Hace un tiempo atrás algunos medios de la escasa prensa de oposición titularon un par de artículos de manera similar, a propósito de las celebraciones que rodearon la victoria de Piñera.
Parte de las huestes ganadoras se pasearon por las calles de Chile con bustos del difunto dictador gritando consignas como "General Pinochet, este triunfo es para usted".
Era un mal augurio de lo que vendría.
Primero fue la reaparición Hernán Büchi, ex ministro de Hacienda del general (1985-1989) y que la dictadura se preocupó de mostrar como una especie de atleta intelectual, que escalaba cerros y se alimentaba de verduras. Luego de reforzar las medidas neoliberales y perder la elección presidencial de 1989, su figura había perdido relevancia, hasta que reapareció semanas antes de la elección de Piñera. Lo hizo para dictar cátedra sobre las medidas neoliberales que debía adoptar el nuevo gobierno y, luego, para marcarle la línea en las primeras semanas. Parecía una resurrección trasnochada del pinochetismo (algo similar al desentierro de Cristián Larroulet, flamante Ministro Secretario General de la Presidencia de Piñera).
Luego, Miguel Otero, un reconocido partidario de la dictadura que durante años fue segundón en Renovación Nacional, fue nombrado por el nuevo gobierno embajador en Argentina. Antes de cumplir 50 días en su cargo afirmó en una entrevista para el Clarín que la mayoría de la población chilena no sintió la dictadura, que, incluso, la agradeció. Seguramente se refería a la minoría a la que él pertenece y que se siente históricamente como representante de los intereses de la mayoría. Pero el embajador Otero no se dio cuenta que el mundo había cambiado. Que ya no estaban los tiempos para andar justificando y celebrando atrocidades. Los ciudadanos de Argentina y Chile, dos países que vivieron brutales dictaduras, montaron en cólera. Cabizbajo, pero seguramente sin arrepentimientos ni remordimientos, Otero debió renunciar y regresar a Chile a asumir su rol histórico de segundón.
Lo mejor, sin embargo, vino cuando José Piñera, el hermano del Presidente y recordado por la invención del sistema de pensiones chileno, comparó el régimen de Hitler con el gobierno del presidente Allende. La analogía era tan fuera de lugar que hasta el ministro del interior de su hermano debió salir a contradecirlo. Como alguna vez dijo Ricardo Lagos en una entrevista: "en casi cualquier país del mundo que uno visite hay una calle, una plaza o una escuela que se llama Salvador Allende. En ninguno hay algo que se llame Augusto Pinochet". Mucho, menos Adolfo Hitler. Y eso habla de cómo el mundo entiende su propia historia. Bueno, salvo José Piñera.
Lo sucedido no es una gran sorpresa. Era esperable que las ratas comenzaran a salir de su madriguera. Lo interesante es que éstas no son "ratas de cola pelada", como suele decirse en el campo, sino importantes ex personeros políticos.
Piñera está en mala compañía y de él depende que ésta cobre mayor visibilidad o desaparezca para siempre. Tiene que ver con la decisión que él tome respecto al pinochetismo y los pinochetistas que aún pululan en busca de algún reconocimiento histórico que no tendrán.
Salvo que el Presidente estime lo contrario.
Parte de las huestes ganadoras se pasearon por las calles de Chile con bustos del difunto dictador gritando consignas como "General Pinochet, este triunfo es para usted".
Era un mal augurio de lo que vendría.
Primero fue la reaparición Hernán Büchi, ex ministro de Hacienda del general (1985-1989) y que la dictadura se preocupó de mostrar como una especie de atleta intelectual, que escalaba cerros y se alimentaba de verduras. Luego de reforzar las medidas neoliberales y perder la elección presidencial de 1989, su figura había perdido relevancia, hasta que reapareció semanas antes de la elección de Piñera. Lo hizo para dictar cátedra sobre las medidas neoliberales que debía adoptar el nuevo gobierno y, luego, para marcarle la línea en las primeras semanas. Parecía una resurrección trasnochada del pinochetismo (algo similar al desentierro de Cristián Larroulet, flamante Ministro Secretario General de la Presidencia de Piñera).
Luego, Miguel Otero, un reconocido partidario de la dictadura que durante años fue segundón en Renovación Nacional, fue nombrado por el nuevo gobierno embajador en Argentina. Antes de cumplir 50 días en su cargo afirmó en una entrevista para el Clarín que la mayoría de la población chilena no sintió la dictadura, que, incluso, la agradeció. Seguramente se refería a la minoría a la que él pertenece y que se siente históricamente como representante de los intereses de la mayoría. Pero el embajador Otero no se dio cuenta que el mundo había cambiado. Que ya no estaban los tiempos para andar justificando y celebrando atrocidades. Los ciudadanos de Argentina y Chile, dos países que vivieron brutales dictaduras, montaron en cólera. Cabizbajo, pero seguramente sin arrepentimientos ni remordimientos, Otero debió renunciar y regresar a Chile a asumir su rol histórico de segundón.
Lo mejor, sin embargo, vino cuando José Piñera, el hermano del Presidente y recordado por la invención del sistema de pensiones chileno, comparó el régimen de Hitler con el gobierno del presidente Allende. La analogía era tan fuera de lugar que hasta el ministro del interior de su hermano debió salir a contradecirlo. Como alguna vez dijo Ricardo Lagos en una entrevista: "en casi cualquier país del mundo que uno visite hay una calle, una plaza o una escuela que se llama Salvador Allende. En ninguno hay algo que se llame Augusto Pinochet". Mucho, menos Adolfo Hitler. Y eso habla de cómo el mundo entiende su propia historia. Bueno, salvo José Piñera.
Lo sucedido no es una gran sorpresa. Era esperable que las ratas comenzaran a salir de su madriguera. Lo interesante es que éstas no son "ratas de cola pelada", como suele decirse en el campo, sino importantes ex personeros políticos.
Piñera está en mala compañía y de él depende que ésta cobre mayor visibilidad o desaparezca para siempre. Tiene que ver con la decisión que él tome respecto al pinochetismo y los pinochetistas que aún pululan en busca de algún reconocimiento histórico que no tendrán.
Salvo que el Presidente estime lo contrario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario