Chile, a mi juicio, es un país que en los últimos años se ha ido volviendo cada vez más monótono. No es que antes haya sido particularmente dinámico y entretenido, pero tengo la sensación de que hace ya algún tiempo que está aún más aburrido de lo habitual.
Descontando, por supuesto, la incapacidad intrínseca que tenemos de reírnos de nosotros mismos y que nos reviste (y viste) de infinitas variaciones del gris.
Esta creciente "fomedad" es la que en parte explica que este blog haya perdido la periodicidad que alguna vez tuvo. No se trata, como podría pensarse, de una pérdida de la capacidad de sorprenderse con la realidad, sino con que ésta porta cada vez menos sorpresas. Es como si los principales actores nacionales repitieran incansablemente una y otra vez el mismo guión, hasta habituarnos a ello. (¿Podrá esto también explicar que en Chile se vea desde hace décadas a los mismos actores y actrices en distintos roles en las teleseries y la gente no se canse de ellos/as y siga creyendo que son cada vez alguien distinto?).
Afortunadamente de tarde en tarde sucede algo que nos saca de este no dinamismo.
La visita de Raúl Castro a Chile despertó, como era de esperarse, una serie de pasiones largamente sepultadas, pero que, como zombis políticos, volvieron a levantarse, sin vida interior real.
De un lado los adherentes, que veían en la venida de Castro a Chile una revitalización de ideologías derrotadas menos por el avance del pensamiento neoliberal, que por la incapacidad de reconstruirse de una manera consecuente y atrevida. Daba la sensación que su llegada podría, por sí misma, revitalizar las ideas a las que su propia práctica reflexiva hace tiempo ha renunciado.
Del otro lado, los opositores. Si bien su actitud - igual de banal - era esperable, no deja de sorprender. Pero no por su previsibilidad, sino por su consecuente cinismo.
Cuando se supo que Castro vendría, de inmediato distintos personajes de la UDI aparecieron en los medios denunciando su condición de dictador y, más importante aún, anunciando acciones legales, ya que suponen que en Cuba se ocultan algunos de los autores intelectuales y materiales del crimen del senador Jaime Guzmán. Los más enardecidos hablaron incluso de llevarlo a los tribunales nacionales e internacionales.
Si uno fuera mejor intencionado, hasta alabaría su ingenuidad. Pero como a estas alturas, por culpa de ellos mismos, uno ya intenta ver bajo el alquitrán, no puedo dejar de sentir que aún nos consideran unos débiles mentales (y morales): si cualquier hijo de vecino sabe que un jefe de estado goza de inmunidad, ¿es posible que un parlamentario de la República lo ignore? No lo creo. Pero si así fuera, habla - por desgracia - de nosotros mismos y del parlamento que hemos elegido.
Cuando ya se hizo evidente que esta idea era inviable, se anunciaron protestas y se exigió al Presidente que le haga presente a Castro el sentir del partido de gobierno más importante. Piñera, como de costumbre, aseguró públicamente que así lo haría, no sólo por compromiso político con sus principales socios, sino para cumplir con un deber moral.
Linda historia: la UDI exigiendo que los asesinos de uno de sus próceres sean entregados a la justicia por quienes aparentemente los protegen.
Esto podría sea una verdadera enseñanza moral, salvo por un detalle, no precisamente pequeño: ¿Por qué la UDI no exigió con la misma vehemencia y convicción que se juzgue a Pinochet, como el dictador que fue y a cuya cuenta no se carga sólo un crimen? Más simple aún (para no pedir en demasía): ¿Por qué no exigen a las fuerzas armadas que entreguen información sobre los cuerpos de los detenidos desaparecidos y sobre sus asesinos? ¿Por qué si el delito podría ser considerado equivalente, no tienen la misma actitud?
He ahí su sorprendente y consecuente cinismo, o ¿alguien podría imaginarse al diputado Alberto Cardemil demandando a las fuerzas armadas chilenas por estos delitos?
2 comentarios:
Estimado profesor, qué más se puede agregar, está en lo cierto, lamentablemente.
ídem,...
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