En la noche del 22 de diciembre se incendió la modesta casa de Juan... Como sucede con las casas de madera del sur, el fuego consumió todo con la voracidad habitual. Los muebles, la ropa, unos pocos libros, muchos recuerdos y los escuálidos ahorros destinados a comprar los regalos navideños para sus hijos.
Afortunadamante dos de ellos estaban visitando a su abuela en Panguipulli. Eso le facilitó salvar de las llamas a su esposa y a su hija menor, que dormían en el primer piso. De no haber sido así, la tragedia hubiera sido mucho peor.
A pesar del empeño que pusieron los voluntarios de las compañías de bomberos de San José de la Mariquina y de la villa de Pelchuquín, de la casa no quedaron más que escombros.
Esta historia me la contó cuatro días después del incendio, tomándose una malta, de pie junto al mostrador en el negocio de mis tías. También me contó que por ahora está viviendo de allegado en la villa, donde unos parientes y que desde ahí va todo los días al trabajo. No son muchos kilómetros; tres o cuatro quizá.
El mayor problema que tiene ahora es albergar a su familia, que estará desperdigada hasta que tengan donde vivir todos juntos nuevamente.
Juan... es desde hace años obrero de uno de los más conocidos agricultores de Pufudi, cerca del aeropuerto Pichoy. Él es conocido no sólo por la extensión y productividad de su fundo, sino también por su gran afición al rodeo. Incluso tiene una media luna propia. También sus caballos corraleros son famosos. Cada año recorre el país con ellos juntando puntos para clasificar al "Champion" de Rancagua, en el que ha participado al menos un par de veces; por desgracia, sin muy buenos resultados.
Previsor como es el patrón de Juan..., la casa en que vivía estaba asegurada contra incendios. Por lo que no tendrá problemas para construirle otra, en cuanto le llegue el dinero del seguro. También, le dijo, le repondrá algunos muebles. Incluso le ayudará a gestionar la compra de otros en una casa comercial de Valdivia donde él tiene amigos. Con su aval no tendrá problemas para conseguir un buen crédito para comprar todo lo que necesite para comenzar de nuevo.
A pesar de lo sucedido, Juan se veía tremendamente tranquilo. Alegre por haber salvado a su familia. Pensé que su estado de ánimo se debía tal vez a algún tipo de convicción religiosa o a esa especie de resignación que tantas veces he visto en los obreros agrícolas. Como si la desgracia fuera la parte más importante de la vida. Pero no me atreví a preguntar mucho. Me pareció una falta respeto tratar de ahondar más en la historia o en sus sentimientos.
Además, me dijo Juan..., el patrón le dio 150 mil pesos para ayudarlo en este momento. Antes de que alcanzara a decirle que me parecía poco dinero pensando que se le había quemado el sueldo y que eso era lo que gastaba al mes en alimentar a uno de sus tantos caballos de rodeo, Juan... agregó con cierta pesadumbre: el patrón no se puso con mucho.
Por suerte, continuó pensativo, se me ocurrió decirle a mi hija chica que el viejo pascuero no le pudo entregar los regalos porque como no tenemos casa, no supo donde dejarlos.
Su mayor tranquilidad era que su hija le había creído y se había alegrado pensando que el año próximo le traería esos y otros más.
Afortunadamante dos de ellos estaban visitando a su abuela en Panguipulli. Eso le facilitó salvar de las llamas a su esposa y a su hija menor, que dormían en el primer piso. De no haber sido así, la tragedia hubiera sido mucho peor.
A pesar del empeño que pusieron los voluntarios de las compañías de bomberos de San José de la Mariquina y de la villa de Pelchuquín, de la casa no quedaron más que escombros.
Esta historia me la contó cuatro días después del incendio, tomándose una malta, de pie junto al mostrador en el negocio de mis tías. También me contó que por ahora está viviendo de allegado en la villa, donde unos parientes y que desde ahí va todo los días al trabajo. No son muchos kilómetros; tres o cuatro quizá.
