Por Daniel Casanova
Pérez es un hombre humilde y esforzado. Trabaja como parte del personal auxiliar de una institución de educación y los fines de semana hace "pololitos" de gasfitería y construcción. Su casa está en Penco, a pocos metros de la playa. Tiene dos hijos discapacitados y un humor pícaro a toda prueba. Una vez le gastó una broma emblemática a un guardia: Le dijo con seriedad y voz de mando, "cuando salga el rector de clases le dice que yo quiero hablar inmediatamente con él". El guardia se la compró y al rato llegó con el rector con cara de pregunta.
La noche del terremoto huyó de su casa a los cerros de Penco con su familia. Tras la primera incursión del mar fue a ver su casa, la que permanecía aún fuera del alcance del agua. Vio entonces que se recogía el mar, como si se algo lo estuviera succionando con tal fuerza, que se secaba todo al instante. Había un ruido sordo omnipresente. Arrancó nuevamente a las alturas y vino la segunda marejada, que alcanzó su casa. Nuevamente fue a constatar los daños y nuevamente el mar se recogió todavía con más fuerza. Se alejó otra vez de la costa. Vio que el mar se recogía y abría y dejaba una gran extensión seca, más o menos de un kilómetro. Vino la tercera y última ola. Pérez relata que el mar y un sin fin de materiales de todas clases que traía, se metía por debajo de las casas cimentadas en pilares y las sacaba se cuajo, bajo un ruido infernal de clavos y fierros que se desprendían de su lugar. Las casas navegaban en medio de containers y barcos a la deriva, traídos por la furia oceánica desde el muelle de Talcahuano. Su casa se salvó, pero el agua, el barro, los escombros y la basura llegaron a un metro del altura. Encontraría luego el refrigerador acostado arriba de una mesa y encima la silla de ruedas de unos de sus hijos. Él y su familia quedaron con lo puesto y sin provisiones de ninguna clase.
Al día siguiente, teniendo a su haber sólo lo puesto, los vecinos le avisaron que estaban sacando mercadería del supermercado Líder. No lo dudó ni un segundo y partió a buscar lo suyo. En la tarde, junto a unos vecinos, ayudaron al dueño de negocio del barrio a acceder a su boliche, cuya cortina estaba trabada. Hecha la pega, le pidieron al comerciante que se rajara con algo de agua mineral y cigarrillos y éste se negó. En el camino de vuelta a los cerros le contaron la anécdota a los "cabros de la esquina", los que rápidamente concurrieron al negocio, lo abrieron como pudieron, hicieron paquetes y repartieron todo a los vecinos, que estaban sin agua y sin comida.
Pérez está hoy de allegado, tratando de hacer su casa habitable y juntando corazón para volver a vivir en la orilla del mar, mientras sigue temblando en la zona, escasea el agua y la luz se corta todos los días. Necesita enseres de casa, loza y esas cosas. Ha recibido una cajita de alimentos tirada a destiempo por alguna agencia pública o privada, mientras Piñera y Bachelet se abrazaban en la Teletón celebrando la constatación de que la provebial solidaridad del chileno aún estaba en pie y los mercaderes se sobaban las manos con las inesperadas utilidades telúricas.
Creo que los medios, el estado y las elites intelectuales nos venden una idea maniquea de la realidad, simplificada, bruta y sin matices. En Concepción ahora hay saqueadores y saqueados. Hay gente decente y flaites. Y si se hubiesen dado un par de condiciones para una noche de cuchillos largos, no cabe duda que habría ocurrido y los medios la habrían reporteado "objetivamente". No falta el que también dice que esto es lucha de clases. Asomos de no se qué rebeldía histórica. Sospecho que tras cada uno de esos juicios hay una parcela que defender del saqueo de la desnuda realidad.
Es todo muy complejo, todo son historias particulares; el resto es un invento de alguien. ¿Podría yo con apego a los hechos decir que Pérez actuó por resentimiento social? ¿Podría yo atribuir los hechos al "modelo neoliberal" y la "lucha de clases" sin atropellar en una generalización olímplica la facticidad rotunda de estos días oscuros? ¿o cómo podría agarrarme la cabeza a dos manos y lamentarme por "el estado moral de los chilenos"?
No se nada, salvo que yo, en las mismas circunstancias de Pérez, habría hecho lo mismo. Si tuviera -además- su claridad instantánea y su coraje para estar a la altura.
