Cuando se produjo el terremoto yo estaba a casi cuatro mil kilómetros, en Quito.
A pesar de no haber sido una victima directa, sí lo fui de la televisión chilena. De TVN cable, nuestra señal internacional.
Al principio, al igual que todo el mundo, los locutores y reporteros estaban desorientados e ignoraban las proporciones de la catástrofe. Sólo había tomas nocturnas y de algunas partes de Chile. A medida que pasaron los días se tuvo mayor información y los reporteros parecían más dueños y conocedores de la situación.
Las imágenes eran aterradoras: edificios derrumbados, pueblos costeños devastados, cadáveres y ataúdes apilados, personas atrapadas bajo los escombros, puentes caídos, autos destrozados, etc.
Pero por alguna razón las cámaras insistieron en mostrar las mismas escenas una y otra vez: el tumbado edificio de Concepción, el de Maipú arrugado como un acordeón, las casas destruidas del Santiago republicano y las ciudades arrasadas de la costa.
El primer cambio llegó con los saqueos de Concepción. Por fin pudo el españolísimo Amaro Gómez dedicarse a perseguir, micrófono en mano y eludiendo bombas lacrimógenas, a quienes trataban de echarse al hombro una lavadora, para hacerle la heroica pregunta acerca de las razones de su botín.
La situación se distendió cuando por fin se pudo entrevistar a las víctimas, haciéndoles contar su tragedia hasta que comenzaran a llorar a sus seres queridos y pertenencias ante las cámaras.
Finalmente se pudo tratar, en el tono farandulero del "Buenos Días a Todos", otros aspectos del terremoto. Como la responsabilidad de las constructoras por los edificios derrumbados.
A esas alturas, ya no sabía que pensar. Concluí que desde Santiago a Concepción quedaba poco o nada en pie. El sur estaría completamente incomunicado, seguramente miles de personas yacerían bajo los escombros y los demás perecerían de hambre o alguna de esas pestes que se desatan después de estas catástrofes.
El jueves, cuando llegué al Barrio Brasil, descubrí con sorpresa que no había casas derrumbadas a la vista. Que para encontrarlas había que recorrer las calles con cierto cuidado y en dirección específica. Además, los servicios básicos funcionaban con normalidad.
Hablé con amigos de Concepción y Talca. Efectivamente había mucha destrucción, me dijeron, pero ya tenían luz e incluso internet. Faltaba que repusieran el agua, que era uno de los mayores problemas, junto al abastecimiento de alimentos, que estaban comenzando a llegar.
La costa, en cambio está efectivamente, devastada. Y las personas lo están pasando muy mal.
Pero todo ello estaba muy lejos de la sensación de fin de mundo que me generó la televisión chilena, en su insana obsesión por lo destruido.
En ningún minuto ésta presentó un catastro del estado de las comunicaciones o servicios básicos, de los hospitales en funcionamiento, de las farmacias atendiendo, del estado de las carreteras o de otras situaciones de ayuda a la comunidad.
Ahí terminé de convencerme de la inutilidad de una televisión "nacional" sometida al mercado. Chile no tiene una televisión pública, sino sólo comercial, que si no puede vender con el meneo de una cadera adolescente, lo hace con el llanto de una abuelita en la desolación.
Algunos dirán que ello se hace para sensibilizar. Puede que tengan algo de razón, pero la sensibilización también termina cuando lo que se logra es alarmar o el dolor ajeno es banalizado y vendido al mejor auspiciador.
A pesar de no haber sido una victima directa, sí lo fui de la televisión chilena. De TVN cable, nuestra señal internacional.
Al principio, al igual que todo el mundo, los locutores y reporteros estaban desorientados e ignoraban las proporciones de la catástrofe. Sólo había tomas nocturnas y de algunas partes de Chile. A medida que pasaron los días se tuvo mayor información y los reporteros parecían más dueños y conocedores de la situación.
Las imágenes eran aterradoras: edificios derrumbados, pueblos costeños devastados, cadáveres y ataúdes apilados, personas atrapadas bajo los escombros, puentes caídos, autos destrozados, etc.
