Dos escándalos han conmovido a nuestra pequeña provincia. Primero, el que el propio embajador chileno ante la OEA, Darío Paya, militante UDI, haya dicho que el presidente Piñera es un "imbécil, pero es capaz de hacer el trabajo". Según uno de los tantos cables revelados en el último tiempo por wikileaks.
Segundo, que la intendenta de Concepción, Jaqueline van Rysselberghe, también militante UDI, haya dicho a un grupo de pobladores que falseó datos ante el Ministerio de Vivienda para conseguir ciertas beneficios para ellos.
Son muchos quienes se han ocupado con estos temas en esta última semana. Particularmente lúcido el blog de Carlos Peña en el Mercurio, entre otros.
Sin embargo, hay un par de cosas en las que me parece necesario reparar. En primer lugar, en la segunda parte de la frase de Paya. No es que no resulte interesante tratar de determinar si Piñera es o no un imbécil, pero si el juicio viene de alguien tan cercano a él, no veo por qué habría que discutirlo demasiado (Paya participó en su comando y ayudó a preparlo para los debates de campaña). ¿Pero, qué significa que Piñera sepa hacer el trabajo? ¿Que sabe organizarlo? ¿Que puede contratar a la gente correcta o que resiste muchas horas?
Creo que esta parte de la frase es más interesante que la primera y, sin duda, en esto Paya tiene la razón: Piñera llegó a la presidencia, aún acompañado y apoyado por personas que lo consideran un imbécil. Cosa que, imagino, él sabrá.
Lo de Van Rysselberghe es sin duda interesante - siguiendo el argumento de Carlos Peña - no sólo desde el punto de vista de la integridad moral de quien desempeña un cargo público. Y de las consecuencias políticas que un acto como el cometido debiera tener, aún cuando no hayan irregularidades administrativas. Es una autoridad nacional que le miente sin ningún escrúpulo, simultáneamente, a su propio gobierno y a los pobladores, a fin de asegurar su base electoral. Su partido le prestó suficiente ropa como para que el propio presidente no tomara la decisión de sacarla. Además, como no hay delito de ninguna especie, lo más probable que es que la oposición tampoco puede ganar una acusación constitucional.
¿Cuál será el resultado de todo esto? Me atrevo a apostar que Jacqueline ganará sin mayores problemas la próxima elección senatorial, apoyada por su propio partido y con el beneplácito de la sus socios de coalición (RN), quienes pondrán un candidato relativamente débil como compañero.
Resumiendo. Ambas situaciones revelan algo de fondo: la distancia que se ha establecido entre la clase política y la ciudadanía. No sólo porque esta última tenga como único medio de expresión el voto, sino también porque el sistema electoral vigente reduce aún más las posibilidades de generar diversidad. Así, da exactamente igual que opine la población, una vez seleccionados los candidatos por los partidos, es prácticamente inevitable que salgan electos (es interesante que la derecha chilena propicie la competencia como motor de desarrollo de casi todos ámbitos de la vida social, salvo en el sistema electoral).
Más importante aún: revela que la elite dirigente, siendo fiel a su tradición histórica, se supone a sí misma a una distancia intelectual y moral insalvable con el resto de la población y, por ello, puede decir sobre nuestro futuro mejor que nosotros mismos.
Entonces, no es de extrañar que decida elegir de presidente a alguien que para sus propios estándares puede ser clasificado como imbécil, ni mantener en el cargo a alguien que engaña públicamente.
En los dos casos, que duda cabe, lo hacen por el bien de todos nosotros, aun cuando no estemos en condiciones de comprender, ni mucho menos valorar ese gesto.
Segundo, que la intendenta de Concepción, Jaqueline van Rysselberghe, también militante UDI, haya dicho a un grupo de pobladores que falseó datos ante el Ministerio de Vivienda para conseguir ciertas beneficios para ellos.
Son muchos quienes se han ocupado con estos temas en esta última semana. Particularmente lúcido el blog de Carlos Peña en el Mercurio, entre otros.
Sin embargo, hay un par de cosas en las que me parece necesario reparar. En primer lugar, en la segunda parte de la frase de Paya. No es que no resulte interesante tratar de determinar si Piñera es o no un imbécil, pero si el juicio viene de alguien tan cercano a él, no veo por qué habría que discutirlo demasiado (Paya participó en su comando y ayudó a preparlo para los debates de campaña). ¿Pero, qué significa que Piñera sepa hacer el trabajo? ¿Que sabe organizarlo? ¿Que puede contratar a la gente correcta o que resiste muchas horas?
Creo que esta parte de la frase es más interesante que la primera y, sin duda, en esto Paya tiene la razón: Piñera llegó a la presidencia, aún acompañado y apoyado por personas que lo consideran un imbécil. Cosa que, imagino, él sabrá.
Lo de Van Rysselberghe es sin duda interesante - siguiendo el argumento de Carlos Peña - no sólo desde el punto de vista de la integridad moral de quien desempeña un cargo público. Y de las consecuencias políticas que un acto como el cometido debiera tener, aún cuando no hayan irregularidades administrativas. Es una autoridad nacional que le miente sin ningún escrúpulo, simultáneamente, a su propio gobierno y a los pobladores, a fin de asegurar su base electoral. Su partido le prestó suficiente ropa como para que el propio presidente no tomara la decisión de sacarla. Además, como no hay delito de ninguna especie, lo más probable que es que la oposición tampoco puede ganar una acusación constitucional.
¿Cuál será el resultado de todo esto? Me atrevo a apostar que Jacqueline ganará sin mayores problemas la próxima elección senatorial, apoyada por su propio partido y con el beneplácito de la sus socios de coalición (RN), quienes pondrán un candidato relativamente débil como compañero.
Resumiendo. Ambas situaciones revelan algo de fondo: la distancia que se ha establecido entre la clase política y la ciudadanía. No sólo porque esta última tenga como único medio de expresión el voto, sino también porque el sistema electoral vigente reduce aún más las posibilidades de generar diversidad. Así, da exactamente igual que opine la población, una vez seleccionados los candidatos por los partidos, es prácticamente inevitable que salgan electos (es interesante que la derecha chilena propicie la competencia como motor de desarrollo de casi todos ámbitos de la vida social, salvo en el sistema electoral).
Más importante aún: revela que la elite dirigente, siendo fiel a su tradición histórica, se supone a sí misma a una distancia intelectual y moral insalvable con el resto de la población y, por ello, puede decir sobre nuestro futuro mejor que nosotros mismos.
Entonces, no es de extrañar que decida elegir de presidente a alguien que para sus propios estándares puede ser clasificado como imbécil, ni mantener en el cargo a alguien que engaña públicamente.
En los dos casos, que duda cabe, lo hacen por el bien de todos nosotros, aun cuando no estemos en condiciones de comprender, ni mucho menos valorar ese gesto.
3 comentarios:
¿Quién nos cuidará de quiénes nos cuidan?
Gran pregunta. Creo que en eso estamos desamparados. Por nuestra propia inmovilidad, en todo caso.
Un imbécil solo puede estar rodeado de imbéciles...esto se ha notado demasiado en este gobierno..solo agregar lo inoperante que puede resultar un imbécil que llega a Presidente... Cualquier imbécil se habría dado cuenta que solucionando el tema de la Educación en Chile le habría dado la posibilidad a su coalición de seguir gobernando...pero este imbécil seudo servidor publico es un imbécil mayúsculo...
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