Pérez es un hombre humilde y esforzado. Trabaja como parte del personal auxiliar de una institución de educación y los fines de semana hace "pololitos" de gasfitería y construcción. Su casa está en Penco, a pocos metros de la playa. Tiene dos hijos discapacitados y un humor pícaro a toda prueba. Una vez le gastó una broma emblemática a un guardia: Le dijo con seriedad y voz de mando, "cuando salga el rector de clases le dice que yo quiero hablar inmediatamente con él". El guardia se la compró y al rato llegó con el rector con cara de pregunta.
La noche del terremoto huyó de su casa a los cerros de Penco con su familia. Tras la primera incursión del mar fue a ver su casa, la que permanecía aún fuera del alcance del agua. Vio entonces que se recogía el mar, como si se algo lo estuviera succionando con tal fuerza, que se secaba todo al instante. Había un ruido sordo omnipresente. Arrancó nuevamente a las alturas y vino la segunda marejada, que alcanzó su casa. Nuevamente fue a constatar los daños y nuevamente el mar se recogió todavía con más fuerza. Se alejó otra vez de la costa. Vio que el mar se recogía y abría y dejaba una gran extensión seca, más o menos de un kilómetro. Vino la tercera y última ola. Pérez relata que el mar y un sin fin de materiales de todas clases que traía, se metía por debajo de las casas cimentadas en pilares y las sacaba se cuajo, bajo un ruido infernal de clavos y fierros que se desprendían de su lugar. Las casas navegaban en medio de containers y barcos a la deriva, traídos por la furia oceánica desde el muelle de Talcahuano. Su casa se salvó, pero el agua, el barro, los escombros y la basura llegaron a un metro del altura. Encontraría luego el refrigerador acostado arriba de una mesa y encima la silla de ruedas de unos de sus hijos. Él y su familia quedaron con lo puesto y sin provisiones de ninguna clase.
Al día siguiente, teniendo a su haber sólo lo puesto, los vecinos le avisaron que estaban sacando mercadería del supermercado Líder. No lo dudó ni un segundo y partió a buscar lo suyo. En la tarde, junto a unos vecinos, ayudaron al dueño de negocio del barrio a acceder a su boliche, cuya cortina estaba trabada. Hecha la pega, le pidieron al comerciante que se rajara con algo de agua mineral y cigarrillos y éste se negó. En el camino de vuelta a los cerros le contaron la anécdota a los "cabros de la esquina", los que rápidamente concurrieron al negocio, lo abrieron como pudieron, hicieron paquetes y repartieron todo a los vecinos, que estaban sin agua y sin comida.
Pérez está hoy de allegado, tratando de hacer su casa habitable y juntando corazón para volver a vivir en la orilla del mar, mientras sigue temblando en la zona, escasea el agua y la luz se corta todos los días. Necesita enseres de casa, loza y esas cosas. Ha recibido una cajita de alimentos tirada a destiempo por alguna agencia pública o privada, mientras Piñera y Bachelet se abrazaban en la Teletón celebrando la constatación de que la provebial solidaridad del chileno aún estaba en pie y los mercaderes se sobaban las manos con las inesperadas utilidades telúricas.
Creo que los medios, el estado y las elites intelectuales nos venden una idea maniquea de la realidad, simplificada, bruta y sin matices. En Concepción ahora hay saqueadores y saqueados. Hay gente decente y flaites. Y si se hubiesen dado un par de condiciones para una noche de cuchillos largos, no cabe duda que habría ocurrido y los medios la habrían reporteado "objetivamente". No falta el que también dice que esto es lucha de clases. Asomos de no se qué rebeldía histórica. Sospecho que tras cada uno de esos juicios hay una parcela que defender del saqueo de la desnuda realidad.
Es todo muy complejo, todo son historias particulares; el resto es un invento de alguien. ¿Podría yo con apego a los hechos decir que Pérez actuó por resentimiento social? ¿Podría yo atribuir los hechos al "modelo neoliberal" y la "lucha de clases" sin atropellar en una generalización olímplica la facticidad rotunda de estos días oscuros? ¿o cómo podría agarrarme la cabeza a dos manos y lamentarme por "el estado moral de los chilenos"?
No se nada, salvo que yo, en las mismas circunstancias de Pérez, habría hecho lo mismo. Si tuviera -además- su claridad instantánea y su coraje para estar a la altura.
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