Pero por alguna razón las cámaras insistieron en mostrar las mismas escenas una y otra vez: el tumbado edificio de Concepción, el de Maipú arrugado como un acordeón, las casas destruidas del Santiago republicano y las ciudades arrasadas de la costa.
El primer cambio llegó con los saqueos de Concepción. Por fin pudo el españolísimo Amaro Gómez dedicarse a perseguir, micrófono en mano y eludiendo bombas lacrimógenas, a quienes trataban de echarse al hombro una lavadora, para hacerle la heroica pregunta acerca de las razones de su botín.
La situación se distendió cuando por fin se pudo entrevistar a las víctimas, haciéndoles contar su tragedia hasta que comenzaran a llorar a sus seres queridos y pertenencias ante las cámaras.
Finalmente se pudo tratar, en el tono farandulero del "Buenos Días a Todos", otros aspectos del terremoto. Como la responsabilidad de las constructoras por los edificios derrumbados.
A esas alturas, ya no sabía que pensar. Concluí que desde Santiago a Concepción quedaba poco o nada en pie. El sur estaría completamente incomunicado, seguramente miles de personas yacerían bajo los escombros y los demás perecerían de hambre o alguna de esas pestes que se desatan después de estas catástrofes.
El jueves, cuando llegué al Barrio Brasil, descubrí con sorpresa que no había casas derrumbadas a la vista. Que para encontrarlas había que recorrer las calles con cierto cuidado y en dirección específica. Además, los servicios básicos funcionaban con normalidad.
Hablé con amigos de Concepción y Talca. Efectivamente había mucha destrucción, me dijeron, pero ya tenían luz e incluso internet. Faltaba que repusieran el agua, que era uno de los mayores problemas, junto al abastecimiento de alimentos, que estaban comenzando a llegar.
La costa, en cambio está efectivamente, devastada. Y las personas lo están pasando muy mal.
Pero todo ello estaba muy lejos de la sensación de fin de mundo que me generó la televisión chilena, en su insana obsesión por lo destruido.
En ningún minuto ésta presentó un catastro del estado de las comunicaciones o servicios básicos, de los hospitales en funcionamiento, de las farmacias atendiendo, del estado de las carreteras o de otras situaciones de ayuda a la comunidad.
Ahí terminé de convencerme de la inutilidad de una televisión "nacional" sometida al mercado. Chile no tiene una televisión pública, sino sólo comercial, que si no puede vender con el meneo de una cadera adolescente, lo hace con el llanto de una abuelita en la desolación.
Algunos dirán que ello se hace para sensibilizar. Puede que tengan algo de razón, pero la sensibilización también termina cuando lo que se logra es alarmar o el dolor ajeno es banalizado y vendido al mejor auspiciador.
2 comentarios:
Gracias por esta nota, como nos representas a todxs cuantxs nos tocó vivirlo lejos, con dificultosas noticias de lxs seres queridos y la tele mostrando los peores escenarios.
Y sí, como los correos que nos escribimos ese día haciéndonos suposiciones acerca de los saqueos y del estado de cosas. Aunque fueramos comprensivos y no alrmistas, de todas formas te desconcertaba tanta insistencia en el asunto apocalítico.
En todas partes se reproducían las mismas noticias, es verdad, cómo en cada catástrofe, vender notas antes que informar.
Caríños
Marcela
Han sido miles los chilenos que han imaginado al país (su país y todo lo que ello implica), en el suelo desde la región metropolitana hasta la VIII. Esa fue la imagen que difundió nuestra señal internacional.
Acá hay una versión de la prensa externa:
http://www.time.com/time/world/article/0,8599,1969570,00.html
Lo que hace falta es acountability. Herramienta muy útil para que la ciudadanía se ponga a trabajar por si misma.
Necesitamos acountability de que se hará con la plata de la teletón, de aquello que los medios de comunicación saben y dicen, del 84% de aprobación del gobierno (no es que lo ponga en duda, pero necesitamos saber cuales son las variables que lo explican, claramente que los resultados sorprenden debido a la catástrofe, quienes sabemos de mediciones sociales tenemos claro que estás se en directamente influenciadas por el contexto).
Después de todo acountability no es otra cosa que responsabilidad pública.
FRS
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