lunes, 18 de agosto de 2014

La miserable cueca de las Isapres

El 8 de marzo de 2013 Hernán Doren, presidente de la Asociación de Isapres,  señaló a la prensa que frente a una utilidad de 80 mil 400 millones de pesos que las Isapres había obtenido en el 2012 (que muchos juzgaban escandalosa) él preferiría estar en la Bolsa.
Los argumentos eran simples.
Por una parte, la utilidad obtenida representaba apenas 2.337 pesos por afiliado. Por otra - señalaba - existen empresas que individualmente generan más utilidades que todo el sector salud.
Sin duda Hernán Doren tiene a primera vista toda la razón, salvo por, al menos, dos puntos.
El primero se encuentra en el terreno de la moral social (o algo así) y, por lo mismo, puede ser discutible: ¿es razonable o justo lucrar con la salud? ¿aunque sea a razón de 2.337 pesos anuales por afiliado?
Aquí aparece el segundo punto. En el caso de la salud, que es un bien público, no es aceptable una argumentación individual. Es decir, no se trata de que la utilidad anual sobre las cotizaciones de cada persona sea de 2.337 pesos, sino que el conjunto de las utilidades obtenidas a partir de las cotizaciones de los ciudadanos en el año 2012 da por resultado 80 mil 400 millones de pesos (este año 2014 ya "llevamos" 49 mil millones).
Verlo de este modo hace una diferencia abisal.
Individualmente, como señala el señor Doren para graficar lo precario de la utilidad obtenida, ella no alcanza a más de una cajetilla de cigarrillos por afiliado.
Colectivamente esto tiene un significado distinto. Por ejemplo, esas utilidades representan la construcción anual de un hospital mediano, de acuerdo a lo señalado por el plan de construcciones hospitalarias de la presidenta Bachelet. O también, se podría haber provisto de postas rurales de salud a infinidad de pueblos y villas de este país.
Más sencillo aún: si consideramos que el costo de la nueva ambulancia de Pemuco fue de 36 millones de pesos, con las utilidades de las Isapres del 2012 se podrían haber comprado más o menos 2.200 ambulancias. Tal vez sea exagerado gastarse todo ese dinero en ambulancias, pero se podría renovar algunas. Baste recordar que ese mismo año la Posta Central de Santiago denunciaba que de los 37 vehículos que tenía, sólo 21 estaban operativos. Lo peor sin embargo no era eso, sino que a Santiago le faltaban otras 100 ambulancias para aproximarse a estándares internacionales.
Así se podría seguir enumerando las inversiones que, año a año, hubiera sido posible hacer en pos en un sistema de salud de mejor calidad y socialmente más igualitario.
Pero no viene el caso. Esto es de sobra sabido.
Escribo todo esto por otra razón; para contarles que ayer fuimos a visitar a Luis Hernán Araneda, "El Baucha", a su casa. Está enfermo. Una embolia y otros males de la edad lo tienen botado en su cama en Renca.
Sometido a un sistema de salud público sistemáticamente empobrecido debe esperar horas que nunca llegan para hacerse exámenes y tratamientos.
Para quienes no saben quién es él, baste con decir que es el único cantor de Los Chileneros que aún está con nosotros. Un monumento vivo de esa "chilenidad" que no le cabe en la boca a tantos en el mes de septiembre. Él es, probablemente, uno de los mayores representantes actuales de la cueca y de la música folclórica chilena.
A pesar de sus reconocimientos y premios (Presidente de la República en 2006, a la Cueca "Samuel Claro" en 2011), no es merecedor de una atención de salud digna. Debe, como todo chileno no afiliado a una Isapre (cerca del 70% de los cotizantes), esperar con resignación que el sistema tenga recursos y se acuerde de él.
Por eso sus amigos harán en los próximos días un beneficio que permita llevar a su casa un médico, hacerle exámenes y financiar parte de su tratamiento.
Tal vez el señor Doren nos pueda contribuir, aunque sea con 2.337 pesos.  Como él mejor que nadie sabe: todo suma cuando se trata de la salud. Especialmente de un ser querido.

