Por Jorge Fernández Darraz
¿Cuál ha
de ser el modo para abandonar una discusión escolástica?
El tema
en disputa es la educación. Hay que advertir que, en buena medida, la
centralidad de esta discusión se ha visto forzada por la irrupción de lo que se
ha dado en llamar “Movimiento Social”. En paralelo, todos lo recordamos, el
llamado “caso CNA” y el cierre de la Universidad del Mar, agregaron un
condimento delincuencial y de desamparo a este asunto. Y fue a partir de esto
que se instaló la discusión sobre el
lucro, el rol del Estado y los límites del emprendimiento privado en el ámbito
de la educación. ¿Cómo abordar esto sin caer en la discusión escolástica que
queremos abandonar? La posibilidad de salir de este cepo implica volver
respecto del tema del Estado, no desde una posición dogmática sino examinando
su papel en el reciente proceso chileno ya sea bajo el modo del abandono o del
desapego. Se trata de pensar a la luz de la reciente experiencia histórica.
¿Será ese el modo de salir de la escolástica?
En Chile
y fruto del acelerado proceso de modernización capitalista engendrado durante
la dictadura militar se produjo lo que algunos de modo acertado han definido
como “el tránsito del Estado al Mercado”. Aquello sería la situación que
posibilita la ley de Universidades de inicios de los años 80, el surgimiento de
las universidades privadas y el abandono estatal respecto de las universidades
que hasta entonces se definían como “públicas”. Una segunda transición, se
produce e partir de los años 90, luego del tránsito del “Estado” al “Mercado”
se modifica el sistema político, aunque no tanto ya que aún se discute respecto
de aquello a veinte años vista. Esta segunda transición produjo la
consolidación de un estado de cosas, nos referimos al campo de la educación,
que siguió el derrotero del desplazamiento del Estado respecto de sus dominios
históricos. Lo que aquí tenemos es una descripción a partir de la cual no
queremos caer en el dogmatismo. Se impone, entonces, una segunda pregunta. ¿Qué
tuvo que ocurrir para que esto sea posible? Respecto de la primera transición
se puede argumentar que la violencia y la ausencia de contrapeso de la
dictadura lo podía todo. Ello posibilitó la instalación de la ideología del
Mercado como única forma posible de desarrollo de la sociedad. Respecto de la
segunda transición el responder esta pregunta se torna complejo.
Podemos
sospechar que en lo referente a la discusión sobre educación los actores
dominantes de la segunda transición fueron apresados por una dogmática heredada
o bien se convencieron de ella. Quizás, y tal vez esto sea lo más certero,
buscaron las bondades de un modelo que al fin de cuentas les convencía. La
dogmática de los 90 con su “fin de la historia”, “la desaparición del sujeto” y
la “muerte de los grandes relatos” parecía imbatible frente al enorme desatino
de la dogmática derrotada, a saber, el socialismo. Poco espacio quedaba para no
hacer otra cosa que buscar el acomodo a un modelo que a través de la fuerza de
los hechos se imponía.
A esto
hay que agregar que la imposición de un modelo de democracia de Mercado puso en
tela de juicio el papel del Estado, esto se sazonaba con las razonables
críticas al capitalismo de Estado de los países de la Europa del Este, países
marcados por la planificación centralizada y el control de la vida privada. No
era el mejor modelo decían los dogmáticos de la otra vereda y tenían razón, no
lo era. Se impuso una vez más la fuerza de los hechos y si bien el modelo
imperante no era el mejor al menos se podía corregir para, digamos, no incurrir
en viejos dogmatismos. En ese empeño se ha planteado, sin que el asunto se
modifique mucho, que no cabe otro experimento u otra idea a la que se moteja de
“ideológica” o “escolástica”. Y algo de aquello hay. Una nueva dogmática ha
emergido a partir de los últimos años. Lo que se da en llamar “Movimiento
Social” ha instalado, con bastante dogmatismo,
cuestión de la gratuidad. En el medio de este conflicto aquellos que
comenzaron a buscar las bondades del modelo lo siguen haciendo y tachan de
dogmáticos a unos y otros. ¿Lo hacen por convicción a pesar de que las bondades
aún no aparecen? O si han aparecido, por ejemplo, en términos de cobertura, ha
sido en desmedro de las universidades del Estado que han sido satanizadas no
tan solo por aquellos que uno esperaría que lo hicieran sino también por
personas que aparecían como más razonables.
¿No queda otro camino ante la prepotencia de
los hechos?
Nos
parece que es importante situar algunas cuestiones como modo de avanzar en esta
discusión si es que la cuestión de la calidad de la educación es lo que se
halla en juego. Es evidente que esto no tiene que ver con los meros
indicadores, tiene que ver con la responsabilidad social y política de las
instituciones de educación.
En
primer lugar, es imperioso que las universidades con financiamiento estatal
sean más eficientes y competitivas. Pero para que aquello ocurra deben primero existir,
y en eso el Estado está en deuda ante la pasividad de todos. No es posible que
ante un planteamiento de esta naturaleza uno sea tachado de dogmático o
ideologizado. Y no hablamos de la gratuidad, hablamos de las condiciones de
funcionamiento, por ejemplo, de la Universidad de Chile.
En
segundo lugar, parece razonable poner freno a las trampas del lucro en las
universidades con dueño. También sería razonable que existiera un procedimiento
claro y riguroso respecto de la certificación de sus procedimientos y el
aseguramiento de la calidad. ¿Es el modelo de acreditación el más apropiado?
Alguno ha de haber y el Estado algo tiene que decir en esto.
¿Cómo se pueden
cumplir estas dos premisas? A la luz de los recientes sucesos y el tono de la
discusión lo planteado aquí parece impensable. Estamos en presencia de una
discusión primordialmente ideológica de parte de unos y de otros, y también de
aquellos que han intentado corregir el modelo cuestión que a fin de cuentas los
ha protegido de otros dogmas. ¿Podría haber una discusión de otra naturaleza?
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