente en San José de la Mariquina. Al igual que otros parientes y amigos la acompañé todo lo que pude, para hacerle un poco más grata su estadía en esos tan poco amables lugares.
En los años de apogeo del negocio de Pelchuquín, que había partido como un clandestino al que llegaban a descargar el trago en las noches, tuvo hasta tres patentes comerciales. Era Minimarket, botillería y restaurant. Gran parte del pueblo y sus alrededores compraba en él. También los clandestinos de sectores más lejanos, como la Punta, se abastecían en el negocio.
Cuando mi tía Mimi regresó de Santiago, a mediados de diciembre pasado, venía llena de esperanza. Se había descubierto la causa de su inmovilidad: una fístula en la espina dorsal. La habían operado y ahora quedaba en manos de los kinesiólogos para intentar recuperar algo de la movilidad perdida. Hablé con el doctor y descubrí que era él la fuente del optimismo.
En esos mismos años de apogeo la Mimi expandió el negocio al casino del aeropuerto de Valdivia; Pichoy. La casa se transformó en un centro de eventos de los agricultores y otras organizaciones de la zona. El dinero aparecía desde todos lados y a la misma velocidad mi tía lo repartía entre nosotros, sus parientes, y entre sus amigos y amigas.
Al llegar de vuelta a Pelchuquín, sin embargo, todo entró en el letargo habitual. El paramédico encargado de la posta impuso el ritmo de las visitas para curarla a un par por semana. La kinesióloga le explicó que ella era experta en ejercicios pulmonares o algo así y la dejó sin atención. El programa de postrados brilló por su ausencia y el optimismo se devaneció.
En lo últimos años el negocio comenzó a decaer. Ya no pudo competir con las cadenas de supermercados de Valdivia, que incluso pusieron buses para movilizar a la gente para que hiciera sus compras. Los pequeños competidores locales hicieron el resto. Además, su generosidad no se mermó en nada. Al final, las estanterías estaban casi vacías.
Cuando me avisaron que mi tía Mimi sería internada en San José, nadie imaginó que era producto de las heridas, que habían alcanzado proporciones tales que los médicos me dijeron que probablemente serían incurables. La derivaron tres veces a Valdivia. Las primeras dos fue devuelta sin atención, la tercera, para que muriera con alguna dignidad y no en la Urgencia.
Su partida marca el fin de una época en la historia de la familia. Se nos fue, con sus virtudes y debilidades, una especie de matriarca. También marca una época en la historia del pueblo, ya que con ella desaparecerá probablemente el negocio que su hermana Julia, nuestra tía Leli, se ha esforzado hasta el agotamiento por mantener. Pero también marca el fin de una pueblerina y cordial convivencia con las autoridades e instituciones de salud locales, ya que a su muerte seguirá un juicio, al menos civil, contra quienes no hicieron la pega y, mucho peor aún, no nos informaron de la gravedad de la situación.
Sólo me consuela un poco el que mi tía estaba cansada de vivir y en varias ocasiones me dijo que se quería morir. Más de una vez, en mi presencia, le preguntó con desesperanza a Dios porqué la mantenía viva.
Sólo por eso tengo algo de consuelo. Porque su muerte fue innecesaria; y sobre todo cruel.
Mi tía, cuyo nombre completo era María Darraz Huechante, alcanzó a cumplir los 79 años y hacía más de tres que estaba postrada. Alternaba sus días entre el dormitorio y el comedor, a donde la trasladaban en su silla de ruedas. De hecho, en el último tiempo hacía esfuerzos por levantarse cada día, aunque sólo fuera para mirar por la ventana.
El certificado de defunción señala como causa de muerte shock séptico. Lo que popularmente se conoce como septicemia. En el fondo, murió de una infección generalizada provocada por las numerosas heridas (escaras) originadas en su imposibilidad de moverse y, sobre todo, en el mal cuidado sistemático de quienes debieron tratarla.
Salvo por sus años de escolar, en que vivió en Valdivia, y una estadía en Máfil, en el negocio de su padre (nuestro abuelo Manuel), la mayor parte de su vida la pasó en Pelchuquín. Era una especie de matriarca de la familia que levantó un negocio de la nada, lo hizo florecer hasta lo increíble, para luego derrumbarse con él.
Producto de su enfermedad, pasó bastante tiempo en los hospitales. En Valdivia, en Santiago (en el Hospital de Neurocirugía) y finalmente en San José de la Mariquina. Al igual que otros parientes y amigos la acompañé todo lo que pude, para hacerle un poco más grata su estadía en esos tan poco amables lugares.