viernes, 11 de julio de 2014

Para no ser menos: hablemos sobre la reforma tributaria

Más allá de las diversas combinaciones de materiales y formas utilizadas por las arañas para construir sus telas, de acuerdo a los objetivos que tengan, lo que con certeza sabemos es que el hilo que producen es el material más resistente y elástico que se conoce.
Según los expertos, resiste cinco veces más que un cable de acero de un grosor equivalente y, al mismo tiempo, puede extenderse un treinta por ciento más que su tamaño original, sin sufrir daño alguno.
Esta breve reflexión a propósito de la reforma tributaria y del cerro de críticas que se ha acumulado en los últimos días.
Para muchos ha sido una sorpresa que la Nueva Mayoría (o Concertación más Partido Comunista institucionalizado) esté negociando los contenidos de la reforma. Se le acusa, por lo mismo, de volver a la política de los consensos sin tener la necesidad de hacerlo, ya que dispone de la mayoría parlamentaria que le permitiría prescindir de la buena voluntad de la oposición para aprobarla.
Sin embargo, pienso que lo sucedido era algo absolutamente esperable. Es más, me atrevo a prever que lo mismo pasará (aunque por razones diferentes) con las otras dos "Reformas de Fondo" que prometía el programa político de la actual presidenta: la educativa y la nueva Constitución.
Pienso que los analistas se equivocan cuando acusan a la Concertación de volver a la política de los consensos por un cierto hábito o colusión con su enemigo. Como si existiera un ethos que la lleva a un estado de permanente negociación.
Las explicaciones son a mi parecer más simples y se relacionan con el cálculo que hacen de permanecer en el poder.
La primera razón tiene que ver a -  mi juicio - con no poner en jaque a la propia Nueva Mayoría. Como bien sabemos, al interior de ella conviven seres de los más diversos colores e intereses. Por lo mismo, una actitud "intransigente" o "dogmática" respecto a los postulados iniciales del programa es una atentado para la cohesión de la Nueva Mayoría. Y eso debe evitarse siendo "flexibles".
La segunda razón es algo más pueril. No es difícil imaginarse la cantidad de conversaciones o llamados telefónicos recibidos por quienes hoy están en puestos políticos, en que empresarios o sus cercanos les han hecho ver las complejidades de esta reforma y las insondables consecuencias que puede llegar a tener una reducción de utilidades en las donaciones para las campañas políticas. Por lo mismo, deben haberlos llamado a ser cautelosos a fin de continuar manteniendo un adecuado equilibrio en los intereses de todos y todas.
Por último, quiero pensar que también existe otro objetivo más altruista de fondo. Quiero creer que la Concertación ha mantenido su agenda original de reformas políticas como un elemento central de su pensamiento de largo plazo. Y, por lo mismo, está dispuesta a seguir haciendo todas las concesiones que sean necesarias a fin de terminar con los antiguamente llamados "enclaves autoritarios". Su reducción al mínimo le da - eso al menos se ha creído - la posibilidad de modificar el sistema en el futuro de manera definitiva. No es coincidencia entonces lo que está sucediendo con la negociación que se lleva en paralelo del sistema binominal y su posible cambio a un sistema electoral más democrático, como el de cualquier país civilizado de este planeta. Por lo mismo, sería ridículo pensar que la derecha no ha hecho sentir sus condiciones para avanzar en ello, sin cuyo apoyo es absolutamente imposible cambiarlo.
De este modo, entonces, la reforma tributaria se ha transformado en la primera telaraña que la Concertación ha tejido en este nuevo período: originalmente - según nos explicaron - tejida con hilos de acero, pero que se han ido haciendo cada vez más flexibles, al punto de estirarse incluso más del treinta por ciento, sin sufrir daño alguno aparente.
A propósito de esto último: a pesar de conocer exactamente la estructura y composición de las telarañas, la ciencia aún no ha sido capaz de reproducirlas.
Tal vez los investigadores deban dejar de estar encerrados en sus laboratorios y venir a darse una vuelta al parlamento, para ver cómo lo han logrado la Concertación y su nueva comparsa.

