lunes, 8 de febrero de 2010

Vivir para trabajar

Hace unos cinco o seis años atrás, un querido amigo chileno que vivía en Berlín me dijo, a propósito de la cesantía que existía en su nuevo país de residencia (11% a 13%), que ésta se debía principalmente a que los alemanes eran flojos. Estos, insistió, "no quieren trabajar más de ocho horas diarias".
En aquella oportunidad, concientes de nuestras diferencias al respecto y por una especie de exceso de prudencia o lo que haya sido, no seguimos ahondando en el tema. Sólo comentamos a modo general si era o no razonable trabajar más de ocho horas diarias.
Actualmente mi amigo vive en el norte de Alemania y tiene un muy buen puesto que logró, que duda cabe, gracias a sus innegables capacidades y a su infinita capacidad de trabajo.
Esta afirmación, sin embargo, me da vueltas hasta el día de hoy. Por dos razones. Primero, porque creo que debí haber tenido más coraje para seguir conversando con él este tema. Y segundo, porque, me llama la atención esa especie de insano orgullo que los chilenos hemos desarrollado por trabajar más de ocho horas.
Uno de los momentos culminantes de muchas de nuestras conversaciones, al encontrarnos con algún conocido, tiene lugar cuando comienza la escalada por ver quién ha trabajado más en el último tiempo. Diez, doce, catorce horas diarias y así suma y sigue.
La pregunta que surge de inmediato, es de dónde viene esto. Pienso que, por una parte, debe ser alguna herencia de los discursos productivistas de las décadas del 50 y 60, que veían en la industrialización y en el trabajo la fuente del desarrollo social y personal. Por otra, creo que debe tener algo que ver con la idea del "self made man". Alguien que de la nada, a punta de puro esfuerzo y sacrificio, logra alcanzar alguna cuota de éxito en la vida, o al menos, ascender socialmente.
Demás está decir que creo que no vale la pena reflexionar acerca de para quién es útil esta forma de comprender la vida. No se requiere mucha suspicacia para darse cuenta.
Cuando uno ha tenido la suerte de visitar o vivir en un país del primer mundo, donde el Estado de bienestar de verdad existe o ha existido y las relaciones laborales están normadas adecuadamente, uno descubre algo apasionante: las personas tienen vida de familia en las tardes, muchos tienen hobbies como tocar música, actuar, cocinar, tomar cursos de pintura, ir a conciertos u otra infinidad de cosas.
La vida personal no se agota en el trabajo, comienza después de éste. Y esto no significa, como pensaba mi amigo, que desprecien el trabajo. Significa que la realización personal no pasa sólo por éste. Tampoco, evidentemente, la urgencia de sobrevivir.
Después de todos estos años, pienso que no hubiera sido necesario tampoco discutir tanto con mi amigo. Hubiera bastado con recordar el sentido de la modernidad europea, que se caracteriza precisamente por haber reducido los niveles de dominación política y social.
Es decir, precisamente uno de los grandes logros de la modernidad es que las personas no deban dedicar su vida sólo a trabajar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy fui a mi clase de Inglés diaria, y justo cuando discutía con mi profesor norteamericano sobre el exceso de horas de trabajo de los chilenos, y el me hacia ver por que en EE.UU. se trabajaba menos, entonces yo ponía sobre el fundamento mis ya clásicos argumentos sobre el desarrollo país... el aumento del pib, la agregación de valor, y el último ingreso de chile a la OCDE, ME ROBARON MI BICICLETA....

Ufff... Chile,

FRS

Anónimo dijo...

yo por mi parte odio trabajar como esclava

Anónimo dijo...

A mi, más que trabajar, lo que me gusta es hacer bien las cosas y ser eficiente (en poco tiempo hacer muuucho y bien hecho). Ahora, trabajar sin una jefa loca o un jefe que te quiera hacer los puntos... eso es maravilloso.

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