lunes, 3 de octubre de 2016

Distancia

Con frecuencia me pregunto cuántos Chiles existen, corriendo en paralelo, sin que se toquen.
Creo que son muchos.
Las más evidentes distinciones se establecen siempre entre el campo y la ciudad, Santiago y provincias, el sur y el norte. También hay otras, no menos evidentes, pero que por diversas razones tratamos de ignorar: el Chile de los ricos y el de los pobres, el de los barrios acomodados y el de los campamentos, el de los rubios y el de los cholos, y así suma y sigue.
Muchos de estos Chiles no se conocen. No pocas veces son indolentes frente al otro y hasta se menosprecian o, incluso, desprecian.
A propósito de esto, quisiera mencionar dos discusiones del último tiempo que evidencian la distancia infinita que nos separa aún viviendo en el mismo territorio.
La primera tiene que ver con las AFP's y las pensiones de hambre que la promesa modernizadora de Pinochet le legó a las generaciones futuras.
Más allá de la boba comparación que hizo José Piñera con un Mercedes Benz y que no puede ser tomada en serio, se expresaron argumentos que traslucen el desconocimiento completo de los otros Chiles. Por ejemplo, cuando el presidente de la Sofofa, Hermann von Mühlenbrock, acusó a los chilenos de ahorrar poco. ¿Sabrá el señor von Mühlenbrock que fuera del Chile que él habita y en el que abunda el bienestar existe otro donde ello no es así? ¿Sabrá que el sueldo bruto promedio en Chile es de 340 mil pesos y que la mitad de los trabajadores recibe una renta bruta igual o inferior a 420 mil pesos? ¿Que sólo el 8% gana más de un millón seiscientos mil pesos y menos del 4% bordea los tres millones? En otras palabras, ¿sabrá que ese otro Chile existe y que no sólo no puede ahorrar, sino que con serias dificultades logra sobrevivir?
Similar, aunque con un toque más decadente fue la afirmación de Sergio de Castro, uno de los padres fundadores del modelo neoliberal: "Yo me retiré de los negocios hace tres años, así que jubilar a los 80 sería perfectamente posible, o a los 75". Cuando dijo esto, el señor de Castro tenía 85 años. Gran parte de ellos viviendo de los negocios, apoltronado en una cómoda oficina, transportado por algún chofer a su casa, situada probablemente en un "buen" barrio de la capital. ¿Sabrá el señor de Castro que fuera de su opción o posibilidad laboral existen otras que ocurren a la intemperie, bajo la lluvia, en el frío o en las inclementes condiciones laborales, por ejemplo, de las fundiciones? ¿Que minan día a día la salud y el físico de las personas? O ¿Pensará que un obrero agrícola podrá "tablonear" sin más un quintal de 50 kilos a los 80 años?
La otra discusión se refiere a las críticas por la evasión en el transantiago. Desde hace varias semanas se ha hecho de este tema una escandalera difícil de soportar. Cualquier tribuna sirve para que los guardianes de la moral (que de seguro no viajan en transantiago) se lancen a denostar a quienes se cuelan en los buses. El punto culminante de esta algarabía llegó cuando El Mercurio afirmó que el nuestro era el sistema con mayor evasión del mundo.
La pregunta que permanece no planteada tiene que ver con las razones de esta evasión. ¿Será que los chilenos somos unos sinvergüenzas y así como los políticos y funcionarios públicos se corrompen, los empresarios se coluden y los patrones explotan a sus obreros, los ciudadanos de a pie se aprovechan de cuanta oportunidad se les presenta, sea legal o no?
Tiendo a pensar que la respuesta está en el mismo lugar que el señor von Mühlenbrock desconoce.
El boleto del transantiago cuesta unos 650 pesos. Esto significa que una persona que realiza dos viajes diarios, por cinco días a la semana, debe gastar $26.000 al mes. Supongamos que esa misma persona quiera salir el fin de semana y que, además, haya tenido la pésima idea de ser padre o madre de una criatura. Entonces, en el mes acumulará otros $10.400 en locomoción. Supongamos, además, que tenga un percance dos veces por semana que lo obligue a desviarse del trayecto o a salirse del programa de viaje. Eso nos da otros $10.400.
En total tendrá que disponer de unos $46.800 al mes, sólo para movilizarse. No es un escenario precisamente viable cuando se gana el sueldo mínimo de $241.000 brutos o incluso la friolera de los $340.000 del sueldo promedio.
Pienso que estos ejemplos grafican de buena forma las distancias que nos separan y que no hemos sabido o, lo que es peor, no hemos tenido interés alguno en reducir.

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