miércoles, 1 de enero de 2014

PSU y neoliberalismo

A más de alguien se le antojará que esta relación es forzada.
Y Puede ser. Pero aun así quiero escribir sobre ella.
Dos imágenes se me aparecen cuando pienso en las discusiones que han seguido a la rendición de la Prueba de Selección Universitaria. Una de ellas es la romper el termómetro. La otra es la del Estado Subsidiario.
La primera imagen es archiconocida y estos días ha sido repetida sin cesar por un sinnúmero de personas: la PSU no sirve como prueba de selección universitaria. Los conocimientos que pretende medir se distribuyen desigualmente en la sociedad dependiendo del tipo de colegio en que se estudió: particular pagado, particular subvencionado o municipal. Por lo mismo, lo que la prueba hace es reproducir en sus resultados la pirámide socio educativa chilena.
En este punto aparecen todo tipo de expertos, gurúes y otros, a anunciar la necesaria muerte de la prueba. Hay quienes incluso piden que se vuelva a medir aptitudes, olvidando que la PAA fue eliminada precisamente con el mismo argumento. Se exige también la generación de mecanismos complementarios de admisión, como entrevistas. Lo que no se dice o no se piensa, es que una idea como esa no hará más que agravar las diferencias sociales existentes, ya que sólo quienes tengan recursos suficientes podrán viajar por Chile rindiendo pruebas o entrevistas presenciales en las universidades de su preferencia.
Así, año a año, en lugar de exigir que se elimine la injusticia educativa, se pide que se rompa el termómetro. Esto habla no sólo de lo corto de vista que somos, sino principalmente, de nuestra poca capacidad y voluntad de imaginarnos una educación mejor y más justa.
La otra idea, la del Estado Subsidiario, se expresa - a mi juicio - en la lógica con que tratamos de resolver este problema. La idea neoliberal del Estado Subsidiario quedó estampada en la Constitución del 80, en el artículo 19. Aunque este artículo ofrece garantizar a los ciudadanos una serie de derechos, lo que de verdad asegura es que el Estado no tendrá atribuciones para actuar directamente en áreas donde exista actividad privada. Por lo mismo, su acción es indirecta y compensatoria de las deficiencias privadas.
Es esta ideología - más allá de los populismos contingentes - la que explica que la política pública destinada a los más pobres, en muchos ámbitos, se articule por la vía de bonos. Su extremo y también su expresión social más cruel es la idea del chorreo; que no es más que esperar que, por evolución natural, una vez que los beneficios desborden la capacidad de los más ricos de absorberlos, se derramen hacia los más pobres. Y si no es así o tarda mucho, entonces el Estado aparece en forma de subsidio.
De ese modo, en lugar de intervenir, por ejemplo, directamente el mercado laboral por la vía de regulaciones, incentivos y actividad económica propia, lo que el Estado hace es compensar indirectamente sus deficiencias. Es decir, en lugar de implementar medidas estructurales, resuelve contingencias (bono para la parafina en invierno, etc.)
Esta misma lógica ha permeado nuestra forma de entender la educación y la PSU. A mi juicio, también contribuye a explicar el comportamiento de algunas instituciones y del sistema de educación superior en general. Dado que no somos capaces, no queremos o no podemos cambiar el sistema educativo primario y secundario, tomamos medidas paliativas para compensar a los más desfavorecidos al momento de ingresar a la educación superior.
Así, algunas instituciones han aumentado las ponderaciones de las notas de enseñanza media en las carreras más demandadas por mujeres, porque ellas obtienen calificaciones más altas que sus compañeros hombres. Lo mismo la ponderación de la prueba matemáticas en algunas ingenierías, demandadas preferentemente por hombres. El ranking de notas, del cual tanto se ha hablado en el último tiempo, no es algo distinto de lo descrito.
En otras palabras, dado que no queremos sanar al enfermo, ni tampoco podemos romper totalmente el termómetro, lo que hemos decidido es restar un par de grados a la fiebre que afecta a los más desfavorecidos.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Un ránking sin nombres ni apellidos