En los años de apogeo del negocio de Pelchuquín, que había partido como un clandestino al que llegaban a descargar el trago en las noches, tuvo hasta tres patentes comerciales. Era Minimarket, botillería y restaurant. Gran parte del pueblo y sus alrededores compraba en él. También los clandestinos de sectores más lejanos, como la Punta, se abastecían en el negocio.
Cuando mi tía Mimi regresó de Santiago, a mediados de diciembre pasado, venía llena de esperanza. Se había descubierto la causa de su inmovilidad: una fístula en la espina dorsal. La habían operado y ahora quedaba en manos de los kinesiólogos para intentar recuperar algo de la movilidad perdida. Hablé con el doctor y descubrí que era él la fuente del optimismo.
En esos mismos años de apogeo la Mimi expandió el negocio al casino del aeropuerto de Valdivia; Pichoy. La casa se transformó en un centro de eventos de los agricultores y otras organizaciones de la zona. El dinero aparecía desde todos lados y a la misma velocidad mi tía lo repartía entre nosotros, sus parientes, y entre sus amigos y amigas.
Al llegar de vuelta a Pelchuquín, sin embargo, todo entró en el letargo habitual. El paramédico encargado de la posta impuso el ritmo de las visitas para curarla a un par por semana. La kinesióloga le explicó que ella era experta en ejercicios pulmonares o algo así y la dejó sin atención. El programa de postrados brilló por su ausencia y el optimismo se devaneció.
En lo últimos años el negocio comenzó a decaer. Ya no pudo competir con las cadenas de supermercados de Valdivia, que incluso pusieron buses para movilizar a la gente para que hiciera sus compras. Los pequeños competidores locales hicieron el resto. Además, su generosidad no se mermó en nada. Al final, las estanterías estaban casi vacías.
Cuando me avisaron que mi tía Mimi sería internada en San José, nadie imaginó que era producto de las heridas, que habían alcanzado proporciones tales que los médicos me dijeron que probablemente serían incurables. La derivaron tres veces a Valdivia. Las primeras dos fue devuelta sin atención, la tercera, para que muriera con alguna dignidad y no en la Urgencia.
Su partida marca el fin de una época en la historia de la familia. Se nos fue, con sus virtudes y debilidades, una especie de matriarca. También marca una época en la historia del pueblo, ya que con ella desaparecerá probablemente el negocio que su hermana Julia, nuestra tía Leli, se ha esforzado hasta el agotamiento por mantener. Pero también marca el fin de una pueblerina y cordial convivencia con las autoridades e instituciones de salud locales, ya que a su muerte seguirá un juicio, al menos civil, contra quienes no hicieron la pega y, mucho peor aún, no nos informaron de la gravedad de la situación.
Sólo me consuela un poco el que mi tía estaba cansada de vivir y en varias ocasiones me dijo que se quería morir. Más de una vez, en mi presencia, le preguntó con desesperanza a Dios porqué la mantenía viva.
Sólo por eso tengo algo de consuelo. Porque su muerte fue innecesaria; y sobre todo cruel.
4 comentarios:
Compadre, has hecho un notable homenaje de cariño a tu tía, donde prima el afecto y la trascendencia, sin dejar de lado lo injusta de su desaparición, dadas las "razones de estado" que contribuyeron a ello.
Te mandamos un gran abrazo
Ricardo y Ximena
Comparto quedamente las frases de Ricardo y Ximena, a quienes no conozco. Se hacen arena
las palabras ante la labor de la vieja Señorona que no olvida nada y a nadie. Comienza pues la tarea del recuerdo. Dijo otro sureño: "De nuevo vida y muerte se confunden / como en el patio de la casa / la entrada de las carretas / con el ruido del balde en el pozo.// De nuevo el cielo recuerda con odio / la herida del relámpago, / y los almendros no quieren pensar / en sus negras raíces." (Jorge Teillier)
Un abrazo, amigo Enrique.
Estimado Enrique, se valora tu nobleza y buenas intenciones. Ojalá alguno de mis sobrinos se comporté así en el futuro. Recibe nuestras condolencias. Karen Venegas ( Concepción)
Querido y viejo Fonola, siento como mío el dolor a la distancia porque a través de tus ocurridos relatos conocí y amé a tu familia y tu pueblo. Un abrazo enorme!
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