El mayor problema que tiene ahora es albergar a su familia, que estará desperdigada hasta que tengan donde vivir todos juntos nuevamente.
Juan... es desde hace años obrero de uno de los más conocidos agricultores de Pufudi, cerca del aeropuerto Pichoy. Él es conocido no sólo por la extensión y productividad de su fundo, sino también por su gran afición al rodeo. Incluso tiene una media luna propia. También sus caballos corraleros son famosos. Cada año recorre el país con ellos juntando puntos para clasificar al "Champion" de Rancagua, en el que ha participado al menos un par de veces; por desgracia, sin muy buenos resultados.
Previsor como es el patrón de Juan..., la casa en que vivía estaba asegurada contra incendios. Por lo que no tendrá problemas para construirle otra, en cuanto le llegue el dinero del seguro. También, le dijo, le repondrá algunos muebles. Incluso le ayudará a gestionar la compra de otros en una casa comercial de Valdivia donde él tiene amigos. Con su aval no tendrá problemas para conseguir un buen crédito para comprar todo lo que necesite para comenzar de nuevo.
A pesar de lo sucedido, Juan se veía tremendamente tranquilo. Alegre por haber salvado a su familia. Pensé que su estado de ánimo se debía tal vez a algún tipo de convicción religiosa o a esa especie de resignación que tantas veces he visto en los obreros agrícolas. Como si la desgracia fuera la parte más importante de la vida. Pero no me atreví a preguntar mucho. Me pareció una falta respeto tratar de ahondar más en la historia o en sus sentimientos.
Además, me dijo Juan..., el patrón le dio 150 mil pesos para ayudarlo en este momento. Antes de que alcanzara a decirle que me parecía poco dinero pensando que se le había quemado el sueldo y que eso era lo que gastaba al mes en alimentar a uno de sus tantos caballos de rodeo, Juan... agregó con cierta pesadumbre: el patrón no se puso con mucho.
Por suerte, continuó pensativo, se me ocurrió decirle a mi hija chica que el viejo pascuero no le pudo entregar los regalos porque como no tenemos casa, no supo donde dejarlos.
Su mayor tranquilidad era que su hija le había creído y se había alegrado pensando que el año próximo le traería esos y otros más.
2 comentarios:
Hay Enrique, la verdad el tema de los obreros agricolas, que aún trabajan en un régimen de seminquiliinaje hoy casi desluce al lado de la nueva realidad 8Conste que no lo defiendo, sólo que la comparación me es inevitable). Si bien tienen condiciones duras, y esa especial relación medio feudal con el patron tan criticada en nuestros discursos progres, lamentablemente se torna idilica al lado de la realidad de los obreros agrícolas o forestales a secas, de la agricultura industria y agroforesteria, donde ya son sólo piezas. Donde al jefe de cuadrilla le importa un comino, si se le quema la casa o la familia, y lo despide igual si no le rinde.... Y el acoso havcia las trabajadoras existe tanto como existio en la época del latifundio.
Es tremendo, pero viendo la realidad actual de esa comuna y de todas a las que ha llegado el avance de la empresa forestal y la agrodinudstria, el tema del desplazamiento y los campesinos sin tierra ha sido despiadado, con todos los problemas sociales asociados. Por ejemplo en los poblados que se han constituido con campesinos sin tierra hay ídices de violencia doméstica, violaciones, etc.... súper altos. También ha subido el alcoholismo y el consumo de drogas ya genralizado en las comunas de la zona.
Creo que las transformaciones que sufre el sector en la zona, están dejando estragos en lo humano, insospechados para las frías cifras que maneja el sector público; y de las que apenas entre la niebla podemos intuir el drama humano que hay detras.
Cariños
Marcela
Se me olvidó darte las gracias por traer el tema, y por tu sencibilidad.
Una parte de mi abuelos, también fueron inquilinos en fundos de la zona, y que triste es pensar que si hoy les hubiera tocado, tendrían en vez de condiciones mejores, condiciones aún más duras como obreros de alguna forestal, o alguna plantación de berries. ¿Hacía dónde vamos? Que desastre.
Cariños
Marcela
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