Con mi tía Julia inventamos un ránking para saber quién nos mentía más.
Obviamente se trataba de un juego para divertirnos, pero también para hacernos más grata nuestra cotidiana confrontación con la mentira.
A primera vista el juego éste del ranking podría parecer superfluo, especialmente si se piensa en los personajes que estaban involucrados: un cortinero, un mueblista, un pintor, un camionero, y otros tantos de similares oficios u ocupaciones. Ellos, sin embargo, no eran los únicos; también había arquitectos y constructores.
Pero no era un juego banal.
La historia es "más o menos así" - como dirían los cantantes de bolero. Hace unos dos años, cuando mi tía María aún vivía, decidí construirles una casa a ambas para hacerles más gratos sus últimos años. La noble y vieja casa de Pelchuquín no sólo estaba dañada por sus cien años de historia, sino que también era víctima de las prácticas de construcción de la época. En el invierno el frío era insoportable y en el verano agobiaba el calor hasta la amanecida. La idea de hacerles una nueva casa fue entusiastamente secundada por mi banco (no sé porqué uno dice "mi" banco, si desde el punto de vista de la "posesión", la realidad es exactamente la inversa), quien se ofreció generosamente a financiarla, previa hipoteca del sitio y otros bienes.
Comenzamos por hacer un plano con una connotada arquitecta de la plaza. Le siguieron planos de agua y electricidad, con profesionales similares. La búsqueda de la empresa constructora fue lenta y nada fácil. Los estándares de construcción era altos y la casa estaba en Pelchuquín, por lo que hubo que traer a alguien de Valdivia. En seguida se asignó la inspección técnica a una constructora civil, no menos destacada que los anteriores.
Así comenzó todo. Luego vino el ránking.
La casa debía estar lista en octubre. Pero no lo estuvo. De hecho, aún no lo está. El constructor fijó varias veces nuevas fechas para la entrega. La última se fijó recién hoy, así que habrá que armarse de paciencia y seguir esperando.
Tres meses - aderezados con diversas historias - se demoró en ser pintada la antigua tina en un reputado taller de Valdivia. El viejo lavalozas de la familia aún no lo está. Pero sabe qué, señor Fernández, que bueno que me llamó, porque justo hoy me estaba acordando de usted, porque mañana viene el soldador, así que pasado mañana le ponemos el aparejo y en tres días estamos listos. Tres días que se repiten en ciclos regulares y cuyo inicio está determinado por mi llamado telefónico para averiguar cómo va todo.
El cortinero tendría su trabajo listo el lunes. ¿El 16? Que además coincidía con el cumpleaños de mi tía María. Bueno podría ser, señor Fernández, pero para qué vamos a andar tan apurados. Entiéndame bien, no es que no esté listo, sino sólo que el apuro..... ¿Para qué? Mejor en un lunes más...
Al mueblista le contamos del ranking mientras nos tomábamos taza de café con mi tía Julia. Se rió mucho. Nos dijo que no quería entrar en él. Y estuvo a punto de no hacerlo. Salvo por un atraso menor de un par de días. Esperamos.
Quien definitivamente no entró en el ranking fue el camionero que trajo algunos muebles desde Santiago. Cargó a la hora, entregó a la hora. Con una rigurosidad impresionante. Mil kilómetros de precisión y puntualidad.
Sin duda el ranking lo encabeza el pintor. Por lejos. Salvo que incluyanos en él a los profesionales. Pero en ese caso no sólo irían a la cabeza, sino que habría que ampliarlo y agregarle un indicador de ineptitud y, sobre todo, de falta de profesionalismo.
Pero esa es otra historia. Mucho menos anecdótica y simpática.
 

martes, 6 de agosto de 2013

En medio de dogmas


Por  Jorge Fernández Darraz

¿Cuál ha de ser el modo para abandonar una discusión escolástica?

El tema en disputa es la educación. Hay que advertir que, en buena medida, la centralidad de esta discusión se ha visto forzada por la irrupción de lo que se ha dado en llamar “Movimiento Social”. En paralelo, todos lo recordamos, el llamado “caso CNA” y el cierre de la Universidad del Mar, agregaron un condimento delincuencial y de desamparo a este asunto. Y fue a partir de esto que se  instaló la discusión sobre el lucro, el rol del Estado y los límites del emprendimiento privado en el ámbito de la educación. ¿Cómo abordar esto sin caer en la discusión escolástica que queremos abandonar? La posibilidad de salir de este cepo implica volver respecto del tema del Estado, no desde una posición dogmática sino examinando su papel en el reciente proceso chileno ya sea bajo el modo del abandono o del desapego. Se trata de pensar a la luz de la reciente experiencia histórica. ¿Será ese el modo de salir de la escolástica?
En Chile y fruto del acelerado proceso de modernización capitalista engendrado durante la dictadura militar se produjo lo que algunos de modo acertado han definido como “el tránsito del Estado al Mercado”. Aquello sería la situación que posibilita la ley de Universidades de inicios de los años 80, el surgimiento de las universidades privadas y el abandono estatal respecto de las universidades que hasta entonces se definían como “públicas”. Una segunda transición, se produce e partir de los años 90, luego del tránsito del “Estado” al “Mercado” se modifica el sistema político, aunque no tanto ya que aún se discute respecto de aquello a veinte años vista. Esta segunda transición produjo la consolidación de un estado de cosas, nos referimos al campo de la educación, que siguió el derrotero del desplazamiento del Estado respecto de sus dominios históricos. Lo que aquí tenemos es una descripción a partir de la cual no queremos caer en el dogmatismo. Se impone, entonces, una segunda pregunta. ¿Qué tuvo que ocurrir para que esto sea posible? Respecto de la primera transición se puede argumentar que la violencia y la ausencia de contrapeso de la dictadura lo podía todo. Ello posibilitó la instalación de la ideología del Mercado como única forma posible de desarrollo de la sociedad. Respecto de la segunda transición el responder esta pregunta se torna complejo.
Podemos sospechar que en lo referente a la discusión sobre educación los actores dominantes de la segunda transición fueron apresados por una dogmática heredada o bien se convencieron de ella. Quizás, y tal vez esto sea lo más certero, buscaron las bondades de un modelo que al fin de cuentas les convencía. La dogmática de los 90 con su “fin de la historia”, “la desaparición del sujeto” y la “muerte de los grandes relatos” parecía imbatible frente al enorme desatino de la dogmática derrotada, a saber, el socialismo. Poco espacio quedaba para no hacer otra cosa que buscar el acomodo a un modelo que a través de la fuerza de los hechos se imponía.
A esto hay que agregar que la imposición de un modelo de democracia de Mercado puso en tela de juicio el papel del Estado, esto se sazonaba con las razonables críticas al capitalismo de Estado de los países de la Europa del Este, países marcados por la planificación centralizada y el control de la vida privada. No era el mejor modelo decían los dogmáticos de la otra vereda y tenían razón, no lo era. Se impuso una vez más la fuerza de los hechos y si bien el modelo imperante no era el mejor al menos se podía corregir para, digamos, no incurrir en viejos dogmatismos. En ese empeño se ha planteado, sin que el asunto se modifique mucho, que no cabe otro experimento u otra idea a la que se moteja de “ideológica” o “escolástica”. Y algo de aquello hay. Una nueva dogmática ha emergido a partir de los últimos años. Lo que se da en llamar “Movimiento Social” ha instalado, con bastante dogmatismo,  cuestión de la gratuidad. En el medio de este conflicto aquellos que comenzaron a buscar las bondades del modelo lo siguen haciendo y tachan de dogmáticos a unos y otros. ¿Lo hacen por convicción a pesar de que las bondades aún no aparecen? O si han aparecido, por ejemplo, en términos de cobertura, ha sido en desmedro de las universidades del Estado que han sido satanizadas no tan solo por aquellos que uno esperaría que lo hicieran sino también por personas que aparecían como más razonables.
¿No queda otro camino ante la prepotencia de los hechos?
Nos parece que es importante situar algunas cuestiones como modo de avanzar en esta discusión si es que la cuestión de la calidad de la educación es lo que se halla en juego. Es evidente que esto no tiene que ver con los meros indicadores, tiene que ver con la responsabilidad social y política de las instituciones de educación.
En primer lugar, es imperioso que las universidades con financiamiento estatal sean más eficientes y competitivas. Pero para que aquello ocurra deben primero existir, y en eso el Estado está en deuda ante la pasividad de todos. No es posible que ante un planteamiento de esta naturaleza uno sea tachado de dogmático o ideologizado. Y no hablamos de la gratuidad, hablamos de las condiciones de funcionamiento, por ejemplo, de la Universidad de Chile.
En segundo lugar, parece razonable poner freno a las trampas del lucro en las universidades con dueño. También sería razonable que existiera un procedimiento claro y riguroso respecto de la certificación de sus procedimientos y el aseguramiento de la calidad. ¿Es el modelo de acreditación el más apropiado? Alguno ha de haber y el Estado algo tiene que decir en esto. 
¿Cómo se pueden cumplir estas dos premisas? A la luz de los recientes sucesos y el tono de la discusión lo planteado aquí parece impensable. Estamos en presencia de una discusión primordialmente ideológica de parte de unos y de otros, y también de aquellos que han intentado corregir el modelo cuestión que a fin de cuentas los ha protegido de otros dogmas. ¿Podría haber una discusión de otra naturaleza?